La fábula demócrata sobre General Motors

¡Osama bin Laden está muerto. General Motors está viva!- Vicepresidente Joe Biden
Dos
semanas después de las convenciones partidarias y después que los
comentaristas han hecho sus análisis, es hora de terminar el tema y
entrar en la recta final de las campañas. Es apropiado reconocer que
ambos partidos han aprendido las técnicas de presentar un espectáculo de
televisión cuyo éxito es requisito indispensable para la recta final de
las campañas. Y, para su crédito, ambos lados demostraron que han
aprendido a hacerlo aunque sabemos que nada es perfecto.
Los
republicanos hubieran preferido que el gobernador de New Jersey, Chris
Christie, no se usara a sí mismo como el eje central de su discurso,
pero Christie demostró que su egomanía es más poderosa de lo que su
partido pensaba. El lado demócrata tuvo otros problemas más serios. La
exclusión de Dios de su plataforma política y de Jerusalén como capital
de Israel resultó en un incidente desagradable que terminó con un
espectáculo embarazoso para el chairman de la convención, el alcalde
Antonio Villaraigosa, de Los Angeles, cuando tuvo que presentar las
enmiendas a la plataforma y tomar un voto a voz de la audiencia ( me
recordó a Fidel Castro en la Plaza de la Revolución “tomando el voto” de
la concurrencia, el cual siempre ganó). Villaraigosa tuvo que hacerlo
tres veces y, de forma curiosa, concluyó que dos tercios de los votantes
habían aprobado aun cuando, claramente, el “No” fue tan fuerte o más
que el “Sí”.
Pero, para este columnista, lo más notable de la
convención demócrata fue el afán, encabezado por el vicepresidente Joe
Biden, de usar como estandarte el bailout o subsidio a General Motors.
El
Troubled Assets Relief Program (TARP) fue creado para preservar
liquidez en los mercados financieros evitando el colapso de
instituciones financieras claves que habían hecho decisiones
catastróficas en bienes raíces. Esto nada tenía que ver con automóviles.
El brazo financiero de General Motors, que hoy se llama Ally Financial,
tenía problemas. Pero el problema fundamental de General Motors es que
sus productos no producían ganancias suficientes para sostener sus
costos de mano de obra. ¿La razón básica? Los contratos de extorsión de
GM con el sindicato automotriz, United Auto Workers o UAW, que impedían
reducir la fuerza de trabajo o aumentar la eficiencia de la producción.
Los admiradores del bailout de
GM deben recordarse que fue la Administración Bush quien primero
decidió intervenir en el problema, ofreciendo un préstamo temporal con
la condición que GM presentara un plan de operaciones drásticamente
revisado. La contribución de la Administración Obama fue nacionalizar
General Motors violando el proceso normal de bancarrota y los
precedentes legales para proteger el elemento defectuoso básico en GM:
los intereses financieros de UAW.
La posición de Mitt Romney de
seguir el proceso de bancarrota establecido también requería una
intervención federal pero con una diferencia clave: los contratos
laborales con UAW tendrían que ser renegociados y las oficinas
ejecutivas habrían sido saneadas, poniendo a la compañía en posición
para innovación y autosuficiencia en lugar de un suero gubernamental
permanente.
Los demócratas se aferran a la ridícula idea que el bailout de
GM “salvó” más de un millón de puestos de trabajo. Esto asume que, sin
el bailout, toda la industria automotriz habría colapsado. En realidad,
es altamente improbable que GM hubiera detenido su producción al
declararse en bancarrota. Las líneas de producción habrían continuado y
–aquí está el problema-–los contratos laborales habrían sido
renegociados.
Bill Clinton aseveró en su discurso en la convención que el bailout de GM era responsable por la adición de 250,000 puestos de trabajo. Es cierto que dealers de
automóviles han añadido 236,000 puestos de trabajo, pero casi ninguno
ha sido en dealers de GM. Estos han añadido alrededor de 4,500 empleados
comparados con 63,000 que tuvieron que despedir tras los términos del bailout.
GM
le costará cientos de millones de dólares a los contribuyentes. Las
acciones de GM han perdido la mitad de su valor. Sus ventas han
aumentado pero solo una fracción comparados con Kia, Toyota, Volkswagen y
Porsche. Con bajas ventas, pérdidas drásticas en sus acciones y un
dudoso plan de operaciones que incluye el lanzamiento del Chevy Volt
donde GM pierde miles de dólares en cada carro que vende, muchos
analistas predicen que GM volverá a la bancarrota pero… después de las
elecciones.
Joe Biden quizás debiera actualizar su cheer: “Bin Laden está muerto. GM quizás siga viva”.
- 23 de julio, 2015
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