El voto hispano en los EE.UU.

En sendos foros televisados,
Barack Obama y Mitt Romney trataron la semana pasada de seducir el voto
hispano. El ejercicio era superfluo por ambas partes: ni Obama necesita
pedir unos votos que ya son suyos ni Romney está en condiciones
realistas de atraer unos votos que le están negados de antemano (sólo uno de cada cuatro votantes hispanos se inclina por él).
Buen momento para reflexionar sobre un voto que es y seguirá siendo decisivo.
Lo importante no reside tanto en el hecho de que un 8% de quienes
votarán en noviembre sean hispanos como en la incidencia que tendrán
estos votantes en los estados que, de acuerdo con el sistema electoral,
decidirán al ganador. Se trata de un colosal malentendido, lo mismo de
parte de los republicanos que han hecho méritos denodados para despertar
ese rechazo hispano que de unos hispanos cuyos valores tienen bastante
más en común con los republicanos que con los demócratas.
Reagan fue inmensamente popular con los hispanos y George W. Bush
obtuvo en 2004 un 44% del voto latino (así lo llaman). Pero una serie de
iniciativas legislativas suicidas, que empezaron con la Proposición 187 impulsada por un gobernador republicano en California y llegaron hasta la ley SB 1070
patrocinada por otra republicana en Arizona, así como un discurso
torrencialmente xenófobo por parte de un sector del partido de Lincoln,
provocaron en los hispanos dos cosas. Primero, mucho miedo; segundo, y
como consecuencia de ello, una conciencia colectiva que antes no tenían,
o no tanto.
Al verse atacados, reaccionaron adoptando una mentalidad de "voto hispano",
es decir de colectivo que responde en las urnas en bloque antes que
individualmente. ¿Por qué? Porque era su forma de defender a una tribu
en peligro. No veían en el otro lado un asedio al ilegal sino al hispano
a secas.
Es cierto que hay razones históricas por las que los inmigrantes
latinos se acercaron al Partido Demócrata. Ello tuvo que ver con un
esfuerzo muy deliberado de la maquinaria demócrata para crear "coaliciones étnicas"
en grandes centros urbanos como Boston, Newark o Chicago en momentos
clave como el New Deal de Roosevelt o la Gran Sociedad de Johnson. Pero
en épocas determinadas ese vínculo se rompió, como en tiempos de Reagan y
del propio Bush (quien, hoy lo hemos olvidado, empezó su gestión en
2001 proponiendo al Congreso la legalización de los inmigrantes, asunto
que poco después quedó sepultado bajo los escombros del 11 de
septiembre).
Todos los estudios muestran que los hispanos, una décima parte de los
cuales tiene una situación muy acomodada y un 40% de los cuales son de
clase media, creen en la libre empresa, la familia y la religión cristiana.
No hay ningún segmento de la población que en el papel calce con la
propuesta valórica republicana tan cabalmente. Otra cosa son ciertas
políticas puntuales, pero en general la sintonía está allí. Haber
perdido eso de vista ha sido un serio error estratégico del Partido
Republicano en la útima década. Década, precisamente, en la que la
población hispana creció un astronómico 43%.
Para colmo, Romney no comparte, en el fondo, el discurso anti
immigrante que el sector más duro del partido ha hecho suyo y del que él
mismo debió hacerse parcialmente eco en las primarias para resistir el
embate del Tea Party. Vaya comedia de errores.
- 23 de junio, 2013
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