Argentina: Se fue el niño terrible de la intolerancia con sello kirchnerista
Se terminó una época. Ayer por la tarde se fue el hombre más criticado y más temido de la era kirchnerista. Guillermo Moreno no era jefe de gabinete ni ministro. Apenas un secretario de Estado con un teléfono que ardía y por el que llamaba a otros funcionarios, a los empresarios, a los economistas y a algunos periodistas. Siempre a los gritos. Insultando si era necesario. Soltando una carcajada cuando quería aflojar la tensión. Sabía cómo provocar y cómo herir. Cuando lo cruzaba al vicepresidente Amado Boudou en algún pasillo le gritaba che, gordo…, y le soltaba alguna frase para alimentar la rivalidad. Al ahora poderoso Axel Kicillof lo llamaba Alec para incomodarlo en público. Quedará en la historia el corte de garganta con el que amenazó a Martín Losteau. Lo mismo que la foto con guantes de box en una asamblea de Papel Prensa. Se metió de prepo en una reunión de directorio del Grupo Clarín y supo despertar a Eduardo Elztain a la madrugada para pedirle que no cerrara un frigorífico en bancarrota.
Era el niño terrible de la intolerancia kirchnerista. A Néstor Kirchner lo enternecía. Las anécdotas sobre Moreno y sus peleas múltiples lo ponían de buen humor. Sentía que ese comportamiento era parte del modelo. De una rebeldía que de adolescentes nunca pudieron ejercer en plenitud. La cosa se le puso más difícil cuando Cristina llegó a la presidencia. No tenían esa confianza de muchachos en patota. El secretario de Comercio creyó durante algún tiempo que la Presidenta lo iba a sacar de su equipo. Pero el tiempo pasó y se empezó a ganar una confianza que lo convirtió en imprescindible cuando la Jefa de Estado quedó viuda. Morenó amplió su radio de acción hasta meterse en las pesadillas de los productores agropecuarios, de los consultores económicos que no obedecían, de los defensores del consumidor y, con aprietes matinales que se transformaron en leyenda, de los agentes cambiarios con los que jugó a manejar la evolución del dólar.
Las variables económicas se le fueron escapando de control. La inflación fue la peor de todas porque es la que más golpea a los pobres. El Indec terminó hecho una verguenza. Las facturas truchas son el resultado de las trabas a la importación. El dólar blue pasó los 10 pesos y el Cedín nunca se convirtió en el instrumento que iba a repatriar los dólares negros de los argentinos y reactivar el mercado inmobiliario. Los enemigos se multiplicaron y se le empezaron a animar. Públicamente lo zamarreaban Elisa Carrió; el agropecuario Eduardo Buzzi y el candidato Sergio Massa, quien juraba que en su gestión no duraría un minuto más. Daniel Scioli, siempre más prudente, lo hacía castigar con discreción por sus aliados políticos.
Más allá de Scioli, Massa y el ahora jefe de gabinete, Jorge Capitanich, el peronismo ya se había cansado de Moreno y le mandaba mensajes a Cristina para que lo tirara por la borda. El supersecretario de Comercio comprendió enseguida que su suerte estaba echada. El anuncio de renuncia fue el modo más elegante de vestir un despido que llenó de alivio a sus contendientes. Ya no habrá gritos en el gabinete. Ahora se impone el aroma inconfundible de la transición del poder.
El autor es Director Periodístico de El Cronista.
- 23 de enero, 2009
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- 5 de noviembre, 2015
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