Soy escéptico

Ya he escrito antes que el pesimista del
presente es en verdad optimista respecto del futuro porque tiene
expectativas de la posibilidad de mejora puesto que es inconforme de lo
que al momento ocurre, mientras que el optimista de lo actual es en
definitiva pesimista del futuro ya que no tiene cifradas sus esperanzas
en superar la marca de lo que viene sucediendo. En esta sentido, el
optimista tiene una visión estática mientras que el pesimista se basa en
una concepción móvil y en progreso.
Pero en esta nota quiero
destacar una faceta algo diferente puesto que miro el asunto desde otro
ángulo. En este último sentido, me declaro escéptico respecto del
futuro, es decir, me asaltan dudas que se fundamentan en observaciones
que causan verdadero desánimo y, a veces, estupor en cuanto a que los
supuestos defensores de la sociedad abierta, cuando las cosas andan bien
se dedican a sus personales arbitrajes y se desentienden del estudio y
difusión de aquello que, entre otras cosas, permite sus negocios. Y
cuando las cosas andan mal, se limitan a despotricar en la sobremesa o,
cuando más, a unirse en marchas de protesta que si bien útiles y hasta
absolutamente necesarias… siempre que haya conciencia de que el tema
de fondo reside en el debate y comprensión de ciertos valores y
principios básicos, lo demás es adorno o apoyo logístico, cuando no mero
consumo de energía como cuando algunos se limitan a distribuir
papeletas electorales de algún mediocre.
Más aun, si las cosas se
ponen en extremo peligrosas optan por mudarse de país, lo cual nada
tiene de particular como no sea que muchos siguen como si nada con sus
operaciones crematísticas sin nunca considerar que allí las cosas andan
mejor debido al trabajo de locales a los que los migrantes no consideran
siquiera ayudar. De este modo, se va cerrando el cerco hasta que a los
susodichos negociantes les quedará solo el océano y ser masticados y
engullidos por los tiburones.
Si este cuadro de situación fuera
correcto ¿tiene visos de alguna seriedad el estar satisfechos con las
perspectivas para nosotros, para nuestros hijos y para nuestros nietos?
¿O es que debe esperarse un milagro que mágicamente revierta la
situación?
Se ha sostenido que si cada uno cumple bien con su
trabajo se está contribuyendo a sostener el sistema adecuadamente. Pero
si el técnico en computación, el hombre de campo, la bailarina, el
escultor, la cocinera, el arquitecto y así sucesivamente cumplen a las
mil maravillas con sus respectivas tareas no por eso se crean
anticuerpos frente al ataque dirigido a las raíces de la sociedad
abierta. Es que el alud viene por otro lado, nada tiene que ver con el
perfeccionamiento de las tareas cotidianas sino que se socavan los
cimientos de todo el edificio al combatir el sentido mismo de la
propiedad privada y el resto de los derechos individuales en el contexto
de la demolición de marcos institucionales civilizados.
Es
entonces una tarea eminentemente docente. Ya he subrayado antes que la
cátedra, el libro, el ensayo y el artículo constituyen las tareas más
eficaces para explicar los fundamentos de la libertad pero no son las
únicas. Una de las más efectivas, cuando por una razón u otra no se
puede acceder a las anteriormente mencionadas, es la reunión en pequeños
ateneos para exponer y discutir libros que trasmitan los conceptos
básicos y, a su vez, al año siguiente cada una de las personas
integrantes establece un nuevo ateneo, todo lo cual expande enormemente
las ideas congruentes con la condición humana. Además esto tiene la
ventaja de que el libro o los textos elegidos se adaptan a las
características de los miembros del grupo.
No hay pretexto para
quedarse ajeno a las labores esenciales de defensa del sistema que no
hace más que proteger a cada uno de los integrantes de la sociedad que
pretenden vivir en una sociedad libre en la que se respeten sus
derechos. Mirar para otro lado es absolutamente suicida. Es en verdad
llamativo que muchos son los que esperan que otros les resuelvan los
problemas y cuando se desmorona la situación se enojan con esos otros en
lugar de mirarse por dentro y descubrir la desidia, la apatía y la
propia irresponsabilidad.
Por otro lado, es por demás evidente la
cantidad de personas y de pequeñas instituciones que dan la batalla
diariamente para que en diversos niveles se comprendan valores y
principios que constituyen las defensas medulares contra los permanentes
ataques de socialistas, colectivistas y totalitarios. Sin embargo,
salvo raras excepciones, esas personas y esas instituciones están a la
intemperie: quedan a merced de la suerte y no son apoyadas ni
financiadas por los propios interesados en que se respeten sus derechos.
Es de una irresponsabilidad rayana en el crimen. En realidad no se
debería siquiera esperar que se les solicite recursos para continuar con
sus faenas bienhechoras sino que deberían adelantarse a ofrecer fondos
como parte del interés personal del donante al efecto de cubrir riesgos
de su familia y su empresa.
En algunas reuniones sociales hay
quienes declaran muy sueltos de cuerpo que “todos somos responsables” de
la decadencia como si el involucrar al universo aliviara la culpa de
quien habla de esa manera, sin percibir que los pocos que cumplen con su
deber en estos trabajos vitales no son responsables. También hay
quienes frente al peligro ofrecen una especie de receta mágica
sosteniendo que debe “actuarse en política” como si se pudiera poner el
carro delante de los caballos: la política es la ejecución de ideas y no
es posible ejecutar una idea que no se sabe en que consiste. Primero
viene el estudio y el debate de ideas que a su debido momento permitirá
articular un discurso dirigido a una opinión pública ya informada y no
peroratas políticas destructivas puesto que no resulta posible hablar en
otros términos porque nadie comprendería lo dicho. Es que la pereza y
las telarañas mentales hacen que sea más fácil hacer activismo y
charlatanería en el comité político que quemarse las pestañas y encarar
un estudio serio, sistemático y trabajoso.
Desde que nací escucho
decir que “las papas queman” y que la educación es a largo plazo pero
cuanto antes se comience mejor será el resultado. Los detractores de la
sociedad abierta han entendido bien el problema por eso es que han
seguido los consejos de Antonio Gramsci en cuanto a que “tomen la
educación y la cultura y el resto se dará por añadidura” por lo que
pueden también abarcar otras áreas y campos de acción hasta cubrir todo
el espectro de lo posible. Sin embargo, los que se dicen partidarios de
la sociedad libre alegan que no tienen tiempo para proteger a los suyos
de avalanchas varias, como si la vida no fuera una cuestión de
prioridades.
La desidia a la que me refiero para defender lo
propio con argumentos serios no es un asunto inherente a la naturaleza
humana puesto que esto no ocurre con los detractores de la sociedad
abierta, quienes demuestran perseverancia y mucho trabajo. Esto último
es así debido al fuego interior, a lo que estiman son ideales, sueños y
metas que consideran dignas de lograrse. Sin embargo, la apatía, la
dejadez, la cobardía de los supuesto defensores de la libertad en gran
medida no encuentran otros objetivos que disponer de un plasma, un buen
automóvil y equivalentes, lo cual claro está no se encuadra dentro de lo
que pueda denominarse un ideal. Esto es así porque no se han detenido a
sopesar el inmenso valor de las autonomías individuales que descansan
en una noción eminentemente ética que ocupa todos los recovecos de
quienes conservan su dignidad y autoestima.
En una de las célebres
fábulas de Esopo se muestra como la hormiga trabajaba para encontrarse a
salvo en el invierno mientras que la cigarra se desviaba en lo que
atrae la atención del momento. La primera estuvo a salvo cuando llegaron
los fríos, mientras que la segunda pereció a la primera escaramuza de
la temperatura y los vientos. Keynes ha ironizado con que “en el largo
plazo estaremos todos muertos”, pues bien, ahora estamos en el largo
plazo de las irresponsabilidades hechas para el corto plazo y debemos
sobrevivir, con lo que se requiere corregir las sandeces y ponernos a
trabajar sin las anteojeras que siempre enangostan el horizonte. Cuando a
la preocupación se le sume una más generalizada ocupación dejaré en el
acto mi escepticismo para celebrar entusiastamente el camino hacia la
reversión del asfixiante estatismo que agobia a todos los espíritus
libres que se niegan al siempre cruel servilismo.
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