El verdadero valor de la democracia
Mediante el voto directo, universal, secreto y obligatorio se realizará el próximo 22 de noviembre la elección de la persona que ocupará el cargo presidencial durante los siguientes cuatro años. En este punto resultaría prudente replantearse qué valor le otorga la sociedad argentina a la democracia.
El ideal democrático lleva en su seno la idea de libertad. La forma de organización democrática está orientada a brindar un amplio espectro de libertades a cada individuo, permitiendo a cada uno la participación en la vida política y asegurando la posibilidad de renovar cargos gubernamentales de manera periódica. Resulta difícil sostener un perfil de libertad cuando un ser humano se encuentra subordinado a un régimen en el cual se someten todas las decisiones políticas al mero arbitrio de quien ostenta el poder coercitivo del Estado. Entonces, no importan las glorias que un líder prometa a una nación, sino la mayor autodeterminación que goza el ciudadano para su realización. En este aspecto, la democracia resulta un instrumento válido para garantizar los mecanismos de elección de cada representante de la voluntad mayoritaria y asegurar controles por parte de las minorías. Contar con herramientas que impiden tiranías es lo que garantiza salvaguardar la protección de los derechos individuales.
El riesgo de la democracia es, siguiendo una visión tomista aristotélica, que se transforme en un régimen demagógico. El demagogo se hace de los recursos estatales para sostener su poder político corrompiendo las instituciones fundamentales para el desarrollo de la comunidad. Argentina tiene ejemplos bastos de regímenes demagógicos, desde las esferas nacionales hasta en pequeños poblados, donde aparece siempre un clan que mantiene el poder político mediante la compra de voluntades. Las prácticas que degeneran la democracia implican unificar un discurso en el cual cada líder se considera el único portavoz legítimo de la voluntad popular.
Monopolizar el discurso de la democracia implica quitarle a la competencia el valor de su posible representación; es decir, cuando un candidato se enaltece como el único representante que es democrático, está sugiriendo que el adversario es en consecuencia antidemocrático. Esta práctica discursiva sostenida en el tiempo finaliza en querer suprimir las vías formales de elección con tal de salvaguardar el “espíritu del pueblo”, tal como ocurrió en muchos de los regímenes del socialismo del siglo pasado.
Otorgar a la democracia un valor absoluto implica confundir mayoría con unanimidad. Si la democracia es considerada un valor más allá de ciertos principios republicanos, tales como la alternancia en el poder, transparencia del acto público o división de poderes, nada impide que en nombre de una mayoría se vulnere los derechos de algún individuo. Es riesgoso considerar que un ser mesiánico es representante absoluto de la voluntad del pueblo, ya que podría suceder, como que de hecho sucede, en muchas de las provincias argentinas, que se quiera imponer una consagración del poder a un solo clan.
Ante esto, resulta oportuno recuperar la idea de una democracia republicana, que implique el cuidado de principios directrices que no puedan ser menoscabados en nombre de una mayoría accidental. Si se suprime la formalidad de las elecciones o altera su desarrollo normal porque solo importaría la imaginaria sustancia del deseo del pueblo que aparece ante los caudillos cual revelación mística, se termina legitimando un régimen abusivo, tal como sucedió con dictaduras cuyos líderes electos democráticamente, y en nombre de esa democracia avasallaron con los derechos básicos del hombre.
En conclusión, cabe citar pensamiento del célebre Karl Popper: “La mayoría nunca establece lo que está bien o mal, la mayoría también puede equivocarse. Las decisiones por la mayoría establecen una regla, pero si ésta no está de acuerdo con la libertad, entonces está equivocada”.
Al momento de presentarse los siguientes comicios, cada ciudadano debe saber que la democracia no es un valor absoluto en nombre del cual se permite cualquier abuso, sino que es una excelente herramienta para alternar el poder pacíficamente y cambiar cuando un partido político no ha sabido ser congruente con las finalidades prometidas. Esta herramienta tan valiosa tiene que ser utilizada por toda la nación para exigir mayores libertades y no someterse perpetuamente a la voluntad de una élite política que se apoderó del aparato gubernamental. En este sentido, cada votante tendrá la responsabilidad de ver qué partido político supone un resguardo a la República o una perpetuación a un régimen que en nombre de la democracia vulnere los principios básicos de la vida, la libertad y la propiedad.
El autor es miembro del Centro de Estudios Libre.
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