Relaciones humanas y personalidad

Voltaire decía que “no hay mejor manera de
quedar mal con todos que el pretender quedar bien con todos”. En
realidad, el examen supremo de cada uno es el espejo: uno debe verse con
la tranquilidad de consciencia de pensar y actuar según los parámetros
del bien sin dejarse arrastrar por la opinión mayoritaria, ni de lo que
está de moda, ni “lo políticamente correcto”. Al mismo tiempo, para
llegar a las propias conclusiones es indispensable contar con una mente
abierta que preste debida atención a contribuciones fértiles, incluso
las que refutan lo que estimábamos conveniente.
Parece entonces
que hubiera una tensión entre el pensamiento y la conducta que se
considera correcta por un lado, y por otro la opinión y los
procedimientos de muchos de los congéneres. Efectivamente, esto es así
pero con buenos modales y adecuada educación uno no debe torcer el rumbo
con la intención de quedar bien puesto que así no solo se queda mal con
la propia consciencia amputando la propia personalidad, sino que, en
definitiva, como enseña Voltaire, se queda mal con otros ya que, en
última instancia, no es respetada la conducta errática según vayan los
vientos del momento. Esta es la gente “fácil” que se amolda a cualquier
cosa aunque signifique la traición a valores y principios que el sujeto
en cuestión sabe son los que corresponden.
Una vez consignado lo
dicho, debe señalarse que para establecer relaciones con otras personas
que no vulneran los referidos valores y principios sino que hacen a la
convivencia, debemos interesarnos por lo que estima la persona o las
personas con las que intentamos la relación. Dale Carnegie en el clásico
Como ganar amigos e influir sobre las personas ejemplifica con la
pesca: al pescador pueden gustarle las frutillas con crema pero el pez
rechazaría esa carnada de modo que, si se quier lograr el objetivo, lo
relevante es lo que le atrae al pez. En el mismo sentido, Adam Smith en
La riqueza de las naciones escribe un conocido y muy citado párrafo
donde alude al carnicero que no obtiene sus ingresos como consecuencia
de hablar de sus gustos personales sino que se dirige a los intereses de
su consumidor potencial.
Ya hemos escrito antes sobre el
significado del individualismo que se traduce en el respeto a las
autonomías de cada cual, en cuyo contexto se hace indispensable la
cooperación social libre y voluntaria entre las partes al efecto de
obtener beneficios recíprocos. Esto último incluye la necesidad de
trabajar en equipo, lo cual requiere destreza y buena voluntad. Tom
Morris en su obra titulada If Aristotle Ran General Motors que se
refiere a la capacitación de la fundamentalísima área de recursos
humanos en la empresa, muestra la compatibilización del individuo y el
equipo basado en objetivos y metas compartidas. En este sentido escribe
que “El trabajo en equipo no es la mentalidad del rebaño que conduce a
caminos que se siguen servilmente en direcciones equivocadas, subrayando
la conformidad y la obediencia ciega a ordenes autoritarias. Es
precisamente lo opuesto, consiste en un estado mental y procederes en
los que los individuos se asocian con sus colegas para llevar a cabo
tareas que no pueden realizar en soledad […] una apertura mental y un
deseo de mutua corrección y aprendizaje […] que fuerzan a pensar
distinto a lo rutinario”. Esta “diversidad en unidad” que postula Morris
la efectúa en el contexto de un concepto de competencia muy productivo
dentro de la empresa, cual es el competir con uno mismo: todos los días
tratar de ser mejor que el día anterior, y en esta línea argumental
tener en cuenta que no significa mucho simplemente ser mejor que el
vecino.
Para ser mejor persona y estar en condiciones de colaborar
en equipo es necesario domar y cultivar la propia personalidad. Laura
Schlessinger nos dice en How Could You do That? The Abdication of
Character, Courage and Consciense que “preguntar que sentido tiene la
vida revela que no se le otorga sentido puesto que no es la vida que da
sentido al hombre sino éste a la vida” y cita un autor anónimo quien
concluye de este modo sus observaciones: “Vigile sus pensamientos porque
se convierten en palabras. Vigile sus palabras porque se convierten en
actos. Vigile sus actos porque se convierten en hábitos. Vigile sus
hábitos porque se convierten en su carácter. Vigile su carácter porque
se convierte en su destino”. El mensaje bíblíco reza que somos nuestros
pensamientos, de modo que para resumir los consejos del autor anónimo y
saltearnos las etapas intermedias, los pensamientos de cada cual se
convierten en su particular destino.
Al mismo tiempo, para el
trabajo en equipo o para cualquier intercambio con el prójimo se hace
necesario dedicar el suficiente empeño a la buena comunicación. Como las
mentes no trabajan como un scaner en el sentido de recibir mensajes tal
cual fueron enviados, hay un proceso de interpretación según sea el
esqueleto conceptual del receptor y del emisor. Por eso es que
especialistas en hermenéutica y profesores de oratoria ponen tanto
énfasis y esmero en la importancia de la buena comunicación al efecto de
evitar malos entendidos y, consecuentemente, sortear problemas en las
relaciones interpersonales.
John Powell, al aludir a la
comunicación en Will the Real Me Please Stand Up? parte del texto
inserto en el primer acto de la tercera escena de Hamlet donde Polonio
asevera que “Esto antes que nada: sed honesto contigo mismo” y a
continuación Powell escribe que “es obvio que si no me digo a mi mismo
la verdad, no puedo decirle la verdad a otro. No puedo decirle a otro lo
que no me digo a mi mismo […] Si me estoy traicionando, naturalmente
traicionaré a otros”.
Del mismo modo que una persona que se odia a
si misma es incapaz de amar a otra (puesto que amar produce deleite al
sujeto que ama como meta final del amor, y el medio es hacer el bien al
amado), de la misma manera, para lograr buen contenido en la
comunicación sincera y abierta, se requiere que quien comunica, como
condición para estimar al destinatario debe estimarse a si mismo.
Nathaniel Branden en Honoring the Self sostiene que “la barrera más
potente para la felicidad es suponer que la propia felicidad no es un
objetivo loable” en cuyo análisis distingue claramente el individualismo
que separa del narcisismo que considera bloquea la posibilidad de
cooperación y, por tanto, de mejora del propio narcisista. Decimos
nosotros que en este tema puede establecerse un correlato con el llamado
“autoabastecimiento” forzoso de cierto bien en cierto país, lo cual
niega las bases del comercio ya que encarece la producción y,
consecuentemente, reduce el nivel de vida de los “autoabastecidos”. El
intercambio interindividual descansa en la complementariedad y las
ventajas y conocimientos cruzados y no en el narcisismo pretendidamente
autoabastecedor. Esta es la razón de ser de la vida en sociedad. La
cooperación social mejora las condiciones espirituales y materiales de
vida.
Lo dicho no significa condenar a quien desea mantenerse
aislado. Todas las conductas que no afecten derechos de tercero deben
ser respetadas, San Pedro de Alcántara, por ejemplo, era un asceta que
decidió recluirse en soledad a rezar sin establecer contacto con sus
congéneres. Carl Rogers en su libro On Becoming a Person subraya la
complejidad del proceso vital por lo que aconseja “simplemente ser uno
mismo y dejar que otros sean ellos mismos” sin forzar la mano a nadie.
Edward de Bono dice en La felicidad como objetivo que el respeto
recíproco es la clave ya que “el acento puesto en el yo protege su yo
pero también protege los otros”. También, como parte de la felicidad, la
autoeducación y la higiene personal es necesario cultivar la capacidad
de reírse de uno mismo, tal como reza el proverbio chino: “Benditos sean
aquellos que se ríen de si mismos puesto que nunca dejarán de
divertirse”.
Las relaciones humanas tienen indudablemente sus
bemoles y, por eso, hay que administrarlas con cuidado sin abdicar de la
propia personalidad. Uno de los problemas mayores es la falta de
integridad y coraje por mantener las propias convicciones frente a las
avalanchas de opiniones en contrario. La importancia del “courage to
stand alone” que repetía Leonard Read. También es cierto que cuanto
menos cultivada una mente más fácil le resultará llevarse bien con el
común denominador y viceversa, lo cual naturalmente no debe conducir a
que se renuncie o mutile la propia personalidad en aras de una mejor
convivencia puesto que con ello se remata el objeto mismo de la vida que
es juzgada por el bien que ha realizado en el mundo que le tocó vivir a
cada uno y no por los aplausos recibidos.
Otro de los problemas
que se suscitan en las relaciones interpersonales es el simple
malentendido antes aludido y que muchas veces distancia a las personas.
En este contexto, se me ocurre citar un caso al efecto de ilustrar este
punto. En una oportunidad un niño, al regreso de la escuela, le preguntó
a su madre que quiere decir pene. La madre ofuscada le responde que esa
noche se reunirían a conversar sobre el tema. Entretanto, la
progenitora se encierra en su cuarto para consultar enciclopedias y
llamar a su médico de confianza y a su marido al efecto de recabar modos
de explicar a su hijo lo solicitado del mejor modo posible. Llegado el
momento de la reunión, la madre despliega todo tipo de gráficos y
explora diversos caminos para ilustrar los usos del órgano sexual de
marras. Una vez finalizado el encuentro, el niño se mostró extrañado y
manifestó que no veía relación alguna con lo escuchado en la escuela
donde una profesora al enterarse de la muerte del abuelo de un amigo
recomendó a la clase que “recen por él para que su alma no pene”.
Otro
malentendido de mucho mayor calado es el expuesto por Erich Fromm en
Man for Himself. An Inquiry into the Psychology of Ethics en donde
escribe que “La falla de la cultura moderna no reside en el principio
del individualismo, no en la idea de que la virtud moral descansa en la
búsqueda del interés personal, sino en el deterioro del significado del
interés personal; no en el hecho de que las personas están demasiado
preocupadas por sus intereses personales, sino en que no están
suficientemente preocupadas en sus respectivos yo; no en el hecho de que
están demasiado concentradas en si mismas sino que no se aman lo
suficiente a si mismas”. En otros términos, los problemas sociales a los
que asistimos no son como frecuentemente se entiende porque las
personas se ocupan demasiado de si mismas sino en el hecho de que no
cuidan lo suficiente sus almas, lo contrario, la saludable personalidad,
facilita las relaciones humanas basadas en la integridad moral y el
consecuente respeto recíproco. Y siempre debe estarse en guardia de los
que la alardean de afables pero en verdad no quieren establecer una
genuina relación y como ésta siempre se cultiva en el contexto de la
doble vía, el vínculo se congela en la inexistencia y se confunde
sociabilidad con pastosa sobreactuación (nunca mejor aplicado aquello de
“dime de que alardeas y te diré de que careces”).
Por último,
como una apostilla y para cerrar lo dicho, cito un pensamiento de
Bertrand Russell de La conquista de la felicidad, respecto de la presión
que ejercen los demás sobre las conductas de quienes se apartan del
promedio (algo del que ya habían advertido autores como J. S. Mill en On
Liberty): “Muy pocos pueden ser felices sin que aprueben su manera de
vivir y su concepto del mundo las personas con quienes tienen relación
social […] Pero para una minoría, en la que figuran todos los que tienen
algún mérito intelectual o artístico, esta actitud de aquiescencia es
imposible […] Un perro ladra más ruidosamente y muerde más pronto a los
que le tienen miedo que a los que le tratan con desprecio, y al rebaño
humano le ocurre algo parecido. Si le demostramos miedo, ve la
posibilidad de una buena caza, mientras que si somos indiferentes, dudan
de su poder y tienden a dejarnos solos”.
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