Nazismo y comunismo, hermanos de sangre
Libros – Libertad Digital, Madrid
El veinte,
siglo de la Megamuerte, estuvo marcado a fuego por el comunismo y el nazismo,
esas dos devastaciones desovadas por Vladímir Ilich Uliánov y
Adolf Hitler, "el hermano tardío de Lenin", al impecable decir
de François Furet.
Luciano
Pellicani lleva esos abominables nombres al título de este texto breve y
crucial que no se centra en esos abominables hombres sino en sus ideologías
mortíferas, engendros criminógenos amasados en el odio a la Libertad. Mi amigo
Juan Antonio me dice que en Italia lo pusieron como no digan dueñas. Ya sabía
yo que era bueno.
Ha hecho muy
bien Pellicani en empezar con las comparaciones, poner a los hermanos frente a
frente, re-citarlos, a ver si de una vez por todas se limpian el sí pero
de la boca los socorristas de la ideología de los Cien Millones de Muertos.
Lenin (a Stalin): "Purificaremos Rusia para mucho tiempo". Hitler:
"Purificar la nación del espíritu judío no es posible de forma
platónica". Lenin: "El paso del capitalismo al socialismo exigirá
largos dolores de parto, un largo periodo de dictadura del proletariado, la
destrucción de todo lo viejo, el aniquilamiento implacable de todas las formas
de capitalismo", la "liquidación" de la burguesía como clase
"al modo plebeyo, exterminando implacablemente a los enemigos de la
libertad". Hitler: la salvación de la raza aria pasa necesariamente por la
"abolición del estado de cosas existente" y la
"aniquilación" de los judíos y demás morralla subhumana. Lenin:
"Reharemos el mundo". Hitler: "Construiremos un mundo nuevo,
contra la degradación actual".
(…) el léxico
de Lenin, exactamente como el léxico de Hitler, es el de la parasitología: el
mundo se describe como un pantano infestado de "insectos nocivos"
–pulgas, chinches, vampiros, arañas venenosas, sanguijuelas; en una palabra,
no-hombres– que deben ser exterminados recurriendo a los medios más brutales y
despiadados. Y, en efecto, la ferocidad de los métodos de tortura escogidos por
los bolcheviques sólo puede compararse con la de los nazis. (pág. 59)
La comparación
no es que sea posible, es que es necesaria. Porque el nazismo no se explica sin
el comunismo, al que admiró y emuló y con el que compartía casi todos los
odios. Nazis y comunistas se entremataron con tremenda saña porque se sabían
hermanos.
Hitler:
"Las personas no nacen socialistas, sino que ante todo hay que enseñarles
cómo hacerse tales". El execrable Goebbels: "Nosotros somos
socialistas (…), somos enemigos, enemigos mortales del actual sistema
económico capitalista, con su explotación de quien es económicamente débil, con
su injusticia en la redistribución". Hitler: "Yo no soy sólo el
vencedor del marxismo, sino su realizador". Simone Weil: el virus
ideológico nacional-socialista fue "extraordinariamente contagioso, en
particular en el partido comunista", debido a su composición
"violentamente anticapitalista". Las filas de las SS y las SA estaban
repletas –según un informe encargado por la propia Reichswehr– de sujetos cuyo fin último
"seguía siendo el bolchevismo". Gustav Krupp: lo de las SA es
"una especie de bolchevismo con botas pero sin cerebro". Kurt von
Schleicher, último canciller de Weimar: el programa nazi "apenas era
distinto del puro comunismo". Hitler: "Podemos admirar sin reservas a
Stalin. Es realmente alguien. Conoce a la perfección a sus maestros, empezando
por Gengis Khan. Sus planes económicos tienen una amplitud que sólo nuestros
planes cuatrienales superan". Gorki: "El odio de clase debe
cultivarse mediante el rechazo orgánico del enemigo, en cuanto inferior. Mi
convicción íntima es que el enemigo es cabalmente inferior, un degenerado en el
plano físico, pero también moral". Gorki: "Supongo que la mayor parte
de los 35 millones de hambrientos [por causa del comunismo de guerra] morirá,
pero morirá la gente semisalvaje, estúpida y oscura de los pueblos rusos (…)
y será sustituida por una nueva raza de personas instruidas, razonables, llenas
de energía". Zinoviev, en el mero Año I de la Revolución Bolchevique (1918):
"Debemos ganar para nuestra causa a 90 de los 100 millones de habitantes
de la Rusia soviética. En cuanto a los demás, nada tenemos que decir: deben ser
aniquilados".
En el
memorándum secreto de 1940 titulado Reflexiones sobre el tratamiento de los
pueblos de raza no germánica del Este, Himmler –a quien Hitler encargó la
tarea de "limpiar el nuevo imperio"– se limitó a manifestar la
convicción de que "el concepto de judío se extinguiría completamente
mediante la posibilidad de una emigración masiva de los judíos a África o a
cualquiera otra colonia". Pero, tras "estudiar atentamente y copiar
en muchos aspectos las instituciones concentracionarias soviéticas", se
abrió ante sus ojos una nueva y "emocionante" perspectiva: adoptando
los métodos ensayados con éxito por Stalin, se podía exterminar a millones de
seres humanos. Y así se ideó, a imagen y semejanza del genocidio de clase,
el genocidio de raza. (pág. 61)
La Megamuerte.
Para llegar a Auschwitz hubo que pasar por Kolymá.
***
Es éste el
libro perfecto para los indignados. Para que se lo hagan mirar. "Muchos
que se consideran infinitamente por encima de las aberraciones del nazismo y
que odian sinceramente todas sus manifestaciones se afanan a la vez por ideales
cuyo triunfo conduciría directamente a la tiranía aborrecida": Hayek, en
otro con el que también ya tardan, Camino de servidumbre. Cómo hablaban los
nazis –y sus hermanos mayores, los bolcheviques– contra "la economía del
beneficio", contra "las formas modernas del comercio privado";
contra la sociedad burguesa, "entregada sólo al comercio y a los
negocios"; ¡contra "la tiranía del interés"! El capital tenía
que estar "al servicio del Estado" para que no se convirtiera en
"el amo de la Nación". Hoy, cómo habla Cayo Lara; y tantos que andan
desolados porque no son
más ni mucho menos mejores que la gente –aquí tuercen el gesto–
"decente".
Hitler y Lenin,
el nazismo y el comunismo estaban hermanados en el odio a muerte al dinero que
nos libera del trueque excluyente y miserable, engrasa el ascensor de la
movilidad social e iguala en un mismo billete al rico con el pobre; al interés,
que da al que no tiene y a todos premia (¡esto no es un juego de suma cero!);
al mercado, que somos usted y yo, querido lector, y todos y cada uno de
nuestros semejantes queriendo vivir mejor, para lo cual necesitamos ayudarnos
los unos a los otros, servirnos bien, utilizarnos. A la sociedad civil. A las
democracias liberales. A la Libertad. Al Hombre.
No sólo.
Se trataba de
refundar el mundo.
Asesinaron a
Dios para suplantarlo. Que nada quedara del pasado. Ni del futuro. Tampoco por
tanto del Tiempo. Llegaron Ellos.
Llegaron con
sus secuaces, los despojos humanos que vomitaron las trincheras de la espantosa
Gran Guerra; "hombres despiadados –escribe Pellicani–, llenos de
agresividad y resentimiento, para los que la vida –la propia como la de los
demás– tenía escaso valor"; "hombres –escribió Hitler– que sin
saberlo han encontrado en el nihilismo un último credo. (…) llenos de odio
contra toda autoridad, su inquietud y desasosiego sólo encuentran satisfacción
en la actividad revolucionaria concebida de modo permanente como destrucción de
todo lo que existe". De nuevo Pellicani:
La guerra, al
producir hombres "impregnados de la psicología de la trinchera", creó
el escenario ideal para el éxito de la llamada revolucionaria a las armas
contra la civilización liberal lanzada por los "terribles
simplificadores" en nombre de la Clase, de la Nación o de la Raza. Y así
esas ideas nihilistas y palingenésicas, que antes habían sido patrimonio de
pequeños grupos de ideólogos y de activistas, condenados por su extremismo a la
marginalidad, cobraron casi de golpe un irresistible poder radiactivo. (págs.
36-37)
***
Hay mucho más
en este librazo de 154 páginas. La demolición del mito de que el nazismo fue
hijo y siervo del gran capital o de la burguesía. La distinción entre fascismo,
por un lado, y nazismo y comunismo, por el otro: el fascismo fue un
"bolchevismo imperfecto" (y por tanto un "mal menor") y
Mussolini, "un revolucionario a medias" o –al decir de Kautsky–
"la caricatura de Lenin". La aseveración, precedida de una cuidadosa explicación,
de que "la única revolución que merece la cualificación de totalitaria ha
sido la comunista". Las muy sustanciosas notas a pie de página, algunas
demoledoras para determinadas vacas sagradas ("Hay que preguntarse si
Hobsbawm ha hojeado jamás las obras de Lenin", dice la 9 de la página
128).
Háganse un
favor: no se lo pierdan.
Luciano Pellicani: Lenin y Hitler. Los dos rostros del
totalitarismo. Unión Editorial (Madrid), 2011, 154 páginas.
Prefacio de Fernando Díaz Villanueva. Traducción de Juan Marcos de la
Fuente.
Mario Noya, jefe de Suplementos de Libertad Digital.
- 23 de enero, 2009
- 25 de mayo, 2025
- 9 de abril, 2021
- 2 de junio, 2025
Artículo de blog relacionados
- 26 de abril, 2009
- 8 de agosto, 2008
El Colombiano, Medellín La cantidad de líneas de telefonía móvil en el mundo...
6 de octubre, 2009- 2 de diciembre, 2008