Argentina: Persecución kirchnerista a periodistas disidentes
El tirano antiguo necesitaba acumular muchas balas para conservar su
poder. El actual necesita recolectar votos. La principal característica
del tirano del siglo XXI no está signada por la fuerza sino por la
demagogia (y a veces por una combinación de ambas). El pensador
americano Henry Louis Menken (1880-1956) definió al demagogo como aquel “que predica doctrinas que sabe falsas a hombres que sabe que son idiotas”.
El populismo no es una ideología. Es un estilo. Un mal estilo. Un
estilo semi-delictual de hacer política. Decimos semi-delictual porque
el populista no atropella las instituciones de manera directa y
concreta, sino solapada y presuntamente amparada en la ley (la cual es
acomodada ad hoc cual mazacote de arcilla). Vale decir, el
déspota contemporáneo realiza una teatralización de la institucionalidad
para escudarse en ella. El tirano moderno navega en una imprecisa
franja gris oscilando (casi al límite) entre la legalidad y la
ilegalidad. No cambia la Corte Suprema por decreto sino que extorsiona y
amedrenta jueces (a través de amenazas de juicio político, presiones de
aparatos de inteligencia, campañas de desprestigio o “escraches”
efectuados por agitadores profesionales) hasta forzar su renuncia (tal
lo que hizo en Argentina Néstor Kirchner en el año 2003 para obtener su
mayoría adicta). El tirano a la vieja usanza se eternizaba en el poder
por propia voluntad y listo, en cambio el tirano contemporáneo reforma y
deforma la Constitución Nacional utilizando “su” Parlamento (que de
independiente tiene bastante poco) e impone la “reelección indefinida” a
través de plebiscitos efectuados en sistemas electorales agujereados y
viciados de irregularidades. El autócrata moderno tampoco cierra canales
disidentes al estilo Stalin o Fidel Castro, sino que espera que se
venza algún plazo concesionario (tal lo argumentado por Chávez para
cerrar RCTV o por Cristina Kirchner con la nueva ley de medios respecto
de Clarín).
Durante los últimos tiempos, el kirchnerismo no solo se ocupó de
acorralar a los pocos medios independientes que aún quedan en pie, sino
que selectivamente está persiguiendo a determinados periodistas
puntuales, intentando endilgarles diferentes “acusaciones penales” a
cada uno de ellos a los efectos de neutralizar y/o capturarlos.
Así como en los últimos meses se intentó (y se sigue intentando)
encarcelar a Héctor Magnetto (Clarín), Ernestina Herrera de Noble
(Clarín) o Joaquín Morales Solá (La Nación), esta semana fuimos testigos
de cómo el régimen procesó al periodista Juan Bautista Yofre (escritor
independiente), Héctor Alderete (Seprin), Edgard Mainhard (Urgente 24),
Carlos Pagni (La Nación) y como frutilla del postre se intensificó la
persecución contra el pensador Vicente Massot (La Nueva Provincia).
En efecto, a cada uno de los nombrados se le acusa de supuestos
“delitos” actuales o precámbricos (tal como ocurre hoy en Venezuela y
Bolivia) pero resulta que todos los acusados tienen un denominador
común: son abiertamente disidentes al régimen.
¿Persecución jurídica o persecución ideológica?
A varios de los periodistas y académicos perseguidos tenemos el gusto
o la dicha de conocerlos y a otros no, pero visto y considerando la
naturaleza y el funcionamiento del Estado autocrático kirchnerista,
desde estas líneas no vacilamos ni un instante en sostener de que se
trata de una deliberada y aviesa persecución política e ideológica.
Para con los periodistas hostigados (que mañana podemos ser nosotros
mismos acusados de cualquier artificio o infamia) nuestra más sincera
solidaridad. Para con el Estado represivo y perseguidor, nuestro más
categórico desprecio.
- 28 de diciembre, 2009
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