Guatemala y un dilema inaceptable
¿Qué es más importante? ¿El derecho a la vida o
el derecho a la libre locomoción? Puesto de esa manera, no hay más que
darle prioridad a la vida. Pero quien plantea ese dilema pone una
trampa. Una trampa similar en la que finalmente cayó el Gobierno con la
tragedia de Totonicapán. El dilema no es entre el derecho a la
manifestación y el derecho a la vida. Es inaceptable que el Gobierno
quisiese impedir nuestro derecho a la libre expresión asesinándonos.
Como tampoco es aceptable que se impida el derecho a la libre locomoción porque un grupo de ciudadanos quiere ejercer su
derecho a la manifestación. No se puede ejercer, legítimamente, un
derecho violando los derechos de los demás. No es más “importante” uno
que otro. Los derechos no chocan cuando se ejercen responsablemente.
Tragedias
como la de Totonicapán ocurren por comportamientos irresponsables. Si
se evitó una tragedia aún peor en el caso de Santa Cruz Barillas, por
ejemplo, fue por un milagro de los soldados. Pero, “tanto va el cántaro
al agua… que al fin se rompe”, y, ahora, “en río revuelto, ganancia de
pescadores”. Ocurrió lo que muchos añoraban: una coyuntura perfecta para
empujar sus agendas políticas.
No nos engañemos. Los
organizadores de esas manifestaciones efectúan un peligroso cálculo
político con la vida e integridad de los manifestantes. Si les conviene,
la manifestación será“pacífica”, respetando los derechos de los demás
ciudadanos. Tal fue el caso de la marcha que Conic organizó para la
aprobación de una ley de “desarrollo rural”. Hasta el presidente y la
vicepresidenta “salieron a recibirlos” antes de que entregaran sus
peticiones en el Congreso. Pero, si les conviene, la manifestación
seguirá la estrategia del “bloqueo” de carreteras. Todo dependerá del
objetivo mediático buscado. Para lograrlo, inevitablemente recurrirán a
la amenaza, la coacción y la violencia. Si tienen suerte, la gente será
la “carne de cañón”.
Es una mala práctica que las fuerzas de
seguridad vayan armadas a disolver esas manifestaciones, pero lo que el
Gobierno no puede hacer es quedarse de brazos cruzados. La Policía de
Nueva York, por ejemplo, disolvió“violentamente”, sin armas letales, las
manifestaciones del llamado “Occupy Wall Street”. Vapuleó a los
“manifestantes pacíficos”, utilizó agentes químicos, agua a presión y
arrestó a cientos de ellos antes de disolver la manifestación. Acá fue
un error que haya habido armas de fuego, porque cualquiera que sienta su
vida amenazada tenderá a usarla. Nadie quiere morir linchado, y si
escuchamos la narración por radio del evento, eso es lo que parecía que
iba a ocurrir.
Al Gobierno le han llovido las críticas por una
crisis mal manejada. Ocho vidas no tienen precio. Pero quienes hayan
organizado la manifestación también tienen sus manos manchadas de
sangre. Empujaron a la gente a manifestar violentamente perturbando los
derechos de otros. La tragedia pudo ser evitada, pero no convenía. Los
“mártires” son útiles después de muertos. Solo queda ver si el MP
buscará justicia o venganza.
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