Adopciones en Guatemala: 1 de 200
La semana pasada ocurrió la primera adopción
internacional desde que se implementó la nueva ley de adopciones en
2007. Un niño tuvo que esperar cinco años para que la burocracia lo
liberara de un crimen que jamás cometió. Debemos celebrar y, a la vez,
reflexionar respecto de un sistema creado para preservar la desgracia
de inocentes con el propósito de alimentar el ego de burócratas
nacionales e internacionales. Mucho se ha dicho respecto del “negocio”
de las adopciones que, supuestamente, había hasta la implementación de
la nueva ley.
Como en tantas otras áreas de nuestra vida nacional,
seguramente había hechos delictivos: secuestros, sobornos, extorsiones.
Pero también había adopciones legítimas que, literalmente, cambiaban la
vida de menores abandonados. La mayoría de ellos terminaban en hogares
estadounidenses. Los más envidiosos e hipócritas lo calificaban como una
“exportación” de niños. La realidad era que su vida de abandono
terminaba y comenzaba su integración a hogares con amor y estabilidad
económica.
Prevalecieron la envidia, la hipocresía y la
burocracia. Enarbolando la bandera de la “legalidad”, organizaciones
nacionales e internacionales presionaron para la aprobación de la nueva
ley que, en la práctica, no solo prohibió las adopciones internacionales
sino también las locales. Miles de niños que pudieran ser adoptados,
ahora quedan abandonados a su suerte y al crimen en medio de la maraña
burocrática y legal creada. Noticias de recién nacidos muertos por
abandono son cada vez más frecuentes. El interés de salvar la vida del
infante queda en un centésimo plano. Hoy en día es más importante
cumplir con todas y cada una de las estupideces burocráticas incluidas
en la nueva ley que encontrarle, lo antes posible, un hogar al menor.
En
medio del cambio de ley, un grupo de aproximadamente 200 expedientes de
adopciones internacionales quedaron en el limbo. Iniciados bajo la
regulación anterior pero trabados por la nueva, no se sabía exactamente
su estatus jurídico. Lejos de que las autoridades iniciaran un proceso
acelerado para solucionar esos casos, los expedientes también quedaron
abandonados. A ningún burócrata nacional e internacional le importó que
ya habían un igual número de hogares listos a recibirlos. No. La
pesadilla se prolongó innecesariamente otros cinco años para niños y
padres adoptivos.
Hasta que la semana pasada uno de esos pequeños
finalmente llegó a su nuevo hogar. Cinco años después de grandes
esfuerzos y presiones por parte de generosas personas nacionales y
extranjeras. De no ser por ellos, allí seguiría. ¿Y los demás? Siguen
pagando por un crimen que no han cometido; víctimas de un sistema que
prefiere que se pudran antes de que, ¡Dios guarde! y le falte un papel
al expediente.
Dios sabrá reconocer la labor de los que luchan por
liberar a los otros pequeños rehenes de ese sistema que nuestra
indiferencia permitió que se creara en Guatemala. Y ojalá que también le
cobre la factura a los inconscientes que crearon y preservan esta
tragedia humana para el resto de los niños.
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