Hay que terminar con los ajustes
Resulta sumamente curiosa cierta terminología empleada en algunos países. Sorprende el uso de la palabra “ajuste” en el sentido de apretarse el cinturón y el consecuente empobrecimiento sea por el período que sea.
Mirado esto con un mínimo cuidado, se percibe que dicho ajuste en los bolsillos de la gente ocurre en la medida en que el Leviatán se expande y arrebata el fruto del trabajo ajeno a través de cargas fiscales inauditas, manipulaciones monetarias inaceptables y deudas internas y externas crecientes, todo para financiar siderales gastos públicos en el contexto de regulaciones asfixiantes.
Naturalmente en esta línea argumental, en la medida en que se revierta esa política devastadora para el bolsillo de la gente, disminuye el ajuste y permite el florecimiento de la economía y se abre paso a que cada cual siga el camino que considera más apropiado y se dejan de lado los caprichos y las arbitrariedades de los megalómanos instalados en el poder.
Podemos hacer un símil con corredores en una competencia de cien metros llanos. Si se pretende que los participantes se desempeñen lo mejor posible pero, simultáneamente, se les carga mochilas con piedras cada vez más pesadas, lógicamente no se logrará la meta del mejor desempeño sino que será cada vez peor.
Sin embargo, curiosamente decimos se suele hacer referencia al “ajuste” cuando se apunta a aliviar la carga y no cuando se la acrecienta. Este punto ilustra el clima de ideas que prevalece: es tragicómico y muy cobarde la articulación de discursos de muchos políticos que no se atreven a enfrentar los problemas por lo que se limitan a proponer “la reasignación” de la parte que succiona el aparato estatal sin mencionar la indispensable liberación de recursos a los bolsillos de la gente.
En muy diversos países los políticos que se postulan para cargos electorales diversos repiten que ellos son bondadosos (y ¡desinteresados!) y sugieren mantener o incluso acrecentar la dimensión del monopolio de la fuerza, una noción miope, totalmente equivocada y sumamente dañina. Como queda dicho, el ajuste en el nivel de vida de la gente se debe precisamente a los manotazos de los tentáculos del aparato estatal.
Antes de la Primera Guerra Mundial el promedio de la participación del gobierno en la renta nacional en los países civilizados era entre el 5 y el 8 por ciento, mientras que en la actualidad ese mismo guarismo es entre el 40 y el 70 por ciento. Estas expansiones insólitas necesariamente contraen los ingresos de los gobernados, es decir, cada vez menos disponen los titulares que trabajan y cada vez más se incrementan los recursos en manos de la burocracia. Este es un ajuste feroz que bloquea la posibilidad de que cada uno use lo que es suyo en el sentido de sus preferencias.
Alan J.P Taylor abre su monumental obra English History 1914-1945 (Oxford University Press) con las siguientes líneas: “Hasta agosto de 1914, un inglés sensible y cumplidor de la ley podía transcurrir su vida y no percatarse de la existencia del Estado, más allá del correo y la policía. Podía vivir donde quisiera y como quisiera. No tenía ningún número de cédula de identidad. Podía viajar al extranjero y dejar su país sin pasaporte y sin permiso alguno. Podía cambiar su signo monetario por otro sin restricción ni límite de ninguna naturaleza. Podía adquirir bienes de cualquier país en el mundo en los mismos términos en que compraba bienes localmente. Para el caso, un extranjero podía pasar su vida en este país [Inglaterra] sin permiso y sin informar a la policía. A diferencia de otros lugares del continente europeo no se demandaba servicio militar […] El inglés pagaba impuestos en una escala modesta: menos del 8 por ciento del ingreso nacional”.
Luego vinieron los tremendos ajustes en los ingresos de la gente debido al antes mencionado agrandamiento de los aparatos estatales con los pretextos más inauditos e increíbles pero básicamente para darle más cabida a los que viven de lo que producen los demás, extendiendo el poder sobre las vidas y haciendas de quienes suponen que el gobierno es para protegerlos.
Liberar cuantiosos recursos acaparados por la órbita estatal implica, en ese mismo instante, una transferencia de ingresos a los gobernados quienes los asignarán acorde con las preferencias de sus congéneres para prosperar. Esto tiene lugar consuman o inviertan, y en este último caso aunque inviertan en dinero puesto que, de este modo, transfieren poder adquisitivo a otros ya que habrá una masa monetaria menor en circulación persiguiendo la misma cantidad de bienes y servicios.
La inmensa ventaja del proceso de mercado frente a la politización consiste en que en el primer caso, el que acierta en los gustos de los vecinos aumenta su patrimonio y el que yerra lo disminuye. En el segundo caso, en cambio, los incentivos se apartan de aquel proceso para reemplazarlo por las inclinaciones de los funcionarios de turno.
Es perentorio terminar con los ajustes que provocan gobiernos desorbitados que día a día recaen con más peso sobre el presupuesto de los sufridos contribuyentes. No parece comprenderse que los incentivos inherentes a la sociedad abierta operan en dirección al bienestar de la gente. No es que los que componen el sector privado sean mejores personas que los que trabajan en el sector estatal, es que los incentivos son sustancialmente diferentes: la forma en que se toma café y se prenden las luces son distintas en uno y otro sector.
Por supuesto que toda esta descripción no tiene lugar cuando irrumpen en escena los amigos del poder que la juegan de empresarios rodeados de privilegios y mercados cautivos, lo cual significa una vil explotación a todos, muy especialmente a los más necesitados.
No parece comprenderse tampoco que el conocimiento es disperso y está fraccionado y que se coordina a través del sistema de precios. Cuando el gobernante con controles absurdos pretende conocer las preferencias y las capacidades de los millones de actores en verdad concentra ignorancia con su soberbia y genera los consiguientes desajustes fenomenales.
Desde luego que para liberar recursos no solo deben venderse activos fiscales inútilmente retenidos, subsidios que carcomen capital y, por ende, conspiran contra los salarios al disminuir las tasas de capitalización, sino que debe reducirse la planta de funcionarios estatales que no cumplen faenas productivas y que son contraproducentes al efecto del bienestar de la gente. Pero es importante destacar que si el mercado laboral es libre, la necesaria reubicación de recursos absorberá ese trabajo en campos productivos con lo que se elevarán salarios en términos reales debido al aprovechamiento de los aludidos recursos liberados. Como se ha dicho, nada bueno puede lograrse “haciendo pozos y volverlos a tapar”, lo cual es incluso más inocente que dedicarse a combatir a los que producen a través de disposiciones autoritarias alentadas por personajes arrogantes instalado en el poder (recordemos que en el presupuesto reciente de Grecia apareció que por cada maseta en el ámbito estatal habían once jardineros).
Por su parte, los burócratas declaman sobre como debe administrarse las vidas y las haciendas de otros para lo cual cobran emolumentos sustanciales (cuando no usan los dineros públicos en provecho propio) y lo curioso es que se toman a si mismo en serio en cuanto a las recetas que imponen sin mencionar que ellos son el problema y que debe dejarse en paz a la gente administrar sus pertenencias en lugar de los ajustes que provocan las adiposas estructuras políticas en vigencia.
Es de una hipocresía superlativa el que los políticos reiteren a cada rato que les “preocupa la gente” y que su prioridad es “la gestión”. Indudablemente, salvo contadas excepciones en el mundo, les falta mucha biblioteca, ni siquiera han rozado la teoría del Public Choice que les concierne directamente.
No resulta posible compatibilizar el gasto público más allá de lo necesario para seguridad y justicia con lo que la gente prefiere puesto que las erogaciones estatales van siempre en otra dirección (y si fueran en la misma no tiene sentido consumir recursos para hacer lo mismo que hubiera hecho la gente).
Entonces, es muy conveniente utilizar bien los términos. El ajuste que padece la gente es debido a las cargas que surgen de los aparatos estatales sobredimensionados. Para aliviar o eliminar el ajuste debe sacarse el peso que recae sobre la gente.
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