Sentido común y economía
El País, Montevideo
Es un lugar común reconocer que a los economistas les cuesta ponerse de acuerdo. Suele decirse incluso que si se junta a cuatro economistas en una sala se tendrán al menos cinco opiniones (ya que alguno a su vez sostendrá más de una). Sin embargo, en algunos campos se han logrado cuasi consensos en las últimas décadas. Ningún economista serio ataca el libre comercio, se comparte la necesidad de mantener bajo control la inflación y la importancia de cuidar los equilibrios fiscales, por ejemplo.
Lo preocupante no es entonces la comprensión de los fenómenos económicos por la academia, sino su asimilación por la población en general. O sea, la diferencia de opiniones que hay entre los economistas y el resto de los ciudadanos sobre temas económicos. Hay diversas encuestas que dan cuenta de esta situación en varios países del mundo.
Por ejemplo Bryan Caplan en The myth of the rational voter (Princeton University Press, 2007) comenta una investigación que incluye la siguiente pregunta: "¿Piensa que los tratados comerciales entre Estados Unidos y otros países han ayudado a crear más trabajos en los Estados Unidos, o han costado trabajos a los Estados Unidos, o no han tenido mayor impacto?" Después se le asigna un 0 a la respuesta si el encuestado responde que los tratados cuestan trabajos, 1 si piensa que no tenían mayor impacto y 2 si considera que ayudan a crear trabajos.
El promedio de las respuestas de los economistas fue 1,46 mientras que el promedio de la opinión pública fue 0,64. De algunas encuestas de este estilo disponibles en Uruguay podemos deducir que la situación es similar, aunque nuestros economistas tienen un sesgo más estatista y proteccionista que lo habitual en otros países.
La pregunta que surge entonces, si es que compartimos que sería bueno que pasara a ser sentido común lo que es evidente para los economistas, es cómo lograrlo. Aquí nuestra educación -como en tantos temas- juega un papel central. En la época que Uruguay era un país abierto al mundo y primaba el espíritu emprendedor que nos llevó a un producto por habitante de primer mundo una de las materias centrales de secundaria era economía política. Allí inspirados en Smith y Bastiat daban cátedra de sólidos principios económicos Carlos de Castro o Francisco Lavandeira. Luego la economía fue exiliada de las aulas y otras ideas primaron en la conducción de la educación.
Sería muy positivo que volviera a existir un curso de economía en el ciclo básico en los liceos y que se agregaran temas de la materia desde la escuela que sirvieran para que todos tuvieran contacto con conceptos claves para entender al mundo moderno. Desde cómo funciona un mercado a las ventajas comparativas, desde las causas de la inflación a las consecuencias de los monopolios. Naturalmente, con su consecuente instrucción previa a los docentes.
Pero hay otra batalla que hay que dar todos los días, que es la de la opinión pública, en los medios de prensa y en cada lugar en que se puedan difundir ideas. Es esencial para el futuro del país que no sólo los economistas estén convencidos de lo que debemos hacer, sino que permee hacia toda la población para que cuente con el respaldo suficiente para poder concretarse. En la batalla de las ideas antes que en la política se juega nuestro destino.
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