Marco Rubio y su marcha a la Casa Blanca
El
senador Marco Rubio quiere ser presidente de Estados Unidos. No se
trata de un deseo descabellado. El hecho de que su partido lo hubiera
elegido para responder al discurso de Obama prueba que hay mucha gente
influyente que lo acompaña en esa aspiración. Creen en él.
¿Cuáles son sus “ventajas comparativas” para la batalla electoral?
Es joven, pero con una larga
experiencia que incluye la presidencia del Congreso en Florida. Es un
abogado elocuente. Es hispano bilingüe y bicultural, lo que quiere decir
que el mainstream no lo rechaza mientras los hispanos pueden
verlo con simpatía, aunque no sea mexicano, grupo que acapara al 70% de
la etnia. Es cristiano, circunstancia que acaso lo ayuda entre ciertas
personas creyentes. Es conservador a la manera reaganiana, es decir,
desconfía de la capacidad del gobierno para beneficiar a los individuos.
Tiene fama de ser un hombre de familia y está dotado de una
personalidad agradable.
Su biografía, además, casa perfectamente con la historia del americano self-made-man
que viene de un hogar de inmigrantes pobres y escala la ladera social
por medio del trabajo y los estudios. Su triunfo dentro del partido
contra el candidato natural, el gobernador Charlie Crist, y luego su
exitosa batalla por llegar al senado federal, lo acreditan como alguien a
quien hay que tomar en cuenta. Sabe jugar sus cartas con destreza, pero
también con rudeza si es necesario.
¿Cuáles son los factores que tiene
en contra? Su partido republicano, en general, ha decidido controlar la
entrepierna de los norteamericanos y se las ha arreglado para
enfrentarse a las mujeres que desean tener el control sobre su propio
cuerpo –léase el derecho a interrumpir el embarazo–, y a los
homosexuales y lesbianas, a quienes les regatea el derecho a contraer
matrimonio, o les niega a gays y lesbianas el derecho a formar parte de
las fuerzas armadas mientras, simultáneamente, proclaman su orientación
sexual.
En el terreno económico, su
partido republicano, además de ser percibido como antiinmigrante, se ha
dejado colocar la etiqueta de ser un club de blancos ricos, insensibles a
las necesidades de los pobres, y enemigos de los intereses de los
pensionados, a quienes les van a quitar o disminuir el seguro médico o
la jubilación, en lugar de presentarse, como en la era de Reagan, como
el partido proinmigrante que sabía cómo se creaba la riqueza y cómo se
malgastaba.
Esta limitación de los
republicanos se confirmó claramente durante las últimas elecciones. El
90% del tiempo, el candidato Romney se vio obligado a defender sus ideas
y propuestas, como si él fuera el mandatario, mientras el presidente
Obama no tenía que explicar su obra de gobierno, ni la enorme deuda
pública, ni el pobre desempeño del mercado laboral, porque su hábil
maquinaria de comunicación había convertido al Partido Demócrata en una
institución compasiva defensora de los más necesitados. El problema eran
las supuestas ideas de Romney, no la obra de gobierno de Obama.
En todo caso, el factor más
importante para entregarle o negarle a Marco Rubio la Casa Blanca, no
serán sus virtudes personales, y ni siquiera la buena o mala imagen del
republicanismo, sino el desempeño de los demócratas en este segundo
periodo de Obama.
Lo que hizo presidente a Reagan en
1981 no fueron su simpatía, ni su experiencia como gobernador de
California, ni el poder de sus ideas neoconservadoras basadas en la
visión de Hayek y Friedman. Fue el desastre del gobierno de Jimmy
Carter, a quien casi todo lo hizo o le salió mal, desde la inflación,
hasta el secuestro de los norteamericanos en Teherán, pasando por el
espasmo imperial de Moscú en Afganistán. Como suelen decir los
españoles: si compraba un circo, le crecían los enanos.
La política tiene ese componente
siniestro: las posibilidades del candidato aumentan o disminuyen con la
suerte del gobernante anterior. Romney no resultó electo porque al
gobierno de Obama, en realidad, no le había ido tan mal (búsquese en
Google The Keys to the White House). A Marco Rubio, como a
cualquier opositor, le conviene que se hunda su adversario. Si eso
sucede, y si logra modificar la percepción de su partido, puede ser el
primer hispano que ocupe la Casa Blanca. Llegaría al poder a bordo del
fracaso de Obama. Como Reagan.
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