La incómoda idea de un Ministerio del Futuro

Hace poco, en una conferencia que di en el Consejo Profesional de Ciencias Económicas, me hicieron un par de preguntas que tuve que responder con un simple e, imagino, decepcionante "no tengo idea".
Es un signo de los tiempos, y uno para el que la mente humana no está preparada. Durante toda la historia de la especie, lo que iba a pasar mañana o el siguiente año era más o menos previsible. Los eventos disruptivos (una peste, un eclipse) eran tan raros que se los atribuía a causas sobrenaturales.
Así que nos da bastante trabajo aceptar el estado actual del futuro. Porque ya no es lo que era. Se nos escapó de la jaula, y eso le está molestando a mucha gente en muchos lugares. Hace unos meses tuve la oportunidad de entrevistar a la ex ministra de futuro sueca, Kristina Persson. ¿Dónde sino en Suecia imaginaríamos un Ministerio del Futuro? Sí, pero con una salvedad. Ese ministerio duró solo dos años. Resultó demasiado incómodo. "Nosotros también tenemos problemas", me dijo Persson, resignada.
Es el poder, estúpido
Uno estaría dispuesto a creer que algo tan vaporoso como el futuro no debería irritar a nadie. Es al revés. Tener poder es, en esencia, poseer la capacidad para pronosticar lo que va a ocurrir mañana. Anticiparse, saber de antemano, jugar con naipes marcados, acceder a información privilegiada. Poder y futuro son sinónimos.
No es nuevo. En otros tiempos examinábamos las entrañas de algún animal, pero pronosticar fue siempre una de las prácticas más rentables. Y de las más peligrosas. A un emperador podía no caerle bien que su adivino no hubiera podido predecir una supernova.
Pasan cosas semejantes con la revolución digital. John Dvorak, uno de los columnistas de tecnología más célebres, escribió, en 1984: "La Macintosh usa un dispositivo apuntador experimental llamado ratón. No hay evidencia de que la gente quiera usar estas cosas."
Se equivocó por mucho, y luego, obviamente, tuvo que desdecirse. Pero se equivocó menos al afirmar que el mouse no sería adoptado por el público que al intentar hacer pronósticos en una era en la que el futuro ya se había escapado de todo control. Hay una sola afirmación que puede probarse cierta: que es casi imposible hacer anticipos, augurios y pronósticos.
Una lección profesional
En 1984 empezaba a escribir sobre ciencia y tecnología, y lo que le pasó a Dvorak me dejó una lección imborrable para mi, por entonces, incipiente carrera como periodista tecno. Era difícil de digerir, pero tendría que abstenerme de hacer pronósticos, incluso cuando me sintiera muy seguro de lo que estaba diciendo (la frase clave es, aquí, "incluso cuando me sintiera"). Treinta y pico de años atrás, el futuro (el poder) estaba volviéndose cada día más líquido, dinámico e imprevisible. Había que aprender a decir "no sé".
No es fácil cuando escribís en un diario o en una revista especializada. Se supone que tenés que saber. Se supone que para eso estás ahí. Sin embargo, y esto de cierta forma fue también algo imprevisto, decir "no sé" y negarme casi siempre a hacer pronósticos funcionó. Primero, porque le ahorré al lector perspectivas falsas. Pero también porque fue un acto de pura honestidad. Se supone que es lo menos que debe ofrecer un periodista.
Mi "no sé" significa realmente que no sé, que no tengo idea. La ventaja de abandonar los pronósticos es parecida a la de practicar el zen. Limpiás la mente, la vaciás. De esa forma, cuando algo es claro y distinto, lo ves a tiempo. Recuerdo cuando salió Windows 95. Varios gurús adelantaron que sería un fracaso. Yo escribí, en la misma página, que tenía todo para ser exitoso. Windows 95 se quedó con el mundo y convirtió a Microsoft en la compañía más valiosa del mundo. ¿Era un buen sistema? No. Era horrible. Pero acerté. Tenía todos los ingredientes para ser exitoso.
A Twitter no lo entendí. Al principio, no lo entendí. Pero me abstuve de augurarle un destino agrio. Dvorak posiblemente no había entendido el mouse, en su momento. Hay que tratar siempre de no confundir tus deseos y tu inercia intelectual con lo que realmente ocurre o va a ocurrir en el mundo. El no entender Twitter no quiere decir que le vaya a ir mal. Quiere decir que no lo entendés, y ese es un problema tuyo, no de Twitter.
Recuerdo que cuando anuncié, en otra conferencia, que la crisis de seguridad informática iba a ir en aumento, un gerente de una multinacional del Silicon Valley me acusó de ser "un periodista irresponsable que siembra la paranoia". Unos días después hackearon 77 millones de cuentas de la PlayStation Network. Siete años más tarde, la crisis de inseguridad se ha transformado en una pandemia catastrófica.
Amé la iPad en cuanto la probé, pero me resistí a pronosticarle un futuro rutilante. Incluso dudé de su capacidad para competir con el iPhone y otros smartphones. No importan los motivos por los que llegué a esa conclusión. El hecho es que las tablets nunca despegaron. Una cosa es que un dispositivo te parezca encantador y otra muy diferente que vaya a tomar el mundo por asalto.
Ciencias básicas
Es decir que sí, se pueden hacer algunos pronósticos, pero con una cautela insobornable. Eso significa que ni el rechazo visceral ni el amor a primera vista deben sustentar una predicción. A la realidad no le importan los pareceres de un columnista.
Además, no existe ninguna forma (y esto constituye una predicción) de anticipar los desarrollos técnicos. El día menos pensado dos científicos descubren algo y en unos pocos años sale el LED de luz brillante, que te cambia por completo la ecuación energética. Por añadidura, ¿si las luminarias en mi casa consumen escasos 5 Watts, por qué no imaginar que la investigación en ciencias básicas nos llevará mañana a que consuman un cuarto de Watt? Después de todo, esa ha sido la reducción que se dio entre las lamparitas en la casa de mi abuelo y las de mi casa actual, medio siglo después.
Es en esta curva donde se van al pasto la mayoría de las predicciones; los augures de hoy miran muchas veces sus propios fantasmas o los espejismos engañosos en los dispositivos de moda, y proyectan. Se harían un favor si estudiaran matemática, física, química, y así.
Porque todos los avances técnicos que hoy nos deslumbran, desde los smartphones hasta Internet, tienen una raíz común: las ciencias básicas, esas que el ignorante tiende a despreciar porque parecen no tener una aplicación práctica (como si el conocer los mecanismos profundos de la naturaleza no fuera una aplicación práctica fundamental).
Sin embargo, y para citar solo un caso, la electrónica de consumo se basa en los conceptos de la teoría cuántica. Era bastante difícil que en 1900, al leer a Max Planck, nos vinieran a la mente los pendrives. Y sin embargo no existirían sin sus postulados.
Puesto que las nuevas tecnologías permean por completo nuestra realidad, también nos hemos vuelto incapaces de anticipar el futuro de la cultura, la sociedad, el empleo, la política y la economía. Así que la idea de un Ministerio del Futuro no parece en absoluto disparatada. Incómoda, sí, pero no disparatada.
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