“Quien nada sabe, nada teme”
Durante el almuerzo, en tono de broma, hablando acerca de libros y la formación de “clubes de lecturas”, uno de los interlocutores, un lector voraz, militar de profesión, educado a nivel global, irrumpe con semejante aseveración: “Quien nada sabe, nada teme”.
En silencio hice la relación a la política nacional. La ventaja de estos seres de ultratumba –por lo apestoso de sus propuestas populistas– es la ignorancia de los guatemaltecos.
Y a “más” ignorancia, más éxito. No debería ser así la política, pero no nos engañemos; así es aquí y en Afganistán. Y es así, porque en esa estupidez que llamamos “democracia” se presupone que todos sus actores son y están informados.
El papel de la ignorancia en la decisión política parte del establecimiento de una premisa por parte del político que no será cuestionada, ni la idea ni él o ella. Así, por ejemplo, que un político diga que “lucha por el bien común”, es una afirmación falsa, pero no cuestionada.
Entonces, la afirmación “yo lucho por el bien común” va acompañada con la petición de “voten por mí”. Léase, “yo les daré el bien común”. O, mejor dicho, “solo yo les puedo dar el bien común”. Y más atrevido por parte de las chorchitas Chapinitas, “Yo soy el bien común”.
El ignorante no cuestiona las premisas de las falacias de los políticos. Por ejemplo, ¿qué jodidos es “bien común”? El ignorante no cuestiona, solo acepta. No teme, porque, como diría mi colega profesor universitario, “nada sabe”.
“Saber nada”, o el “nada saber”, pasa por la acción voluntaria de “no quiero saber”, o “me pela saber”, y en los más jóvenes, “qué hueva saber”. Eso sí, luego todos alegamos de los “costos” de algo que no quisimos “saber”.
Principiemos por cuestionar a los políticos, digo, cuestionamiento directo. Sí, que el silencio no sea cómplice de la ignorancia. Preguntemos, cuestionemos, refutemos: se vale contradecir.
Al político, preguntarle es revelar que no lleva ropas, pero ellos han sido muy astutos en hacerle creer a la población que sus vestimentas “son invisibles y solo los inteligentes”, no se ría, “pueden verlas”. Preguntar es desnudar. Pero ventaja para los políticos mañosos: gente que no debería, dicen ellos, y gente que mejor ni sepa. Con eso se contentan los desgraciados. Ah, y no temen.
Dirá el antropólogo Geert Hofstede que la guatemalteca es una población temerosa, sin “orientación de largo plazo”, con miedo a preguntar, conservadora, comunitarista, miedosa, de una falsa “base moral”, pero hipócrita, movida por el poder de los “in-groups”, que recurre a rituales y mitos para evadir el futuro inmediato, que privilegia el “consenso” pero como medio de justificación de las élites que son la expresión de los intereses más altos, una población sin visión ni liderazgo, y que es dominada por los grupos minúsculos de poder que son justificados por “los de abajo”, ah, y un pueblo que no cuestiona, entonces, simple, “nada sabe”.
En ese “nada sabe” está la ventaja del político sucio. Pero es ventaja del político y opción del ciudadano guatemalteco, quien “no quiere saber”. ¡Y qué!
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