La furia antisemita del chavismo
El antisemitismo, cáncer milenario de la
humanidad, ha hecho presa en Venezuela de la mano de su cáncer nacional,
el caudillo bolivariano Hugo Chávez Frías. La judeofobia del Espadón de
Barinas da para un estudio; incluso para dos: "Antisemitism in
Venezuela's presidential election", de Lidia Lerner, y "Chávez, Jews and
the Left", de Claudio Lomnitz y Rafael Sánchez, por poner como ejemplos
los dos que me han servido para la composición de estas líneas.
Hugo
Chávez es el antisemita total, la síntesis de las judeofobias de ayer y
hoy. Como tal, como Hombre Nuevo de semejante engendro, maneja con
igual soltura los prejuicios de cariz religioso (el judío es el pueblo
deicida) y los de orden económico y político (los judíos, explotadores
usurarios de los más débiles, manejan todos los resortes del poder, que
detentan en la sombra a base de conspiraciones de toda clase), tan caros
a los nazis en el siglo XX y a la extrema izquierda en el XXI. Por
supuesto o sobre todo, también incurre en el antisionismo y la
abominación del Estado de Israel, otro punto de contacto entre los
fascismos rojo y negro.
El golpista venezolano está revelando ser
el mejor discípulo del argentino Norberto Ceresole, uno de sus primeros
mentores. Ceresole (1943-2003), negacionista del Holocausto, montonero,
carapintada, miembro de la Academia de Ciencias de la URSS,
representante de Hezbolá en Madrid, el totalitario perfecto, escribió
obras como Terrorismo fundamentalista judío (1996), en la que "relanzó
la teoría de una conspiración judía internacional activamente empeñada
en dominar Latinoamérica" (v. Enrique Krauze, El poder y el delirio,
Tusquets, Barcelona, 2009), y Caudillo, ejército, pueblo (1999), sobre
"la Venezuela del comandante Chávez", según reza el subtítulo; por lo
que hace al título, es de obvias y desde luego no casuales resonancias
nazis: Ein Völk, ein Reich, ein Führer!, clamaban los secuaces de
Hitler.
El antisemitismo de Hugo Chávez es de larga data, recuerda
Lidia Lerner en su referido estudio: en 1998 la prensa popular
venezolana recogió manifestaciones en las que minimizaba el Holocausto;
en 2002 acusó al Mossad de estar detrás de la intentona golpista que ese
mismo año quiso desalojarlo del poder; en 2004, pocos días después de
superar el muy controvertido referéndum revocatorio de su mandato,
clamó: "¡No os dejéis engañar por esos judíos errantes!", en supuesta
referencia a la oposición. Son sólo tres ejemplos, a los que podríamos
añadir éste de 2006: "El mundo tiene riqueza para todos, pero algunas
minorías, los descendientes de los que crucificaron a Cristo, se han
quedado con toda".
Lejos de arreciar, la judeofobia chavista no ha
hecho sino cobrar fuerza, especialmente a partir del pasado mes de
febrero, en que se supo que el candidato único de la oposición para las
presidenciales del próximo día 7 sería Enrique Capriles Radonski. Nada
más conocerse la candidatura de este ferviente católico de origen judío,
el mejor amigo hispanoamericano de Mahmud Ahmadineyad bramó: "Por más
que te disfraces, majunche [mindundi], tienes rabo de cochino, tienes
orejas de cochino, roncas como un cochino: eres un cochino". Como
recuerda la Real Academia de la Lengua, en tiempos de la Inquisición se
tachaba de marrano al converso "acusado de judaizar ocultamente".
Qué
no le habrán dicho al "católico-sionista Ratonsky [sic]" el caudillo
ceresoliano y sus lacayos: "nazi", "genéticamente fascista", "punta del
iceberg del capital-sionismo más abyecto que pretende controlar y
expoliar la inmensa riqueza de Venezuela y América Latina"… Tendría el
"voto seguro" de Caifás; incluso no le importaría que su propia gente
lo asesinara para desencadenar una guerra civil y, así, provocar una
intervención extranjera que se saldase con el derrocamiento de Chávez…
Las
organizaciones judías, venezolanas e internacionales, han puesto
numerosas veces el grito en el cielo. En cuanto a Capriles, se ha negado
a rebajarse al nivel de sus enemigos y sólo les ha pedido, con
contenida insistencia, que no embarren el nombre de sus familiares,
especialmente de aquellos que sobrevivieron al Holocausto o lucharon
contra el nacionalsocialismo.
Así las cosas, y habida cuenta tanto
de la pésima situación económica como de la pavorosa inseguridad, no es
de extrañar que Venezuela haya experimentado un auténtico éxodo judío
desde que Chávez está en el poder. Si en 2000 había unos 18.000
israelitas en aquellas tierras, en 2010 no quedaban sino 9.000. En estos
dos años se han seguido marchando. A Colombia, a Estados Unidos, al
"asesino y genocida" Estado de Israel, con el que Chávez rompió
relaciones diplomáticas en 2009. Si el caudillo ceresoliano consigue o
se roba la victoria en las elecciones del domingo, ¿podrá regalar a su
gran amigo Ahmadineyad, en su próxima visita a Caracas, una Venezuela
Judenrein? Imposible imaginar mejor homenaje póstumo a su mentor, el
nazi argentino distinguido por la Academia soviética y captado por
Hezbolá.
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