El profesor que gana US$4 millones
The Wall Street Journal Americas
Kim Ki-hoon gana US$4 millones al año en Corea del Sur, donde es
conocido como un profesor estrella. Kim ha enseñado por más de 20 años,
todos ellos en las academias de tutorías privadas del país, conocidas
como hagwons. A diferencia de la mayoría de maestros en el resto del
mundo, sus ingresos dependen de la demanda de sus clases y Kim está en
demanda.
El surcoreano trabaja unas 60 horas a la semana enseñando inglés,
aunque apenas tres de esas horas las pasa dictando clases. Sus tutorías
son grabadas en video y vendidas en Internet a US$4 la hora. El resto de
la semana lo dedica a contestar preguntas en línea de estudiantes,
desarrollar programas de estudio y escribir libros didácticos y
cuadernos de ejercicios (unos 200 hasta la fecha).
"Cuanto más trabajo, más dinero gano", dice. "Eso me gusta".
Viajé a Corea del Sur para ver cómo funciona un libre mercado de
docentes talentosos, una parada en una gira mundial para descubrir lo
que Estados Unidos puede aprender de las demás superpotencias en
educación del mundo. Gracias en parte a estos servicios de tutoría,
Corea del Sur ha mejorado drásticamente su sistema educativo en las
últimas décadas y ahora supera habitualmente a EE.UU. Hace 60 años, la
mayoría de los surcoreanos eran analfabetos; hoy en día, los surcoreanos
de 15 años se ubican en el segundo lugar en pruebas de lectura del
mundo, detrás de los de Shanghai. El país tiene en la actualidad una
tasa de graduación de secundaria de 93%, en comparación con 77% en
EE.UU.
Los servicios de tutorías particulares
se están expandiendo por todo el mundo, desde Irlanda a Hong Kong.
Conocidos a veces como sistemas educativos en la sombra, siguen el
modelo tradicional, ofreciendo clases después de las jornadas escolares
en casi cualquier materia a cambio del pago de una tarifa. Pero en
ninguna parte han conseguido la penetración de mercado y la
sofisticación de las hagwons en Corea del Sur, donde ahora hay más
tutores privados que maestros de escuela.
Una mirada detallada muestra que este sistema es tan emocionante como
preocupante. Promociona el esfuerzo y la innovación entre los
estudiantes y los profesores, y ha ayudado a Corea del Sur a convertirse
en una potencia académica. Pero también genera una guerra de precios
por la educación, en la que los mejores servicios van hacia las familias
más ricas, sin mencionar siquiera el efecto psicológico que sufren los
alumnos. Bajo este sistema, los estudiantes básicamente van al colegio
dos veces: una vez durante el día y luego nuevamente por la noche en los
institutos de tutoría. Es una rutina implacable.
El grueso de los ingresos de Kim proviene de los 150.000 jóvenes que
siguen cada año sus lecciones en línea. (La mayoría son estudiantes de
secundaria que tratan de mejorar su puntaje en la prueba estandarizada
nacional para ingresar a la universidad). Su nombre equivale a una
marca, con toda la estructura que esto implica. Treinta personas
trabajan para él, ayudándolo a administrar su imperio educativo y a
dirigir la editorial que publica sus libros.
Llamar esto simplemente tutorías sería subestimar su escala y sofisticación. Megastudy, la
hagwon en línea para la que trabaja Kim, cotiza en la Bolsa de Corea
del Sur. Casi tres de cada cuatro niños surcoreanos participan en este
mercado privado. En 2012, sus padres gastaron más de US$17.000 millones
en estos servicios. Eso es más que los US$15.000 millones que los
estadounidenses gastaron en videojuegos ese año, según NPD Group, una
firma de investigación. El mercado educativo de Corea del Sur es tan
rentable que atrae inversiones de firmas de la talla de Goldman Sachs, Carlyle Group
y A.I.G.
Además de ganar dinero, hay lecciones que pueden
aprenderse de este auge del bazar educativo de Corea del Sur, lecciones
sobre cómo motivar a los maestros, cómo cautivar a los padres y
estudiantes y cómo adaptarse a un mundo cambiante.
Para encontrar a profesores estrella como Kim, los directores de las
hagwons navegan Internet, leyendo las reseñas de padres y mirando las
clases en línea de los maestros. Hagwons que compiten entre sí tratan
habitualmente de arrebatarse sus tutores más famosos. "Los profesores
realmente buenos son difíciles de retener, y difíciles de manejar. Es
necesario proteger sus egos", explica Lee Chae-yun, propietaria de una
cadena de cinco hagwons en Seúl llamada Myungin Academy.
La diferencia más radical entre las escuelas tradicionales y las
hagwons es que los estudiantes se inscriben para tomar clases con
tutores específicos, así que los más respetados tienen más alumnos. El
mercado privado de Corea del Sur ha reducido la educación a la variable
que es más importante: el profesor.
Es lo más parecido que puede encontrarse a una meritocracia, y es
casi igual de despiadada. En las hagwons, los tutores son agentes
libres. No necesitan estar certificados. No reciben prestaciones
sociales y ni siquiera un salario base garantizado. Su remuneración se
basa en su desempeño, que se mide en la cantidad de estudiantes que se
matriculan en sus cursos, el progreso de las calificaciones de sus
alumnos, y encuestas de satisfacción que responden los alumnos y sus
padres.
"Los estudiantes son los clientes", dice Lee. Para atraerlos, las
hagwons se esfuerzan en promocionar sus resultados. Publican en línea y
en gigantescos carteles en sus fachadas las calificaciones de sus
graduados y las cifras de aceptación universitaria.
Si los tutores reciben resultados bajos en los sondeos o captan pocos
estudiantes, generalmente son puestos en un período de prueba. Cada
año, Lee despide aproximadamente a 10% de sus instructores.
Toda esta presión crea incentivos reales para los maestros, al menos
según los alumnos. En una encuesta de 2010 en la que participaron 6.600
estudiantes de 116 escuelas secundarias llevada a cabo por el Instituto
Coreano de Desarrollo Educativo, los adolescentes otorgaron
calificaciones más altas a sus tutores de las hagwons que a sus maestros
regulares: los profesores de las hagwons estaban mejor preparados, eran
más dedicados a la enseñanza y respetaban más las opiniones de los
estudiantes, dijeron los jóvenes.
¿Pero aprenden los estudiantes más en las hagwons? Sorprendentemente,
es una pregunta difícil de responder. En todo el mundo, las
investigaciones no ofrecen una conclusión contundente, lo que sugiere
que la calidad de las clases extraescolares es más importante que la
cantidad. Y el precio está al menos ligeramente vinculado a la calidad,
lo cual es precisamente el problema. Los jóvenes más acaudalados pueden
costear clases individuales con los instructores más populares, mientras
que otros van a hagwons inferiores con clases mucho más grandes y una
instrucción menos confiable. Ocho de cada 10 padres surcoreanos aseguran
sentir presión financiera por los costos de las hagwons. Aun así, la
mayoría sigue pagando las cuotas, convencidos de que mientras más
gasten, más aprenderán sus hijos.
"La única solución es mejorar la educación pública", señala Kim, el
maestro millonario, al igual que el ministro de Educación del país y más
de una decena de docentes coreanos con quienes hablé. Si los padres
confiaran en el sistema, reza la teoría, no estarían dispuestos a pagar
por la enseñanza adicional.
Para forjar esta confianza, Kim sugiere subirles considerablemente el
sueldo a los profesores de las escuelas públicas en función de su
desempeño, como hacen las hagwons. De esta forma, la profesión podría
atraer a candidatos más capacitados y consumados.
Ningún país tiene todas las respuestas. No obstante, en una economía
global impulsada por la información, unas cuantas verdades se están
volviendo universales: los niños deben aprender a pensar de forma
crítica en matemáticas, lectura y ciencias; tienen que estar motivados; y
deben aprender a adaptarse, ya que lo van a tener que hacer el resto de
sus vidas. Estas exigencias requieren que las escuelas también cambien,
o el libre mercado lo hará por ellas.
Ripley es una académica Emerson de la New America
Foundation. Este ensayo es una adaptación de su libro 'The Smartest Kids
in the World — and How They Got That Way' (algo así como Los chicos más
inteligentes del mundo — y cómo llegaron a serlo), que será publicado
en EE.UU. el 13 de agosto por Simon & Schuster.
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