Los latinos se estiran y se encogen
Entre los latinos existe
un poderoso e intuitivo sentido de adaptación a la realidad que quizás
alcanza su cénit en los gobernantes más desparpajados de la región.
Es un sentido de adaptación que
puede entenderse como un péndulo conductual, como un ir y venir entre los
extremos del comportamiento, donde las personas escogen un modo de actuación de
acuerdo a su conveniencia, así sea opuesto a una actuación
anterior. Es la capacidad cotidiana, pues, de estirarse y encogerse ante
las circunstancias de la vida, para salir airoso.
A modo de ejemplo está el clásico
argumento del vendedor de prendas en el populoso mercado dominical,
quien para quedar bien siempre, acude a un elocuente y escurridizo
argumento: "Si los pantalones son
pequeños, diremos que se estirarán con unas cuantas lavadas; y si son de talla
muy grande, diremos que se encogerán después de varias lavadas. En
dos palabras: esto se estira y se encoge. Y punto. Resuelto el problema".
Ello encaja perfectamente con el
máximo axioma existencial de nuestro folclórico Eudomar Santos: Inclusive,
podría atraer la inesperada atención de un perspicaz Maquiavelo, quien de haber
palpado la tragicómica realidad de América Latina, tal vez habría escrito en su
obra cumbre, El
Príncipe, las líneas que siguen:
"En las lejanas tierras
suramericanas…el Monarca que
desea triunfar ante todo asunto complejo o adverso, deberá saber hablar
para adelante y para atrás, afirmar y desmentir, avanzar y retroceder con el
verbo, porque la palabra coherente y constante, no siempre traerá buenos dividendos
para los destinos del Reino ni el de sus súbditos".
Un caso singular es el de Cristina
Fernández de Kirchner, inconfundible gobernante de las
amplísimas llanuras del otrora Virreinato de La Plata. Amiga hoy de la
estatización de empresas privadas, defensora ayer de la privatización. Es
toda una deidad en el ajetreo verbal, al que añade su
buena estampa prefabricada. Va y viene con la misma naturalidad que suceden los
días y las noches. Toda una proeza de la oralidad.
Para más señas, con su enérgico
verbo bien afinado y bien ilustrado, sabe atraer a los descamisados y a los
hambrientos, al mismo tiempo que disfraza la creciente fortuna que
atesora puertas adentro, en su castillo de ensueño.
Princesa del verbo. Deidad del
Sur. Unas veces transparente, otras veces opaca; unas veces demócrata
hasta la médula, otras veces autoritaria, cuando mejor le conviene. Así
funciona Su Majestad.
Pero ella es sólo una fiel
representante de una realidad regional, donde la verborrea sigue siendo
uno de los principales mecanismos de legitimación del eterno ir y venir
entre los extremos, donde lo anormal tiende a convertirse en lo normal, y
viceversa.
Estirarse y encogerse…¡That is the question!
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