Sin libertad de prensa no hay libertad
Todos los tiranos y tiranuelos del globo
siempre apuntan a restringir y eliminar la expresión libre en medios de
comunicación. Con o sin votos, los megalómanos no resisten la crítica
puesto que se consideran iluminados y los que se oponen a semejante
pretensión son vituperados, perseguidos y silenciados por los comisarios
del pensamiento. La petulancia y la soberbia de estos mequetrefes es
ilimitada y la búsqueda de todas las artimañas posibles nunca alcanza
para la mordaza.
He escrito en varias oportunidades sobre este
tema vital (la última en “La Nación” de Buenos Aires el 10 de abril del
corriente año bajo el título de “Asalto a la libertad de prensa”), pero
es menester insistir dada la cantidad creciente de amenazas que se
ciernen a diario en distintas partes del mundo.
Es sabido que
Thomas Jefferson, dada la importancia superlativa que le atribuía al
asunto, ha escrito que “ante la alternativa de un gobierno sin prensa
libre o prensa libre sin gobierno, me inclino decididamente por esto
último”. También es sabido que los sicarios del Leviatán desbocado no
argumentan, apuntan a la aniquilación del pensamiento y la consiguiente
expresión del mismo so pretexto de que ideas distintas a las oficiales
“son desestabilizadores”, “afectan el orden público”, “comprometen la
seguridad del Estado”, “invaden secretos de Estado” y sandeces
similares.
Puede resumirse el asunto aquí tratado en el siguiente
decálogo. Primero, absolutamente todo debe permitirse que se exprese lo
cual no es óbice para que los que se sientan damnificados de algún modo
recurran a la Justicia para su debida reparación. De lo que se trata es
de abrogar toda posibilidad de censura previa. Segundo, lo anterior
incluye ideas consideradas disolventes, las cuales deben ser discutidas
abiertamente pero nunca aplicar criterios inquisitoriales. Tercero, no
deben existir agencias oficiales de noticias al efecto de evitar la
tentación de utilizarlas políticamente.
Cuarto, el espectro
electomagnético y las señales televisivas (y las respectivas
definiciones de los anchos de banda) deben asignarse en propiedad y
eliminar la peligrosa figura de la concesión. Quinto, los gobiernos no
deben contar con medios de comunicación estatales ni involucrarse en
relación alguna con la prensa oral o escrita, lo cual naturalmente
excluye también -por la consiguiente incompatibilidad- a proveedores del
gobierno. Sexto, no debe existir organismo de control de ningún tipo
incluido los llamados horarios para menores en un contexto de satélites
que toman señales de muy diversos husos horarios, situaciones que quedan
reservadas a los padres y a las codificaciones y limitaciones de los
propios medios.
Séptimo, afecta la libertad de prensa el
establecerse topes monetarios para la financiación de campañas
electorales puesto que la independencia de los gobiernos respecto a
pretendidos empresarios que esperan favores a cambio debe ser por la vía
institucional a través de la preservación de las respectivas
independencias en un sistema republicano a través de normas compatibles
con el derecho para evitar la cópula entre el poder y el mundo de los
negocios. Octavo, bajo ningún concepto se debe promulgar una “ley de
medios” ya que esto significa restringir la libertad de prensa, lo cual
también excluye la posibilidad de efectuar distinciones entre capital
extranjero y el nacional. Noveno, la red de Internet debe quedar al
margen de las garras gubernamentales, del mismo modo que los operadores
de cable. Y décimo, el cuarto poder bajo ninguna circunstancia debe
estar obligado a revelar sus fuentes de información.
El
conocimiento está disperso entre millones de personas y para sacar
partida de ello es necesario que las puertas y ventanas se encuentren
abiertas de par en par para que cada uno exprese libremente su punto de
vista al efecto de los fértiles intercambios de ideas y para dar lugar a
eventuales refutaciones de las corroboraciones siempre provisorias.
La
libertad de prensa o libertad de expresión significa eso y
simultáneamente hace de contralor insustituible al poder de turno, al
tiempo que informa de los actos de gobierno a la población en un proceso
abierto de competencia. Quienes estimen que pueden imprimir o decir de
mejor manera lo pueden hacer instalando otro medio (y si no disponen de
los recursos necesarios los reclutan en el mercado si es que lo que
proponen resultara atractivo y viable).
Uno de los argumentos que
usan los aparatos estatales para controlar los medios es el imputarles
una situación de monopolio (o, en su defecto, de “posición dominante”)
cuando, en verdad, los que ocupan circunstancialmente el poder son los
que cobijan la idea de ser ellos los monopolistas de la información, con
la diferencia que lo hacen recurriendo por la fuerza a los dineros de
los contribuyentes.
Conviene en este sentido clarificar el tema
del monopolio cuya única situación dañina es cuando lo detenta el
gobierno -en este caso respecto a la prensa- o cuando la legislación lo
otorga a un operador del sector privado. En un sentido más general debe
precisarse que el monopolio es consubstancial al progreso puesto que si
hubiera una ley antimonopólica la innovación quedaría clausurada y la
humanidad no hubiera pasado del garrote ya que el primero que ensayó el
arco y la flecha era monopolista, concepto que modernamente se aplica,
por ejemplo, a los que introducen nuevas computadoras, novedosos
medicamentos etc.
Se ha dicho que el monopolista cobra el precio
que decidan sus dueños, lo cual no es correcto: cobra el precio más alto
que puede del mismo modo que lo hacen todos los comerciantes y están
también limitados por la elasticidad de la demanda y dependerá del
producto de que se trate puesto que las ventas del monopolista de
tornillos cuadrados probablemente sea cero. En todo caso, el mercado
siempre debe estar abierto para que cualquiera desde cualquier punto del
planeta -y sin ninguna restricción- pueda competir en caso que se
estime atractivo el reglón en cuestión (lo cual también limita la idea
de “posición dominante” en un mundo globalizado y competitivo por las
noticias).
Cuando se hace alusión a la competencia no se está
definiendo a priori cuantos proveedores de cierto bien o servicio debe
haber, pueden existir miles, uno o ninguno (y las situaciones no son
irrevocables sino cambiantes), como queda dicho el tema crucial es que
el mercado se encuentre abierto y libre de trabas de toda índole para
que, en nuestro caso, cualquiera que contemple un proyecto periodístico
lo pueda ejecutar (lo cual, claro está, no garantiza su éxito).
Al
efecto de tender a la pluralidad de voces es también indispensable que
el mercado se encuentre totalmente abierto, no solo en cuanto a lo que
en esta nota dejamos consignado, sino a la libertad plena de incorporar
la tecnología que se considere conveniente y comerciar con quienes
ofrecen las mejores condiciones, independientemente del lugar geográfico
en que se encuentren. Surge un silogismo de hierro en esta materia: si
no hay libertad de prensa con sus denuncias, críticas y límites al
poder, el Leviatán se hace más adiposo y grotesco, ergo, corroe, deglute
y destroza las libertades individuales.
Si se adoptan actitudes
timoratas, por ejemplo, en cuanto a mendigar la distribución de pautas
publicitarias que reparte una agencia oficial de noticias, en lugar de
pedir su abolición se está en verdad negociando la cadena de la
esclavitud pidiendo que el amo la alargue lo cual es un signo de
sometimiento que trae aparejados avances adicionales sobre las
autonomías individuales.
Si se adopta una actitud vacilante frente
a los atropellos a la prensa, en lugar de enfrentarlos en su raíz
autoritaria se terminará promulgando una constitución como la soviética
del 31 de enero de 1924 en la que se lee que “Para garantizar una
verdadera libertad de opinión, la República Socialista Federal Soviética
elimina la dependencia de la prensa capitalista…” concepción que va
junto a la meticulosa descripción orwelliana del Ministerio de la
Verdad. Desafortunadamente en la actualidad hay muchos ejemplos de
gobernantes desaforados que la embisten contra la libertad de expresión y
la democracia. Solo para citar un ejemplo veamos lo que dijo el
Presidente de Ecuador, Rafael Correa, en Canal Uno, en el programa de
Andrés Carrión, el 26 de agosto de 2007: “¿Qué es la libertad de
expresión? Que ahora llamen al Presidente ignorante…perdóneme, si eso es
libertad de expresión yo no estoy de acuerdo con esa libertad de
expresión. Se lo digo muy claramente: si eso es democracia, yo no estoy
de acuerdo con la democracia”.
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