La guillotina horizontal

La
manía por el igualitarismo no percibe el daño causado, especialmente a los más
necesitados. Como los recursos no crecen en los árboles y son limitados en
relación a las necesidades, las directivas en cuanto a la asignación de
ingresos que establecen con sus compras los consumidores en el supermercado y
equivalentes quedan contradichas con la llamada redistribución. Esto último implica volver a distribuir por la
fuerza
lo que distribuyó pacífica y voluntariamente la gente, lo cual significa
derroche de capital que, a su vez, se traduce en reducción de salarios puesto
que éstos dependen de las tasas de capitalización.
En
este contexto, el cuadro de resultados en las empresas muestra quiénes dan en
la tecla con lo que demandan los consumidores y quienes yerran. Los primeros
obtienen ganancias, mientras que los segundos incurren en quebrantos. Esto,
desde luego, no tiene lugar cuando los empresarios se convierten en cazadores
de privilegios y operan bajo el amparo del poder. En este caso, las ganancias
no se deben a una adecuada atención a los requerimientos de la gente sino a los
requerimientos de los amigos del poder. Estos operadores no son estrictamente
empresarios sino ladrones de guante blanco que explotan a sus congéneres, sea
vendiendo más caro, de calidad inferior o las dos cosas al mismo tiempo.
Como
queda dicho, cuando los procesos de mercado son libres y competitivos, las
diferencias de rentas y patrimonios surgen como consecuencia de los votos de la
gente en el plebiscito diario del supermercado y similares. Consecuentemente,
todo intento de limar o reducir esas diferencias se traducen en efectos
negativos, especialmente para los relativamente más pobres. Por otra parte, las
cruzadas igualitaristas presuponen que la riqueza no es un proceso dinámico y
creativo sino uno de suma cero.
Ahora
veamos un tema crucial íntimamente vinculado al igualitarismo y es que si se
encara de modo riguroso resulta imposible de llevar a la práctica, en cuyo
contexto deben tomarse en cuenta cuatro elementos esenciales. Primero, debido a
que la revolución marginalista en economía demuestra que las valorizaciones son
subjetivas no puede nivelarse con criterios que provienen desde fuera del
sujeto en cuestión. Segundo, aunque cada cual dijera la verdad respecto a sus
valorizaciones, como no pueden efectuarse comparaciones intersubjetivas tampoco
es posible llegar a un criterio igualador.
Tercero,
aun suponiendo que lo anterior fuera posible no hay parámetro objetivo para
llevar a cabo la igualación ya que la misma intervención estatal
desfigura los precios. Y cuarto, si desatendemos todo los anteriores
obstáculos, el aparato de la fuerza agresiva debe emplearse permanentemente al
efecto de evitar que cada uno use y disponga de sus bienes repartidos de un
modo distinto, lo cual volvería a mostrar las desigualdades que según este modo
de pensar habría que combatir.
En resumen, el igualitarismo no solo es malsano en cuanto a sus efectos
sociales, es rigurosamente imposible de llevar a la práctica y significa un
esquema autoritario sin solución de continuidad.
- 23 de julio, 2015
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