Más sobre el peronismo
Hay por cierto muchas rectificaciones que son
necesarias en la Argentina (y no digo República puesto que
lamentablemente dejó de serlo según criterios universales desde Cicerón
en adelante), pero un punto sobresale en nuestras desventuras. Se trata
del sistema totalitario impuesto por Perón.
Como epígrafe, transcribo
del eminente constitucionalista Juan A. González Calderón de su obra No
hay Justicia sin Libertad. Poder Judicial y Poder Perjudicial (Buenos
Aires, Víctor P. de Zavalía Editor, 1956): “Empecé a escribir esta
libro hace no mucho tiempo, en 1951, y lo he preparado durante una tarea
interrumpida frecuentemente, a veces con intervalos de largos
paréntesis, por precaución, para que sus páginas no cayeran en poder de
alguna de esas visitas nocturnas de la policía dictatorial, tan
violentas y torturantes en el régimen ominoso que hemos sufrido los
argentinos nada menos que en el curso de diez penosísimos años […] La
tiranía había abolido, como es de público y completo conocimiento, todos
los derechos individuales, todas las libertades cívicas, toda
manifestación de cultura, toda posibilidad de emitir otra voz que no
fuese la del sátrapa instalado en la Casa de Gobierno con la suma del
poder, coreada por sus obsecuentes funcionarios y legisladores, por sus
incondicionales jueces, por sus domesticados sindicatos y por sus masas
inconscientes”.
El 21 de junio de 1957 Perón le escribe desde su
dorado exilio a su compinche John William Cooke aconsejando que “Los que
tomen una casa de oligarcas y detengan o ejecuten a los dueños, se
quedarán son ella. Los que toman una estancia en las mismas condiciones
se quedarán con todo, lo mismo que los que ocupen establecimientos de
gorilas y los enemigos del pueblo. Los suboficiales que maten a sus
jefes y oficiales y se hagan cargo de las unidades, tomarán el mando de
ellas y serán los jefes del futuro” (Correspondencia Perón-Cooke, Buenos
Aires, Garnica Editor, 1973, Tomo I, p.190).
Perón alentó las
“formaciones especiales” (un eufemismo para enmascarar el terrorismo) y
felicitó a los asesinos de Aramburu y de todas las tropelías de
forajidos que asaltaban, torturaban, secuestraban y mataban. Declaró que
“Si la Unión Soviética hubiera estado en condiciones de apoyarnos en
1955, podía haberme convertido en el primer Fidel Castro del continente”
(Montevideo, Marcha, febrero 27, 1970). Al poco tiempo, en su tercer
mandato, al percatarse que ciertos grupos terroristas apuntaban a copar
su espacio de poder los echó de la Plaza de Mayo durante un acto y montó
desde su ministerio de bienestar social (!!) otra estructura terrorista
con la intención de deshacerse físicamente del otro bando. En ese
tercer mandato, reiteró la escalada de corrupción y estatismo a través
de su ministro de economía retornando a una inflación galopante,
controles de precios y reinstalando la agremiación autoritaria de
empresarios y sindicatos.
Con el peronismo se consolidó la
reversión de la admirable tradición argentina desde su Constitución
liberal de 1853 hasta la revolución del 30, tradición que atrajo la
atención del mundo por las condiciones de vida del peón rural y del
obrero de la incipiente industria, razón por la cual la población se
duplicaba cada diez años en multitudinarias oleadas de inmigrantes
atraídos por los salarios mucho mayores que los de Suiza, Alemania,
Francia, Italia y España, venían a estas costas a “hacerse la América”.
Algunos incluso nos visitaban solo para recoger cosechas (los
trabajadores “golondrina”) y se volvían a sus pagos a disfrutar de los
ingresos obtenidos. Los que se quedaban, ahorraban en pequeños terrenos y
departamentos, pero fueron posteriormente esquilmados por Perón con las
consabidas legislaciones de alquileres y desalojos, rematados con
inauditos “planes quinquenales” que hicieron que en el país del trigo
escaseara el pan. Se estatizaron empresas con lo que comenzaron las
situaciones de angustia deficitaria y se monopolizó el comercio exterior
a través del IAPI que también constituyó una monumental plataforma para
el enriquecimiento de funcionarios públicos.
En el período
1945-1955 el costo de la vida se incrementó en un 500% según detalla
Carlos García Martínez (en La inflación argentina, Buenos Aires,
Guillermo Kraft, 1965) y después de la afirmación de Perón de que no se
podía caminar por los pasillos de la banca central debido a la cantidad
de oro acumulado, la deuda pública se multiplicó por diez en los
referidos años de los gobiernos de Perón, tal como puntualiza Eduardo
Augusto García (en Yo fui testigo, Buenos Aires, Luis Lassarre y Cia,
1971).
Ezequiel Martínez Estrada apunta que “Perón organizó,
reclutó y reglamentó los elementos retrógrados permanentes en nuestra
historia […] El peronismo es una forma soez del alma de arrabal […] Eran
las mismas huestes de Rosas, ahora enroladas en la bandera de Perón,
que a su vez era el sucesor de aquel tirano” (en ¿Qué es esto?
Catalinaria, Buenos Aires, Editorial Lautaro, 1956).
Por su parte,
Américo Ghioldi escribe que “Eva Duarte ocupará un lugar en la historia
de la fuerza y la tiranía americana […] el Estado totalitario reunió en
manos de la esposa del Presidente todas las obras […] el Estado
totalitario había fabricado de la nada el mito de la madrina […] en
nombre de esta obra social la Fundación despojó a los obreros de parte
se sus salarios” (en El mito de Eva Perón, Montevideo, 1952).
Nada
menos que Sebastián Soler, como Procurador General de la Nación,
dictaminó que “Antes de la revolución de septiembre de 1955 el país se
hallaba sometido a un gobierno despótico y en un estado de caos y
corrupción administrativa […] Como es de pública notoriedad, se
enriquecieron inmoralmente aprovechando los resortes del poder omnímodo
de que disfrutaba Juan Domingo Perón y del que hacía partícipe a sus
allegados” (en Sentencia de la Corte Suprema de Justicia de la Nación
sobre bienes mal habidos del dictador Juan Domingo Perón, Corte
presidida por Alfredo Orgaz que confirma lo dicho por el Procurador
General).
Pares de Perón constituidos en Tribunal de Honor del
Ejército concluyeron que “En mérito de los resultados de las votaciones
que anteceden, el Tribunal Superior de Honor aprecia, por unanimidad,
que el señor general de Ejército Juan Domingo Perón se ha hecho pasible,
por las faltas cometidas, de lo dispuesto en el No. 58, apartado 4 del
reglamento del los tribunales de honor: descalificación por falta
gravísima, resultando incompatible con el honor de la institución armada
que el causante ostente el título del grado y el uso del uniforme;
medida ésta la más grave que puede aconsejar el tribunal” (en Tribunal
de Honor del Ejército, firmado por los tenientes generales Carlos von de
Becke, Juan Carlos Bassi, Víctor Jaime Majó, Juan Carlos Sanguinetti y
Basilio D. Pertiné, octubre 27, 1955).
Resulta un bochorno
superlativo que a esta altura de los acontecimientos todavía se mantenga
como si nada en el escenario político esta manifestación de
autoritarismo y, lo que es peor, que haya gente que considere seriamente
que el peronismo puede resolver nuestros problemas desconociendo del
modo más fragrante las partes más dolorosas de la historia argentina,
con el apoyo logístico de oportunistas de toda laya y de distraídos
irresponsables y timoratos incapaces de vislumbrar el pésimo ejemplo que
trasmiten a las generaciones venideras. No habrá solución en el
horizonte mientras no nos miremos en el espejo con un mínimo de
honestidad y decencia, para así dejar de lado una de nuestras más
devastadoras lacras en la que su fundador entrelazó autoritarismos.
Entre otros, Jean-François Revel ha señalado el muy estrecho parentesco
entre el nazi-fascismo y las izquierdas (en La gran mascarada, Madrid,
Taurus, 1997).
En un editorial de “La Nación” de Buenos Aires
(noviembre 2 de 1959) se lee que “El Partido Peronista no fue nunca, en
efecto, un partido democrático, sino la figuración de un organismo
áulico, posesionado de todos los resortes del poder y hasta del
presupuesto nacional para el cumplimiento de menguados fines
partidistas. Tendió al partido único, que era ya una realidad en muchos
aspectos por la sanción de leyes y decisiones que quedarán como un
padrón de ignominia en el registro oficial de la nación. Fomentó un
incondicionalismo personalista que se tradujo en el manejo discrecional
del partido desde la primera magistratura […] instalaba sus famosos
unidades básicas en bienes inmuebles del fisco, obtenía fondos del
tesoro nacional o presionando a la industria, al comercio, a los
sindicatos”.
Antes he escrito un largo ensayo sobre el tema del
peronismo (en Tras el Ucase, Mendoza, Fundación Alberdi, 2003),
informaciones y reflexiones que naturalmente no tienen cabida en un
artículo periodístico. Agrego a modo de una nota al pie sobre el uso de
la fantasiosa expresión “gorila” utilizada cuando no hay argumentos para
responder. Esto me recuerda el cuento de Borges titulado “El arte de
injuriar” en el que uno de las personas que debatía le arrojó un vaso de
vino a su contertulio a lo que éste le respondió “eso fue una
digresión, espero su argumento”… a lo cual podemos agregar al pasar que
Borges ha dicho que “Pienso en Perón con horror, como pienso en Rosas
con horror” (en El diccionario de Borges, Carlos R. Stortini, comp.
Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1986).
Cierro esta columna
con una voz de alarma a raíz del resultado electoral del domingo en
Venezuela, situación aplicable a próximas votaciones en otros lugares de
nuestra región latinoamericana. Para restituir un sistema republicano
no es conducente hacer campañas alegando que se mantendrá buena parte de
las políticas estatistas de un autócrata en ejercicio que destruye las
bases morales y materiales de su país y que solo se modificarán las
formas prepotentes, la corrupción y el deseo de perpetuarse en el poder.
Los valores de la sociedad libre están muy minados en la mentalidad de
la gente, pero es absolutamente necesario refutar el núcleo central del
colectivismo si se desea revertir el fondo de los males. Debemos hacer
un esfuerzo para que no resulte correcto lo dicho por Antonio Machado:
“de cada diez cabezas, una piensa y nueve embisten”.
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