Argentina: El bi-partidismo disperso
En trazo grueso, en la Argentina persiste el bi-partidismo. Disperso, con ramificaciones y riesgos de balcanización.
Se asiste al desgaste simultáneo de dos culturas políticas. El radicalismo y el peronismo. Dos identidades de centro, que ocupan la casi totalidad del escenario.
En la práctica, la derecha clásica no registra existencia. Desde la orgiástica evaporación de la UCD, lo que quedó de aquella derecha liberal se fundió en el peronismo. O trata de integrarse en la selectiva urbanidad del PRO, que representa el espacio de centro derecha (aunque no lo asuma).
Lo que subsiste, en una sociedad impregnada del estereotipado progresismo, es una izquierda real, bullanguera y minoritaria. Se consolida en el ascendente Partido Obrero, y otros complementos menores. Es el partido que mejor explota, en la base asalariada y popular, el desgaste, sobre todo la indolencia, del peronismo vegetal. Verdad que preocupa a los pocos empresarios despiertos. Los que evocan, con cierta nostalgia, la flexibilidad negociadora del sindicalismo peronista. Para apuntarlo: merced al ascenso del trotskismo, los peronistas son indirectamente revalorados.
Fracaso, agotamiento y extinción
Sin embargo aquí el desgaste, por uso y abuso del poder, suele confundirse con extinción.
Por lo tanto predomina la fácil tentación de imaginarse innovadores. A los efectos de presentarse socialmente como expresiones de “lo nuevo”, en desmedro de “lo viejo”, que fracasó. Interpretación más inspirada en la eficacia generosa del marketing que en la profundidad del conocimiento.
Es la vertiente redituable que explota el PRO. Es el pilar de uno de los tres principales aspirantes a la presidencia. Gobierna hoy el Artificio Autónomo de la Capital, la localidad de Vicente López (en la Provincia Inviable), y un meritorio municipio cordobés.
Mauricio Macri, su titular, supo captar con inteligencia el electorado de capa media que respondía al radicalismo y a la UCD. Y erigirse, al mismo tiempo, en una suerte de esperanza blanca, una reserva moral del peronismo deteriorado. Ante el desgaste que arrastra años de monotonía en el poder, Mauricio pasó a explotar, con destacable habilidad, la moda del anti-peronismo, fundamentado y creciente, en una sociedad necesitada de encontrar culpables accesibles. Téngase en cuenta que el agotamiento se confunde no sólo con extinción. Se lo identifica, sobre todo, con el fracaso.
Pero desgasta mucho más la residencia en el desierto opositor. La carencia de poder nacional que padece el radicalismo, pese a contar con un rescatable posicionamiento en diversas provincias. Y capitales de provincia.
Por lo tanto el peronismo, por el costado pragmático, hoy se encuentra en mejor situación para sobrevivir a su propio desgaste. Puede dejar transitoriamente de lado las diferencias irreconciliables entre sus distintas tolderías, cuando sobreviene la campaña electoral y se discute el manejo concreto de los presupuestos. Para acomodarse, sin ir más lejos, detrás de Scioli.
El problema es que al peronismo se le independizó una Franja. La Franja de Massa. Con una propuesta improvisada, precipitada, Sergio Massa se las ingenió para vencer a la estructura de la sustancial provincia de Buenos Aires. 2013. En las castigadoras elecciones de medio término. Cuando se elegían legisladores y no estaban en juego los presupuestos ejecutivos. De todos modos el triunfo de la Franja marcaba una tendencia. Hoy cuesta mantenerla.
La importancia de la estructura
Los tres protagonistas de la consagrada miniserie –“Sergio, Mauricio y Daniel” (cliquear)– se parecen demasiado. Derivaciones, en la práctica, de la interna peronista, que arrastra y absorbe, en su dinámica, a la cultura radical.
Si Daniel hoy aparece como algo más fortalecido, pese al desgaste y a las carencias de gestión, es por la conservación de la estructura del Partido Justicialista Vegetal.
Del peronismo que La Doctora devalúa, y lo mantiene neutralizado, perentoriamente a su merced. Viene acompañado de la colección de sellos, de buscapinas venerables que conforman la fastuosidad del Frente para la Victoria.
La progresía minoritaria que perfectamente podía haber participado de otro frente, con orientación radical. Como con aquella Alianza que en 1999 llevó a la presidencia a De la Rúa. Es carne de Frepaso, con la medialuna enarbolada, dispuesta a mojarla, en la taza del poder de turno.
Los otros dos, Sergio y Mauricio, más favorecidos por las encuestas y por los astros encarrilados, son también aspirantes centrales. “Del puerto” que atormentó en los equívocos iniciales del siglo diecinueve.
Uno es fuerte en la provincia inviable de Buenos Aires (Massa) y el otro es aparentemente imbatible en el Artificio de Buenos Aires capital (Macri).
Ambos tienen el desafío de conformar una estructura nacional. A los apurones. Y a expensas, por lo general, de la otra cultura política. La identidad radical, que conserva sus cuotas de poder en varias provincias y necesita mantenerlos. Y expandirse, de ser posible, con más legisladores, intendentes.
Es el sentido de “la batalla por los radicales” (cliquear) que libran.
El shopping y el blend
Con el cuento amarillo de representar “lo nuevo”, con el atributo de una imagen instalada que supera ampliamente al partido que lo sostiene, Mauricio sale de shopping por las provincias. A adquirir persuasivamente radicales en pié. O a reciclar el invento menemista de transformar en estadistas a los famosos de ocasión. Pero en la actitud del shopping se cruza con Sergio.
Con el riesgo, en el caso de Sergio, de no contener, en la nueva epopeya, a los peronistas especuladores que lo acompañaron para la epopeya inicial.
Aparte, hasta aquí, el blend peronista-radical nunca funcionó bien. Aunque la mezcla de vinos, en algún momento, la pregonara el propio Perón. El del último regreso. Cuando percibía que su triunfo personal representaba la víspera sombría del fracaso de la nación.
Puede certificar Lavagna acerca de las dificultades del blend. Es el peronista presentable, que en 2007 armó un blend con el radical Morales.
O Francisco de Narváez, que en otro blend desató el inicio de su declinación. Junto a Ricardo Alfonsín.
Tres del puerto
Daniel, Sergio y Mauricio son los tres personajes del puerto que acentúan la crisis de representación del llamado “interior”.
Los que no debieran justificarse, ni culpar a la supuesta influencia de los medios de comunicación, anclados en Buenos Aires.
Sería una manera de minimizar la proeza de Menem, desde La Rioja. O de Kirchner, desde Santa Cruz.
Los tres del puerto superan, en presencia y mediciones, a los otros exponentes valorables.
Por ejemplo a José Manuel De la Sota, o sea Córdoba. Consta que en el peronismo se le reconoce una magnitud de político superior. Una arquitectura intelectual bien desarrollada. Pero al cordobés, hasta hoy, no le alcanza para fundamentar su proyección nacional. De todos modos, De la Sota se dispone a jugar, según nuestras fuentes, su penúltimo cartucho.
O Hermes Binner, o sea Santa Fe. Un socialista mormón que se encuentra adherido al radicalismo carancheado, que estratégicamente hoy se despedaza. Y que arrastra, también, en la “tupacamarización”, a Cobos y Sanz, o sea Mendoza. Ambos deben decidir entre la situación límite de asumir la derrota, o anexarse en un blend. Con Sergio o con Mauricio, los que se resignan a la aventura del shopping de radicales, para armar en pocos meses la estructura convincente que aún les falta.
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