El caso “Stormy Daniels”
Había una época en que “60 Minutes” representaba el sancta sanctorum del periodismo estadounidense. Allí sólo se cultivaba la excelencia y lo que ocurría en esa hora dominical en las pantallas de CBS importaba. Era el sucesor del legendario programa de Ed Murrow, icono del periodismo de los 40.
Dice mucho sobre la banalización de la política y el periodismo que “60 Minutes” haya dedicado uno de sus reportajes el domingo pasado a Stormy Daniels, la actriz pornográfica que alega haber tenido relaciones sexuales con Donald Trump en 2006 y con la que el abogado del Presidente hizo un acuerdo monetario en la campaña electoral para que no contara su historia.
No hubo en esa entrevista nada que pudiera afectar la política estadounidense o la institución de la Presidencia. Trump no violó ni acosó a esta señora, según ella misma ha reiterado. La relación fugaz que dice haber tenido con él fue “consensual”. En la campaña ella firmó, a cambio de US$ 130 mil, un acuerdo para no contar su historia del que ahora quiere zafarse para poder cobrar mucho más por hacer lo que se comprometió legalmente a no hacer. El único elemento potencialmente interesante desde el punto de vista legal y político es que ella dice haber recibido una velada amenaza en algún momento para no hablar en público. Pero nunca lo denunció y no hay pruebas ni testigos. Tan es así, que ahora su abogado dice que si Trump le da más dinero, considerará la posibilidad de no tratar de romper el acuerdo.
Es el clásico caso de una persona en busca de fama y fortuna a través del escándalo. La ley -y la sociedad- toleran a estos personajillos, por tanto está en su derecho. Pero que la política de la primera potencia lleve semanas dedicada a debatir el fugaz coito que tuvo o no tuvo lugar entre Stormy Daniels y Donald Trump hace 12 años es muy revelador acerca de la frivolización de la discusión pública. Y hay más: que “60 Minutes” eleve a esta impresentable señora a la categoría de icono social y catón político nos dice mucho sobre el comportamiento de la gran prensa estadounidense frente a Trump.
El Presidente norteamericano es un personaje que ofrece oportunidades deliciosas todos los días y a toda hora para criticarlo. No sólo eso: él mismo se regodea en ello y con frecuencia da la impresión de exagerar las características groseras de su perfil público para provocar la andanada de sus críticos. Sabe que su base electoral sigue firmemente con él y que considera a esa prensa parte de la elite contra la cual los electores se rebelaron en 2016. Pero que esto sea así no debería significar que la prensa acepte volverse una caricatura de sí misma para sostener su pendencia cotidiana con Trump.
Si lo hace, se resta a sí misma autoridad moral y credibilidad. La consecuencia de ello es que cuando Trump merece ser criticado por asuntos graves, esa prensa pierde efectividad. De hecho, en las encuestas de aceptación Trump ha estado por encima de los medios de comunicación durante su gestión. Es algo que, en estos tiempos populistas, resulta especialmente perjudicial para la vida republicana.
Una de las perversiones del populismo es que tiene un efecto de ósmosis o transfusión entre el populista y sus críticos, de tal forma que todos acaban pareciéndose. Lo que hizo “60 Minutes” el domingo no es sólo un monumento a la banalidad -y la estupidez- sino también un fiel reflejo de lo mucho que cierta prensa se parece a aquello que vitupera en el Presidente.
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