El día de la marmota

En una conocida película de 1993 que en esta región se conoció con ese título, Bill Murray protagonizaba a un meteorólogo que, cubriendo la festividad del Groundhog Day, quedó atrapado en un bucle del tiempo que hacía que se repitiera una y otra vez el mismo día. Las situaciones y la actitud de las personas se repetían día tras día irremediablemente, a pesar de sus intentos por cambiar las cosas.
El éxito que tuvo la película llevó a popularizar la expresión “Día de la Marmota”, para significar aquellas situaciones en las cuales ciertos actos contraproducentes de los gobiernos, se repiten obstinadamente una y otra vez con idénticos resultados.
Como Murray despertando un nuevo 2 de febrero, amanecemos otra vez con una ley de alquileres, que entre otras cosas extiende los plazos máximos de los contratos y establece una fórmula para la actualización de los pagos.
La primera ley de alquileres fue la 11.157 del año 1921, sancionada durante el gobierno de Hipólito Yrigoyen. El 28 de abril de 1922, la Corte Suprema dictó el fallo: “Ercolano c/ Lanteri de Renshaw” (Fallos: 136:170), que convalidó constitucionalmente dicha ley, aunque con un memorable voto en disidencia del juez Antonio Bermejo.
La opinión del juez Bermejo, que suele ser estudiada aun hoy en las cátedras de derecho constitucional en nuestras universidades, luego de explicar los motivos por los cuales la alteración de los contratos viola la Constitución Nacional, concluía: “Finalmente, no sería aventurado prever que si se reconoce la facultad de los poderes públicos para fijar el alquiler, o sea, el precio que el propietario ha de cobrar por el uso de sus bienes, aunque sea un uso privado y libre de toda franquicia o privilegio, ya sea voluntaria o involuntariamente… habría que reconocerles la de fijar el precio del trabajo y el de todas las cosas que son objeto del comercio entre los hombres, o, como se expresaba esta corte en 1903: la vida económica de la Nación con las libertades que la fomentan, quedaría confiscada en manos de legislaturas o congresos que usurparían por ingeniosos reglamentos todos los derechos individuales hasta caer en un comunismo de estado, en que los gobiernos serían los regentes de la industria y del comercio y los árbitros del capital y de la industria privada…”.
Probablemente la contundencia de sus argumentos hizo que en fallos inmediatamente posteriores a este, la Corte comenzara a ponerle limitaciones a la aplicación de esta ley, hasta que finalmente quedó sin efecto. Sin embargo, como en el Día de la Marmota, a partir de ahí, cada vez que hubo una crisis económica, distintos gobiernos recurrieron a leyes de este tipo para tratar de palear las consecuencias de males que, en definitiva, ellos mismos estaban creando.
Esta ley no sólo se inmiscuye en la discusión de acuerdos privados y altera derechos de propiedad, sino que genera incentivos perversos de cara al futuro. Con la intención de mejorar la situación del actual inquilino, se desalienta la oferta de inmuebles en alquiler o la inversión en la construcción inmobiliaria, que es lo único que a la larga hará que el precio baje. Pero por sobre todas las cosas, esconde el verdadero problema, que no es la voracidad de los propietarios. En efecto, el problema del incremento de todos los precios en Argentina –incluyendo alquileres-, es la inflación; y el productor de inflación es el gobierno.
Pero en Argentina, los gobiernos se las arreglan para buscar argumentos que les permitan explicar los problemas de un modo que desvíen hacia otro su propia responsabilidad. Y entonces vemos que, del mismo modo en que una empresa en cesación de pagos y a punto de quebrar pretende ser salvada por un Estado en cesación de pagos y a punto de quebrar, inquilinos que ven dificultada la posibilidad de pagar alquileres como consecuencia de la pérdida de valor del dinero, verán regulados los montos de las actualizaciones por el mismo órgano que ha destruido la moneda.
El personaje de Bill Murray en la película, desilusionado por no poder avanzar en su vida más allá de ese día, que volvía a repetirse sin que pudiera evitarlo, pensó en varias maneras de quitarse la vida. Sin embargo, a la mañana siguiente volvía a despertar escuchando la misma canción en la radio. Hasta que entendió que lo que debía hacer era cambiar su actitud, y poco a poco logró que el hechizo se rompiera.
Muchos países en el mundo han tenido alta inflación, leyes de controles de precios, de cambios, de alquileres, leyes de control de la producción y comercialización de bienes y servicios, etcétera. Pero la mayoría de ellos pasaron por un proceso similar al de Murray. Luego de chocar una y otra vez con el problema, comprendieron su naturaleza y lo resolvieron. Por ese motivo, hoy sólo hay inflación significativa en un pequeño puñado de países pobres, institucionalmente inestables y en general gobernados por dictaduras. Argentina, curiosamente, se encuentra entre quienes encabezan esa poco recomendable lista.
A diferencia de Murray, Argentina parece repetir una y otra vez su día de la marmota sin sacar ninguna enseñanza de él. Lo vuelve a comenzar desde cero, sin tomar en cuenta las experiencias de rotundos fracasos del pasado. En ese sentido se asimila más al personaje de otra película, el de Drew Barrymore en 50 First Dates, en el cual como consecuencia de un accidente, la protagonista posee una lesión cerebral que la lleva a que, al despertar cada mañana, sólo recuerda episodios anteriores al día del accidente. Ninguna enseñanza, entonces, podía sacar de las experiencias posteriores.
Por no remontarnos tanto, los argentinos parecen olvidar experiencias económicas críticas como las de 1975, 1989 o 2001, y pasado cierto tiempo, las mismas recetas que llevaron a aquellos fracasos, se vuelven a intentar. La gente parece anestesiada, pensando que esta vez saldrá bien. En Barrymore era producto de una lesión cerebral. En Argentina ya a esta altura parece producto de una lesión moral.
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