La clase política
En cualquier parte del mundo, todo Gobierno está formado por una
minoría organizada que rige los destinos de una mayoría desorganizada.
Esta minoría es la que conocemos como la clase política, el grupo elite
que tiene la responsabilidad de conducir las políticas públicas de una
nación. Si consideramos la política como el arte de administrar de
manera íntegra y eficientemente la cosa pública en beneficio del bien
común, estaríamos de acuerdo que los políticos son personas con mucho
liderazgo, capacidad, experiencia profesional, responsabilidad y altos
ideales.
En nuestro país, como en muchos más de la región, pensar
en dedicarse a la política no es visto como una noble aspiración. Por el
contrario, genera cierto escepticismo sobre las verdaderas intenciones
que alguien pueda tener. Esto es el resultado del mal ejemplo de muchas
personas, que con sus acciones han dañado y siguen dañando la imagen de
la clase política salvadoreña. Si bien es cierto, hay excepciones, el
concepto generalizado de la población sobre los dirigentes políticos
dista mucho de ser el mejor. De esta manera, individuos que tienen las
calificaciones y el deseo de aportar, simplemente mejor desisten ante la
oscura realidad.
La conocida frase: "Cada pueblo tiene los
gobernantes que se merece", es digna de ponerla en tela de juicio porque
al hacer una evaluación entre una muestra del político salvadoreño y un
ciudadano salvadoreño, seguramente que el ciudadano quedaría muy arriba
en una escala que mida valores como la integridad, laboriosidad,
espíritu de servicio y compromiso con el país. Esta es una razón
importante para que la población no se resigne a ser gobernada por
quienes buscan obtener el poder para servirse en lugar de servir, o para
convertirse en funcionarios públicos y no servidores públicos.
Si
se observa la brecha que existe entre el deber ser de una clase
política comprometida con el país versus la realidad de una buena parte
de la que se tiene, surge la pregunta de cómo podrá salir adelante El
Salvador si las personas que están manejando el país no son las más
indicadas; si no existen los acuerdos mínimos de nación que tracen la
hoja de ruta para al menos quince o veinte años, si en cada elección se
tienen que jugar los pilares institucionales del país entre posiciones
extremas.
Pero la inquietud de fondo que más preocupa y menos
ocupa es: ¿cuándo las personas más capaces, patriotas y honestas se
involucrarán en la política para enaltecerla y mostrar que sí es posible
gobernar con eficiencia, probidad y visión de largo plazo?
Los
estudiantes, académicos, trabajadores, empresarios, comunicadores,
organizaciones no gubernamentales, tanques de pensamiento y gremiales
que conforman la sociedad civil poseen un gran poder que debe ser
empleado con más fuerza para hacer contrapeso ante los abusos y
desaciertos de los gobernantes. Thomas Jefferson no se equivocó al
decir: "cuando la gente le teme al Gobierno, hay tiranía; cuando el
Gobierno le teme a la gente, hay libertad". La democracia merece ser
defendida y la clase política debe de estar consciente que los
salvadoreños hoy más que nunca están observando y atentos del acontecer
nacional.
Es necesario ir migrando de la apatía al entusiasmo, de
la indiferencia al sentido de pertenencia, del análisis de pasillo a
las propuestas, y más importante, a las acciones. El criterio de los
salvadoreños es amplio, el amor por el terruño querido es grande y el
anhelo de que el país salga adelante es inmenso. Por eso, lentamente
pero con paso seguro, la sociedad civil seguirá tomando más consciencia
de su rol y del adagio popular que pregona que si la ciudadanía no se
ocupa de la política, la política se ocupara de ella.
El autor es colaborador de El Diario de Hoy.
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