No se puede creer tanto desvarío
No son pocos los desbarranques del actual gobierno que básicamente considera que pueden manejarse millones de arreglos contractuales desde las estructuras del aparato estatal. No conciben que el conocimiento está fraccionado y es disperso y que la pretendida dirección burocrática solo concentra ignorancia. Abandonan así su misión específica de atender la seguridad y la justicia para, en cambio, manipular la moneda, imponer cargas tributarias inauditas y deudas internas mayúsculas al efecto de financiar astronómicos gastos públicos y el creciente déficit fiscal que rebalsa de subsidios y propaganda política.
Este proceso de decadencia ha sido en gran medida estimulado por empresarios-aplaudidores rodeados de privilegios y mercados cautivos que explotan a la gente en lugar de mostrar el coraje necesario para competir en un contexto de recato y prudencia. Las audiencias serviles son en verdad una vergüenza y un insulto a la inteligencia.
En este ámbito, se insiste en la llamada ley de abastecimiento que desde Diocleciano en la antigua Roma viene mostrando reiterados fracasos que siempre terminaron en desabastecimientos colosales. En este ámbito se aprobó la ley antiterrorista que se pretendió aplicar a una empresa que se declaró en quiebra pero que tuvo que darse marcha atrás por el ridículo que quedó en evidencia.
En este ámbito es que se acaba de proponer el desacato a la justicia norteamericana (por más que el juez no lo haya declarado aun), jurisdicción que el mismo gobierno eligió para dirimir desavenencias para, en cambio, sugerir la modificación del lugar de pago y no hacerse cargo de todo lo que se les debe a los bonistas que no entraron en el canje.
Claro que todo esto no es casualidad, es el resultado de la falta de debates sobre temas de fondo en lugar de limitarse a exhibir regaderas de estadísticas y coyunturas varias que son el resultado ineludible de aquellas ideas sustanciales que prácticamente se han abandonado. Se insiste en ocuparse de políticas de transición cuando no queda claro cual es la meta. Tal como decía Séneca, no hay vientos favorables para el navegante que no sabe hacia donde se dirige.
Desde luego que no se trata de ideologías, no en el sentido inocente del diccionario, ni siquiera en el sentido marxista de falsa conciencia de clase, sino en su acepción más generalizada de algo terminado, cerrado e inexpugnable, lo cual es la antítesis del espíritu liberal puesto que el conocimiento es siempre provisional sujeto a refutaciones.
El liberalismo es el respeto irrestricto a los proyectos de vida de otros y el mercado no es una cosa ni un lugar sino un proceso en el que se ponen de manifiesto los antes mencionados millones de arreglos contractuales que cuando los megalómanos de turno los interfieren se suscitan los fenomenales desajustes que son del dominio público.
Por eso alarma cuando muchos políticos sostienen que el modelo que viene aplicándose en nuestro país desde hace siete décadas, es decir, el manatazo al fruto del trabajo ajeno, en la práctica debe continuarse pero sin corrupción, lo cual parece un chiste de muy mal gusto.
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