El TPP es un sorprendente voto de confianza en la globalización
La globalización no ha tenido muy buena cara últimamente. La inmigración, las empresas multinacionales y el libre comercio han sido blancos de ataques de sectores populistas tanto de la izquierda como de la derecha en Europa y Estados Unidos. El intercambio comercial se ha estancado y las importaciones y exportaciones crecen menos que la producción mundial.
Por lo tanto, el hecho de que 12 países hayan acordado recientemente nuevas reglas para gobernar las políticas comerciales nacionales e internacionales como parte del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés) sólo puede ser calificado como notable. Incluso más notable es el amplio respaldo político que el pacto tiene en la mayoría de esos países.
En Canadá, por ejemplo, el Partido Liberal libró y perdió en 1988 una batalla para detener un acuerdo de libre comercio con EE.UU. negociado por el entonces gobernante Partido Conservador. Esta semana, los liberales ganaron las elecciones pero apoyaron en su mayor parte el TPP negociado por los conservadores. El Nuevo Partido Democrático, de izquierda, hizo una campaña en contra del tratado y se ubicó en un distante tercer lugar.
Esto sugiere que, al menos en lo que a partidos gobernantes respecta, el apoyo al modelo expansivo de libre comercio propiciado por EE.UU., en lugar de la versión más reducida defendida por China, sigue intacto. No deja de ser irónico, por ende, que el único país donde al parecer el tratado corre el riesgo de no ser aprobado por la legislatura es, precisamente, EE.UU.
El TPP sería el primer gran tratado comercial multilateral de EE.UU. en más de 20 años. El libre comercio se ha vuelto más esquivo a medida que el comercio ha evolucionado. En las décadas posteriores a la firma del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio, en 1947, los países disminuyeron sus aranceles y cuotas que afectaban primordialmente a los bienes manufacturados. (La agricultura siguió en gran parte restringida). Conforme se desmoronaban las barreras al comercio de bienes, la atención se volcó a los servicios, la propiedad intelectual, la inversión extranjera y las compras gubernamentales.
El convenio de Canadá y EE.UU. marcó un hito en esas áreas. El Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte de 1994 fue incluso más allá al exigir que México se ciña a cláusulas especiales sobre relaciones laborales y el medio ambiente.
Tales barreras “detrás de las fronteras” son más sensibles desde un punto de vista político que los aranceles, puesto que pueden afectar políticas internas, desde los derechos humanos a cómo el sistema de salud pública paga por los medicamentos. Los argumentos tradicionales esgrimidos a favor del libre comercio también pierden vigencia: un país que otorga a las farmacéuticas períodos más largos de protección de patentes está subiendo los precios que pagan sus consumidores, mientras que una legislación laboral más estricta erosiona la ventaja competitiva que provee una mano de obra barata. De todos modos, esta clase de normas son las condiciones en las que EE.UU. y otros países insisten para que las economías en desarrollo puedan acceder a sus mercados.
La importancia del TPP no tiene que ver con su impacto económico, que para la mayoría de los signatarios será modesto, sino en cómo restringe su soberanía. El único sindicato de Vietnam, por ejemplo, es un órgano del gobernante Partido Comunista. El TPP obliga al país a permitir sindicatos independientes. El gobierno de Malasia, por otra parte, ha preferido desde hace mucho tiempo a los malayos étnicos como proveedores. Ahora tendrá que relajar tales políticas para proveedores extranjeros. Brunéi tendrá que instituir un salario mínimo.
Cinco signatarios del TPP no ofrecen un período de exclusividad para los fabricantes de medicamentos biológicos complejos y caros y la protección de otros cuatro sólo dura cinco años. Los detalles son complicados, pero todos tendrán que incrementar el lapso de protección a ocho años.
Japón tendrá que abrir a la competencia internacional su mercado de arroz y Canadá deberá hacer lo mismo con el de lácteos, aves y huevos. Empresas que dependen mucho de la información, como Facebook, no pueden ser obligadas a guardar datos de sus clientes en los países que firmaron el pacto en servidores en esos países.
Todos los firmantes tienen que pagar un costo político. Miles han salido a las calles en Nueva Zelanda para protestar contra un posible aumento de los precios de los remedios y las potenciales querellas de las multinacionales que se quejan de un trato discriminatorio. Los australianos tienen preocupaciones parecidas, mientras que los agricultores japoneses consideran que su gobierno los traicionó. En los tres casos, sin embargo, al igual que en el de Canadá, los partidos de oposición son partidarios del TPP, aunque el apoyo depende de la redacción final del pacto, no de los principios acordados en Atlanta el 5 de octubre.
En cambio, el TPP le pide bastante poco a EE.UU. Los aranceles a las importaciones de autopartes serán totalmente desmantelados y los aranceles a los vehículos importados de Japón caerán a un ritmo extremadamente lento: entre 25 y 30 años.
No obstante, el apoyo político al TPP en EE.UU. es mucho más tibio que en otros países. Los cuatro principales aspirantes a la Casa Blanca, de los dos principales partidos políticos, se oponen. El visto bueno de la Cámara de Representantes dista mucho de estar garantizado.
Los detractores lamentan que el tratado no prohíba que los países devalúen intencionalmente sus monedas para fortalecer sus exportaciones. El mecanismo para resolver disputas entre empresas y gobiernos es considerado demasiado fuerte o muy débil. Las empresas de biotecnología estadounidenses y sus defensores entre los demócratas y los republicanos están molestos porque los fármacos biológicos no consiguieron la protección de 12 años que buscaban en los países del TPP, como la tienen en EE.UU., y les preocupa que se las presione para acortar esos plazos en el país.
El TPP es, en el fondo, un esfuerzo para llevar la globalización por el sendero de los estándares estadounidenses de conducta económica. ¿Qué ocurrirá entonces si las preocupaciones políticas y comerciales descarrilan el TPP en EE.UU.?
“Estas aspiraciones sobre cómo otros países rigen sus economías tendrán que ser archivadas por al menos una década”, predice Gary Hufbauer, un partidario del TPP del centro de estudios Instituto Peterson de Economía Internacional.
Al final de cuentas, la aprobación o el rechazo del TPP en EE.UU. será mucho más importante para el liderazgo económico estadounidense que los modestos costos y beneficios que el acuerdo representa para las empresas y los trabajadores del país.
- 23 de junio, 2013
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