Argentina: El rebote y la estructura
La
opinión generalizada es que la economía argentina parece estar rebotando
contra el piso de actividad que se dio promediando el año. Como la
caída no fue demasiado fuerte –aunque sí lo fue la desaceleración del
ritmo de crecimiento–, la recuperación tampoco mostrará demasiado. Es
decir: la situación no empeora, pero tampoco mejora mucho. Este ciclo
coyuntural, que puede ser determinante para las aspiraciones
electorales, convive con el agravamiento de los problemas estructurales
que ya se manifiestan con toda su crudeza.
Estas cuestiones estructurales surgen, por un lado, de la “larga
marcha populista” profundizada con recursos abundantes en los últimos
años –recordemos que el populismo es una enfermedad “por acumulación”,
como el tabaquismo o el alcoholismo– y, por otro, a partir del giro de
política económica protagonizado por el Gobierno este año.
Dentro de los problemas estructurales consecuencia de la acumulación
de populismo, aparecen los vinculados a la quiebra del sector
energético, al deterioro generalizado de la infraestructura de
transporte y comunicaciones, y a su reflejo más directo, además de las
muertes, el aspecto más dramático y grave, la maraña de subsidios,
fondos públicos, intervenciones que se propagan, a la vez, hacia la
situación fiscal y la coyuntura. Dado que el desorden fiscal, pese al
récord de ingresos que se bate mes a mes, termina en el desorden
monetario, que obliga al abuso del impuesto inflacionario y a las
restricciones a la compra de dólares para evitar que los tenedores de
pesos lo eludan. Se contabiliza también, en este rubro, la distorsión
de otros mercados, relacionados con la agroindustria o la producción de
bienes en general. Por ejemplo, hoy México exporta más carne vacuna que
nosotros.
En el conjunto relacionado con el giro dado a la política económica
se destaca el fin del “capitalismo de amigos”, para avanzar con un
estatismo que convierte a todos, amigos y no tan amigos, en “empleados”
al servicio del interés general.
Esto último puede sonar a exageración, porque todavía estamos en un
marco relativamente híbrido, en donde persisten “islas” del antiguo
régimen pero, exagerado o no, lo cierto es que el entorno regulatorio,
en general, se está modificando sustancialmente y no se trata de
retoques menores, sino de verdaderos cambios de fondo que, desde la
perspectiva del Gobierno, pintan ser irreversibles.
Es por ello que los pronósticos sobre el futuro cercano y no tanto no
pueden basarse, exclusivamente, en el ciclo coyuntural descripto al
inicio de estas líneas. El ciclo de corto plazo se mueve en torno a una
tendencia de largo. Paradójicamente, tal tendencia luce objetivamente
positiva. La Argentina puede ser, sin dudas, un eficiente proveedor de
bienes agroindustriales, servicios sofisticados, recursos mineros y
energéticos, en un mundo con demanda creciente de estos bienes y
servicios, inserto en una región que se ha convertido en un “buen
vecindario”.
Y aquellos sectores con mayor atraso relativo, o que requieren
extremada protección, podrían, con incentivos adecuados, adaptarse o
cambiar sin demasiados traumas y con un balance general más de ganadores
que de perdedores.
Sin embargo, para concretar esta tendencia positiva, los problemas
estructurales, los que responden a la acumulación de malas políticas y
los derivados del giro militante impuesto en el comienzo del segundo
período presidencial, deberían ser enfrentados con cambios drásticos, en
algunos casos de ciento ochenta grados.
Como difícilmente esto suceda, al menos en el corto plazo, la
“pulseada” entre una coyuntura relativamente mejor, Dios soja mediante, y
esperando que la pesificación forzada no “explote”, los crecientes
problemas estructurales definirán el escenario futuro.
Pero a la larga, lo estructural siempre se impone. Dicen que los
pueblos que ignoran su historia están condenados a repetirla. Pero no se
sabe qué pasa con los pueblos que, en lugar de ignorarla, la
reescriben, la reinventan o la falsean.
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