Es un pájaro, es un avión…
Desde luego no es Superman. Pero sí es un drone y en un anuncio de la empresa Amazon el artefacto teledirigido entrega a domicilio un paquete. El dichoso vídeo causó verdadero revuelo en las redes sociales y logró el objetivo de Jeff Bezos, el creador de Amazon: que los usuarios compraran online los productos que el exitoso empresario distribuye desde sus inmensos almacenes.
En realidad fue más una magistral campaña de marketing coincidiendo con las compras navideñas, que la posibilidad inmediata de que un drone aterrice a las puertas de una vivienda y deposite en el portal un libro o hasta una pizza. Los expertos se han apresurado a decir que las intenciones de Bezos, un fanático de la ciencia ficción que siempre ha soñado con instalar un Amazon en otro planeta, son más una fantasía lejana que un hecho factible.
Hasta ahora cuando los mortales comunes pensábamos en un drone, nos venía a la mente un artefacto amenazador y letal que los gobiernos lanzan para matar por control remoto a sus enemigos o para espiar a Estados hostiles. Los drones venían acompañados del temor de que el Gran Hermano, además de registrar nuestras llamadas y vigilar nuestros correos electrónicos, nos persigue desde el cielo con estos cachivaches que se camuflan entre las nubes.
Sin embargo el drone, que ya forma parte de la cultura pop con la pirueta comercial de Bezos, comienza a ser percibido como un artilugio de lujo que puede sumarse a los iPad, iPhones y otras variantes del universo Apple con las que otro visionario, el recordado Steve Jobs, cambió para siempre nuestro modo de vivir y de comunicarnos.
El drone se va despojando de su carácter ominoso y más apegado a las alcantarillas de Homeland, para convertirse en un aparato domesticado que podemos llevar con nosotros como quien saca a pasear una mascota voladora. Ahora, por ejemplo, los agentes inmobiliarios emplean drones pequeños para hacer fotos aéreas de las propiedades que quieren vender. En el cine y la televisión se usan a la hora de filmar. Y hay quienes han sustituido al avión de juguete por el drone teledirigido en el parque.
Claro está, el ciudadano desconfiado siempre puede echar mano del drone para entrometerse en la vida de los vecinos, espiar a su pareja o sacarle algún trapo sucio a un adversario. O sea, los individuos emulan y compiten con el gobierno en lo que se refiere a vulnerar el derecho a la privacidad de los otros. Los drones podrían proliferar hasta el punto de provocar un verdadero atasco en el firmamento.
Los publicistas de Amazon nos lo pintan muy llamativo y moderno: ya no es la señora que toca el timbre (ding, dong) cuando Avon llama a la puerta. Ahora es la criatura electrónica y provista de cámara, una suerte de araña con alas, que se posa en el jardín antes de emprender el vuelo de regreso después de descargar la mercancía o tomar una comprometedora foto como un paparazzi robotizado.
Los más escépticos dicen que el proyecto de Bezos se quedará en una quimera de adolescente facineroso. Yo no me fiaría. Hablamos del mismo hombre que una vez soñó que se acabarían las librerías de toda la vida. Hoy es el drone. Y mañana será la luna.
© Firmas Press
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