La «pax» venezolana

Silvio Rodríguez, "Canción del Elegido"
Definir "paz", en los términos más básicos, tal vez nos conducirá a la "ausencia de inquietud, violencia o guerra". Ergo, y también por cómoda antonimia, "guerra" sería entonces la "ausencia de paz".
Pero hablar de guerra y paz en Venezuela ya no es tan simple. En nuestra convulsa, maltratada sociedad estos conceptos se traban, se entrelazan, se confunden, se muerden la cola. Desde hace 15 años, y aunque algunos insistan en reñir con la idea de que estemos a merced de una especie de guerra, el lenguaje de la violencia y su cada vez más delirante expresión simbólica es una constante, una seña feroz que cada día insiste en trastocar nuestros más elementales parámetros. Sin embargo, junto a toda la virulencia derramada y prácticamente instalada como herramienta de uso regular, la "paz" no deja de ser invocada. La paradójica conjura no deja de desconcertarnos: sólo escuchar al beligerante Presidente de la AN frente a una sospechosa Conferencia de Paz, ya nos estremece: "Los que están afuera no saben lo que se están perdiendo: la paz verdadera (…) que nos da tranquilidad. Que nadie sea perseguido por ninguna razón. Debemos unirnos todos para desterrar el lenguaje del odio."
Pero el lenguaje del odio no es otro que el lenguaje de la guerra. Enfrentar bandos, dividirnos en ricos y pobres, revolucionarios y fascistas, izquierda y derecha, no es otra cosa que animar la polarización de facciones jamás dispuestas a encontrarse. Los muertos de hoy, los torturados, los perseguidos, son la expresión más trágica de ese pulso. Mientras aquí se repetía "patria, socialismo o muerte" (lo cual implicaba que la defensa del socialismo privaba sobre la vida, propia o ajena) o se instauraba la descalificación, incluso deshumanización del otro (el enemigo, el del bando irrelevante, el distinto a mí) como práctica común validada desde el Poder, se hacía, se hace dificultoso el equilibrio sobre el proceso de consecución de una "pax" que emula los esfuerzos de Roma durante los Siglos I y II (DC) por aplacar las "candelitas" que eventualmente prendían el Imperio. Y sí, la potencia militar y hegemónica logró entonces apagar esas candelas y "pacificar" sus territorios: pero todos conocemos a qué precio, bajo qué premisas.
Tesis como la sugerida por la (algo que si bien no excluye el conflicto, es inviable sin respeto) es hoy campo de batalla donde la inmunidad parlamentaria de diputados de oposición luce como un camisón prestado y embutido a juro, una suerte de piñata siempre a punto de ser apaleada. Y al juzgarlos como responsables de esta "ausencia de paz" se habla en nombre de la justicia. Pero es obvio: todo apunta al más elemental desquite.
No: no habrá paz mientras no se excluya a la violencia de la ecuación, mientras no haya imparcialidad, mientras no haya intentos de imponer criterios hegemónicos u ortodoxias enajenantes. Como decía Luther King: la paz verdadera no es simplemente la ausencia de tensión: es la presencia de justicia .
@mibelis
- 23 de enero, 2009
- 23 de julio, 2015
- 5 de noviembre, 2015
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