Margarita Barrientos, una nota

Cuanto mayores los espacios de libertad más
estrecho es el correlato con la caridad que, por definición, es
realizada con recursos propios, de modo voluntario y, si fuera posible,
de manera anónima. Los mal llamados “Estados benefactores” constituyen
una contradicción en términos y una degradación de la idea de
beneficencia para, en su lugar, echar mano a la violencia disponiendo
coactivamente del fruto del trabajo ajeno en cuyo contexto se destrozan
valiosos incentivos y crean clientelismo y dependencia. La noción de
solidaridad también se prostituye puesto que no hay tal cosa cuando se
recurre a la fuerza. Incluso, donde los impuestos son gravosos en
extremo se tiende a retraer el espíritu de la filantropía al endosar
todo a la responsabilidad de los gobiernos.
Hay una ajustada
vinculación entre la atmósfera de la libertad y la ayuda al prójimo: no
hay prácticamente lugar para ello en lugares como Cuba, sin embargo, con
todos los problemas del momento, en países como Estados Unidos
cualquiera sea la deficiencia es seguro que se encuentra un edificio en
algún lado para atender el problema a través de donaciones voluntarias.
En
mis charlas sobre el tema, cuando vienen las preguntas sobre quien
ayudará si no están presentes los aparatos de la fuerza consulto a la
audiencia quien estaría dispuesto a ayudar al vecino en problemas y
todos responden por la afirmativa. Parece que siempre son “los otros”
los desalmados y, por otra parte, si todos fueran malvados sería una
razón adicional para no otorgarles poder político.
El premio Nobel
en Economía Milton Friedman ha publicado trabajos donde muestra las
invariables corrupciones gubernamentales en programas que dicen ocuparse
de los pobres que en verdad los utilizan para sus desvaríos, por ello
concluye que “Los programas estatales de asistencia son un fracaso, a
los que de agrega el fraude y la corrupción”.
Es de gran interés
hurgar en la historia de muy diversos lugares para comprobar la
extraordinaria y benéfica inclinación a la ayuda al necesitado, lo cual,
como queda dicho, tiende a comprimirse en la mediad en que las
estructuras políticas irrumpen en la escena. Las asociaciones de
inmigrantes, los montepíos, las instituciones filantrópicas, cofradías,
casas de huérfanos, asilos de ancianos, servicios de salud y ayudas a la
escolaridad son típicas de las sociedades abiertas y tienden a
desaparecer en la medida en que invade la prepotencia estatal que al
mezclarse en esas áreas las paraliza y las revierte a situaciones
realmente lamentables.
Un ejemplo argentino de filantropía
propiamente dicha es el de Margarita Barrientos que proviene de una
familia de extrema pobreza, abandonada por su padre y a su vez madre de
diez hijos (nueve propios y uno adoptado). Dirige desde 1996 lo que
entonces bautizó como “Los Piletones” en base al barrio homónimo del
Bajo Flores, donde comenzó ofreciendo alimento a quince niños y hoy lo
hace a más de mil quinientas personas diariamente.
Además, está en
proceso un Centro de Capacitación para reencauzar a drogadictos y
alcohólicos en trabajos de electricidad, albañilería y carpintería y un
ejemplar Centro de Salud para la atención de quienes no pueden sufragar
las cuentas correspondientes.
La entidad de referencia recibe
notable cantidad de ayuda privada, muchas veces de desconocidos que solo
se aceran al efecto de dejar su contribución. La señora Margarita
Barrientos declara públicamente que “no se trata de aquellos que se les
cae la baba hablando de pobreza” sino de hacer “sin ayuda del gobierno”
que “en estos momentos el gobierno nacional hace más pobres y crea
vagos”.
También manifiesta que se le han arrimado políticos con la
pretensión de usar las treinta personas que trabajan con ella y todos
los beneficiados con sus admirables faenas para un variopinto y
archiconocido activismo a lo cual naturalmente se resistió. Es de desear
que no insistan con la politización de algo tan sagrado y meritorio
como lo que se lleva a cabo en Los Piletones. Es de esperar que los
políticos no intenten absorber y deglutir estas admirables tareas ni
pretendan capitalizarlas en provecho propio y la dejen a Margarita
Barrientos en paz para proseguir con su magnífico esfuerzo que cada vez
concita la atención de más gente.
Es sabido que el fondo de los
problemas deben ser resueltos a través de marcos institucionales
civilizados que en primer término respeten la propiedad privada, al
efecto de asignar los siempre escasos factores de producción del modo
más eficiente para maximizar las tasas de capitalización y de esa manera
elevar salarios e ingresos en términos reales. Esta receta fundamental
lamentablemente no se cumple en muchos lugares con lo que la pobreza se
extiende a pasos agigantados, situación que evidentemente no puede ser
suplida por la caridad ya que las posibilidades se acortan cuando la
pobreza abarca cada vez a sectores más amplios hasta que todos terminan
comiendo de tachos de basura cada vez más exiguos. Como ha expresado
Michael Novak, es imposible establecer un sistema en el que todos vivan
de la caridad ya que si nadie produce todo se desmorona.
De todos
maneras, son en verdad dignos de encomio aquellos que la pelean
cotidianamente para respaldar a los más débiles con esfuerzos propios y
no recurriendo a los aparatos políticos basados siempre en la fuerza
para succionar recursos de otros. Son los que siempre usan la tercera
persona del plural alardeando con micrófono en mano y en campaña
política, en abierto contraste con las Margarita Barrientos de nuestro
mundo que hablan en la primera persona del singular y hacen obras
formidables en cooperación voluntaria con sus semejantes. Hay que
celebrar entusiastamente la existencia de personas con esta solvencia
moral, esta extraordinaria perseverancia y bondad superlativa.
Estas
son historias que tienen lugar en distintas latitudes y que deben ser
resaltadas con vigor a pesar de los obcecados dogmáticos que no son
capaces de reconocer nada fuera de las tantas barrabasadas cometidas en
el ámbito del Leviatán, relatos dibujados e incrustados en la historia
oficial. Emilio Ocampo me ha hecho notar una sabia conclusión de Juan
Bautista Alberdi que puede generalizarse también a otros lares cuando se
trata de sopesar la valía de ciertos personajes: “Acostumbrado a la
fábula, nuestro pueblo no quiere cambiarla por la historia. Toma la
verdad como insulto”.
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