Venezuela: ¿Y quiere seis años más?
Hace 14 años la mayoría de los venezolanos compró el mensaje reformista
del entonces candidato, hoy Presidente, porque se convenció de que no
era factible cambiar nada la situación social de aquel presente que
consideraba desapacible, por decir lo menos. El pueblo, consciente o no,
denigró de la democracia tradicional como forma de Estado porque pensó
que las instituciones políticas, partidos y Congreso, no eran capaces de
solucionar los problemas sociales acumulados para la época. El espasmo mayoritario de entonces revela que no éramos tan castos pues echamos mano de ancestrales obsesiones para apoyar al hombre duro
como huida para buscar nuestro propio futuro. El país eligió un militar
venido de un violento golpe de Estado contra el orden constitucional
presidido por un demócrata. En ese momento forjamos una tácita confesión
de evasión pues delegamos nuestros compromisos en un improvisado de
signo violento.
El lapso de 14 años, casi 3 períodos de los anteriores, son más que
suficientes para evidenciar no solo el fracaso sino la destrucción de la
obra realizada en los denigrados 40 años de democracia. Autopistas como
Caracas-La Guaira, Mariscal de Ayacucho, Regional del Centro,
Lara-Zulia, Francisco Fajardo, carreteras y accesos troncales, están
arruinadas por la ineficacia e indolencia de burócratas que malgastan su
tiempo halagando al jefe y promocionando la hermosura de revolución.
El colapso del puente de Cúpira patentiza la marca destructiva del
régimen. Ese enlace formaba parte de la vía ejecutada hace 50 años hacia
oriente para reducir la travesía anterior de 12 horas que iba hasta los
llanos y subía nuevamente a Barcelona. ¡Vaya revolución!
Nada conmueve al oficialismo ya que está muy ocupado rebuscando
culpables de su rotundo fracaso: el imperio, la derecha, la oligarquía o
cualquier otra gansada. El régimen no puede formular metas de
desarrollo valiéndose de la tecnología porque deniega de ella. Por
ejemplo los hospitales públicos, regidos hasta hace poco por
profesionales formados mediante sistemáticas del primer mundo, han sido
castigados presupuestariamente mientras se privilegian rincones de atención primaria
dirigidos por prácticos cubanos de dudosa formación profesional.
Entretanto los enfermos de cáncer deben esperar hasta tres meses para
iniciar tratamientos de radioterapia. La misma indolencia se registra en
el área de educación y servicios públicos en general.
Al candidato oficialista se le está haciendo difícil conducirse con
éxito en esta campaña electoral. Sigue actuando como si la progresiva
destrucción del país aún fuese tolerable. Ante una subestructura
devastada sigue ofreciendo día a día las mismas promesas e inventando
argumentos tontos de por qué no ha podido hacer más. Catorce años de
mentiras son más que suficientes para que el pueblo asimile buena parte
de este gigantesco fraude gubernativo sin precedentes en la historia de
Venezuela.
Pero la destrucción no solo concierne a la infraestructura; el malestar
proviene básicamente de un principio superior: la reducción de nuestra
vida afectiva. El régimen, a través de un radicalismo aupado por
resentimientos, ha roto los caminos que antes hacían posible un
equilibrio entre instinto y razón; entre pasión y coherencia. El
Presidente siempre se niega a pensar en términos de contextos. Se
inclina por la unilateralidad de la tendencia autocrática y la
permanente confrontación. Familias enteras han padecido el drama
político inducido por el odio. Su frase preferida "soy un soldado"
implica que es un señor de la guerra; es decir, que actúa mediante
preceptos que no pueden ser debatidos por pautas democráticas tal como
ocurrió con la imposición a la brava de Ameliach para la gobernación del
Estado Carabobo.
En momentos difíciles lo relevante no son los síntomas especiales de
cada quien sino los colectivos. Al país no le queda más alternativa que
optar por la salida republicana representada por Capriles pues el caos
de hoy no podrá ser corregido mañana si continuamos bajo la égida de una
persona estructuralmente autocrática. Lastimosamente en la actual
Venezuela no existen 2 tendencias democráticas que pudieren confrontarse
cívicamente. Existe una sola encarnada por Capriles. Lo otro es más de
lo mismo.
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