Venezuela no es Latinoamérica
Si Chávez hubiera perdido las elecciones, el oficialismo local diría
“no somos Venezuela”, mientras que la oposición pondría énfasis en las
semejanzas.
Como sucedió al revés, los opositores se esfuerzan en resaltar las
diferencias con el régimen caribeño, para mostrar que el oficialismo es
“ganable”, mientras que el oficialismo se empeña en destacar las
virtudes venezolanas para ratificar que un régimen como el de Chávez o
Cristina, no sólo es imbatible, sino que es lo mejor que nos puede
pasar.
Pero en el caso del oficialismo, surge cierta reticencia a comparar
directamente al gobierno venezolano, con el argentino, dado que, después
de todo, la Presidenta prefiere New York a Caracas. Por eso, en lugar
de hablar de Venezuela se intenta “mimetizarla” con la “región”. El
chavismo, es, en este relato, el modelo que “impera” en Latinoamérica,
como contraste al consenso de Washington, y a las desventuras que viven
hoy la Europa Mediterránea o los Estados Unidos.
Sin embargo, esta “regionalización forzada” del chavismo o del
kirchnerismo, no deja de ser un mito propagandístico, más que una
realidad.
En la realidad, Latinoamérica es más que Venezuela, Ecuador o Bolivia
y, en algunos temas, es más que sólo Venezuela. En efecto, tanto Chile,
como Uruguay, Brasil, Perú, y Colombia, presentan regímenes más
asimilables a las democracias burguesas constitucionales que a la
revolución bolivariana.
Todas muestran un alto grado de independencia judicial, respeto a las
restricciones institucionales, bancos centrales con metas de inflación y
límites al financiamiento al gobierno (aquí hay que incluir también a
Bolivia, y en alguna medida al Ecuador dolarizado). Ninguno practica
restricciones al atesoramiento en dólares, más allá de meras cuestiones
de registro o bancarización, y su política fiscal resulta más o menos
ordenada y transparente.
Algunos países, como Chile, Perú, o Colombia, tienen, además,
acuerdos de libre comercio con los Estados Unidos y otras regiones, y se
respetan los precios de mercado internacionales en casi todos los
bienes y servicios. Estos últimos, a su vez, también en casi todos los
casos, son prestados por empresas privadas bajo variantes del sistema de
concesiones.
Por supuesto que existen problemas de todo tipo, pero se las han
ingeniado para, pese a enfrentar el mismo “mundo” y ser productores de
commodities, como nosotros, para crecer, este año, al menos al doble de
la Argentina, con baja inflación y bajo desempleo, acumulando reservas
internacionales y, como se dijo, sin necesidad de recurrir a
prohibiciones al atesoramiento de moneda extranjera, ni restricciones a
la compra de divisas para turismo u otros fines. Todos, en los últimos
años, han estado mejorando los estándares de educación, salud, etc. En
varios rubros, es cierto, todavía están debajo de la Argentina, pero las
distancias se están acortando a gran velocidad; y en otros, en
especial en educación, estamos siendo superados, pese a asignar, en
términos de PBI, más recursos que los vecinos.
En síntesis, a la “región” le ha ido muy bien, o tan bien como a
nosotros, sin necesidad de controlar a los jueces, abusar del
financiamiento del Banco Central, prohibir la compraventa de dólares
para fines de atesoramiento, u otras restricciones administrativas
importantes.
Venezuela, como la Argentina, son excepciones a la regla
latinoamericana y eso no nos ha traído ventajas importantes en la
calidad de vida de la población.
Y allí es dónde, a mi modesto juicio, surge el primer desafío para el
amplio arco opositor. Entender que lo que ven mal del “modelo”
kirchnerista no es una “consecuencia no deseada” de la mala praxis
oficialista, sino que es la otra cara de la misma moneda.
En otras palabras, no hay “kirchnerismo prolijo”, como tampoco había
“menemismo prolijo”. Por el contrario, la “desprolijidad” es inherente
al “modelo”, no hay “modelo” sin “lo otro”, y eso no es corregible.
Existen, por el contrario, un conjunto de instituciones y políticas,
claramente probadas en el mundo en general y en nuestros vecinos, en
particular, que tienen como resultado, crecimiento y progreso, con
costos y problemas, sin duda, pero con beneficios sustentables para la
sociedad.
Y ese es el segundo desafío. Convencer a la mayoría de los votantes
que la región no es Venezuela, sino todo lo contrario, y que por eso, no
les va mal, sino mejor.
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