Venezuela: ¿Y la otra mitad?

Por Alvaro Vargas Llosa
Hay una
delgada frontera que separa la natural condolencia y obligación diplomática
hacia la familia, los subordinados y los partidarios de un gobernante fallecido
del panegírico fariseo. Varios gobernantes latinoamericanos respetables están
rozando esta frontera en estos días.
Diez
gobiernos latinoamericanos han decretado varios días de luto por Hugo Chávez;
la mayor parte de ellos le rinden homenajes normalmente reservados a próceres
de la independencia y otras guerras y aplauden sin reserva la violación
constitucional que se ha producido en la sucesión.
La más inmediata consecuencia de todo esto es ofender innecesariamente a las
víctimas del chavismo, lo mismo las directas (los familiares de los muertos,
los encarcelados, los expropiados, los enjuiciados y los exiliados) que las
indirectas: esa casi mitad del país que intenta desde hace varios años colocar
a Venezuela allí donde están hoy los mismos países latinoamericanos cuyos
líderes, habiendo hecho las cosas exactamente al revés de como las hizo Chávez,
hoy aplauden lo inaplaudible en casa ajena.
La segunda
consecuencia es ayudar a prolongar una de las dos peores tradiciones políticas
latinoamericanas: la del populismo autoritario (la otra es el militarismo de
derecha). Enviar el mensaje de que lo que conviene a América Latina es el
gobierno de los hombres providenciales en lugar del gobierno de las leyes no es
hacer una gracia pasajera, sino cohonestar a fuerzas muy activas que tienen
todavía atrapados a varios millones de ciudadanos bajo gobiernos muy distintos
a los que los panegiristas excesivos de Chávez representan.
Una tercera
consecuencia, ligada a la anterior, es que este comportamiento contribuirá a
prolongar un grave problema de escala continental: la ausencia de liderazgo
entre los buenos de la clase. La política regional ha estado en estos años
secuestrada por el grupo de países que representan la cara más fea de América
Latina, a pesar de tratarse de una minoría.
En parte lo
han logrado, porque Brasil lo ha permitido y en parte porque los otros -por
ejemplo los de la Alianza del Pacífico, es decir México, Chile, Perú y
Colombia- no se atrevieron a disputarle la iniciativa a Chávez. Si estos mismos
países mitifican al difunto líder y cohonestan nuevos atropellos en Venezuela
con una conducta que va más allá de las normales obligaciones diplomáticas, la
política exterior del conjunto de la región seguirá en las manos equivocadas.
Una de sus víctimas seguirá siendo la integración, hasta ahora muy insuficiente
en buena parte, porque los primeros de la clase practican el seguidismo en
lugar del liderazgo.
En medio de todo esto, hay que congratularse de que algunos gobiernos hayan
actuado con un poco más de prudencia y dignidad en estos días. El de España, el
latinoamericano de la otra orilla, ha sido uno de ellos. El mexicano ha sido
otro. El panameño, que en esto da señales a veces buenas y a veces no, también.
Pero se trata de excepciones.
Sería
delicioso, por cierto, que, en uno de sus giros traviesos que a veces hace la historia,
el señor Nicolás Maduro, entre ditirambos a su mitificado líder, empezara a
desmontar gradualmente su herencia, anunciando que dejará el cargo después de
un período, sacando de la cárcel a sus críticos, cancelando los procesos
administrativos y los juicios contra adversarios, dando garantías a los
exiliados para que regresen, privatizando lo que está estatizado y anunciando
una política de puertas abiertas al capital. Veríamos entonces a los mismos
panegiristas de Chávez que hoy nos destemplan los dientes al alabar la
“democratización”, la “modernización” y la “normalización” de Venezuela.
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