Liberalismo contra liberalismo ante el Estado Islámico
Sin duda alguna, uno de los fenómenos sobre el que el que más ríos de tinta se han vertido en nuestra sociedad en los últimos años, particularmente desde el atentado en París contra la revista Charlie Hebdo en enero de 2015, es el del terrorismo del Estado Islámico. Vamos a bosquejar las dos posturas que parecen abrirse desde el liberalismo sobre la cuestión:
Liberalismo escéptico
Más allá de la opinión que el islam (sumisión, no lo olvidemos) suscite, hay que reconocer que tan solo una ínfima parte de los musulmanes son terroristas. Y no se puede pasar por alto que la víctima favorita de estos terroristas son los propios musulmanes. Extraño choque de civilizaciones en el que tan solo una ridícula minoría empuña las armas para matar, particularmente… a su población.
Vaya por delante que los responsables de asesinar son los asesinos y que hay que asumir que el Mal existe en el mundo desde tiempo inmemorial, pero planteémonos hasta qué punto los barros que los Estados occidentales impulsaron en el malhadado siglo XX han traído algunos lodos en el XXI.
Sin ir más lejos, Irak, germen del Estado Islámico, fue un país creado artificialmente por Reino Unido en 1919 en el que se mezclaron tres etnias irreconciliables: suníes, chiies y kurdos. Los primeros se hicieron con el control de la situación hasta que fueron expulsados de las instituciones tras la invasión de Estados Unidos en 2003. Entonces el caos se apoderó de la zona, en especial tras la guerra civil de 2006-2007 cuando el gobierno títere del chií Nuri al-Maliki comenzó a perseguir con saña a los suníes, muchos de los cuales provenían de la policía, el ejército y los servicios de inteligencia del execrable régimen anterior del partido Baaz.
En 2011 estalla la Primavera Árabe (la revolución de Twitter): movimientos de protesta más o menos espontáneos y de sectores muy minoritarios de la población que alcanzan gran eco en Occidente. Pero en Siria las protestas se orquestan desde el exterior. Bashar al-Asad, aliado por la vía geoestratégica de Rusia (el puerto de Tartús es la única base rusa en el extranjero) y por la vía chií de Irán (la minoría alauita, una rama del chiismo, domina el país árabe), se convierte en el nuevo enemigo a derrocar por las potencias occidentales. Y se aplica la misma lógica que la que llevó en los años 80 a la CIA, el MI6 y los servicios secretos de Pakistan y Arabia Saudí a propiciar la llegada de 50.000 muyahidines a Afganistán para expulsar a los soviéticos. Ahora, nuestros grandes aliados Turquía y Arabia Saudí promueven la creación de un grupo de combatientes suníes en Irak, muy preparados militarmente y con sed de venganza tras haber sido represaliados por los chiíes.
Así surge el Estado Islámico de Irak y Levante. Una organización terrorista, conviene repetirlo, ideada por los dos grandes amigos de Occidente en la zona: Turquía, por cuyas fronteras entran la mayor parte de yihadistas extranjeros con destino a Siria e Irak, y Arabia Saudí, un régimen que, al igual que el propio Estado Islámico, lleva a cabo centenares de decapitaciones al año por delitos como la homosexualidad o el adulterio.
Por otra parte, no se puede soslayar el hecho de que el terror que ha logrado infundir el Estado Islámico en nuestra sociedad se debe en buena medida a lo aparatoso de sus acciones, más a aspectos cualitativos que cuantitativos. Y esa aparatosidad la han logrado gracias a los servicios prestados por empresas norteamericanas como Google, a través de su canal de vídeos de Youtube, o como Site Intelligence Group, compañía ubicada en las cercanías de Washington e importante altavoz de los terroristas, a los que ofrece una fundamental cobertura mediática y propagandística. ¿Hasta qué punto, teniendo en cuenta su gigantesco poder e influencia sobre las grandes compañías, el gobierno estadounidense pudo orquestar esta campaña?
En última instancia, para finiquitar al Estado Islámico bastaría con cortar sus vías de financiación. ¿Por qué no se sigue la pista del petróleo con el que los terroristas se lucran? Y que nadie se engañe: si de verdad se quisiera acabar con unas pocas docenas de miles de combatientes instalados en una de las zonas más vulnerables del planeta, sin apenas refugios, y carentes de fuerzas antiaéreas, bastaría con instar al ejército turco a que en un par de horas las liquidara.
En definitiva, este relato considera que el Estado Islámico es el fruto de una guerra civil entre suníes y chiíes. Una confrontación en la que poco o nada pintamos. Y de alguna manera, si se entra donde no se debe, te pueden acabar devolviendo el golpe. Y es que el terrorismo islámico no es un fenómeno global, ni siquiera de todo Occidente. Que pregunten en la hedonista Brasil si están preocupados por el Estado Islámico. O en la pacífica Suiza. O en la Venezuela de los 25.000 asesinatos al año.
Liberalismo clásico
Prácticamente siempre es posible construir una narrativa en la que se culpa de casi cualquier circunstancia a un país en cuestión. Pero es un error elaborar relatos para criminalizar a nuestros aliados. Eso corresponde a los Chomsky de turno. Y es que en esa tesitura no nos podríamos quejar cuando nos encontráramos a la izquierda utilizando esos argumentos para cercar las sedes de los partidos que se interponen en su llegada al poder.
En el caso que nos ocupa, la Siria de Bashar al-Asad y sus aliados de Irán han sido (y continúan siéndolo) los principales viveros de terrorismo y desestabilización desde hace décadas: de El chacal a Hezbolá, pasando por Hamás, ETA, Chávez, Podemos… además de agentes en la zona de la URSS, entonces, y de Rusia, ahora. Eliminar a Al-Asad (igual que expulsar a la URSS de Afganistán) parece algo bastante lógico. Incluso sabiendo lo que sabemos, es preferible soportar una decena de atentados de Al Qaeda que tener a medio mundo convertido en un zoológico bolchevique.
Aunque pocos musulmanes sean terroristas activos, convivir con minorías-mayorías musulmanas es terriblemente difícil: India y Pakistán (con 4,5 millones de muertos tras la retirada británica), Líbano, Azerbaiyán, Uganda, Nigeria, Sudán, Palestina, armenios en Turquía, coptos en Egipto… No se trata de fabricar un discurso de crispación, pero si conviene tener clara esa circunstancia.
La partición de imperios después de la Gran Guerra pudo ser más o menos desastrosa, pero no olvidemos que también han tenido lugar conflagraciones entre países distintos (Irak-Irán, por ejemplo).
Los grandes errores de Estados Unidos suelen ser abandonar a gobiernos más o menos amigos (el Sah, Mubarak…) o dejar vacíos de poder que rápidamente son ocupados por los grupos más radicales.
Turquía, evidentemente, no es el mejor de los países, pero su función de cordón de seguridad para contener a Rusia es lo que le ha convertido en un aliado fundamental.
Y, lo más importante, no podemos perder de vista el eje Venezuela-Irán-Siria-Hezbolá-Podemos. Ese es actualmente el mayor enemigo al que nos enfrentamos. Todo lo que suponga debilitar ese eje debería contar con el aplauso del liberalismo.
- 23 de julio, 2015
- 25 de noviembre, 2013
- 8 de junio, 2012
- 16 de junio, 2013
Artículo de blog relacionados
Por Vanessa Gómez El Nacional Por séptimo año consecutivo, Venezuela figura como uno...
27 de septiembre, 2007Perfil Doble mandato político y familiar le transfirió Néstor Krichner a su esposa...
30 de octubre, 2010- 18 de marzo, 2009
- 3 de marzo, 2009