La vida como un chocolate
Por Juan David Escobar Valencia
El Colombiano, Medellín
“Mi terapeuta me dijo que el camino para alcanzar la verdadera paz interior es terminar lo que empiezo. Hasta ahora he terminado dos bolsas de M&M® y un pastel de chocolate. Ya me siento mejor”. Dave Barry
Hace unas semanas una amiga que generosamente se acuerda de mí en sus viajes, me regaló como en otras ocasiones, chocolates, esta vez de Japón. Pero luego de la alegría y la automática salivación empezaron los problemas, pues el deseo por probarlos termina siempre trenzado con agobiantes preguntas existenciales.
¿Podrá parecerse la vida en algo a comer chocolates? Les planteo algunos interrogantes y similitudes para que ustedes piensen en otros.
¿Será mejor alargar el beneficio de su existencia dosificando su consumo o ceder a la tentación de la desmesura?
Mi cabeza de ingeniero intenta imponerme un plan de consumo matemáticamente calculado que prolongue el inventario en el tiempo, pero el resto de lo que soy me invita a mandar esa cartilla de razonamiento al mismísimo infierno.
Tal vez por eso alguien dijo que si el chocolate se está derritiendo en tus manos, es porque estas comiéndolo muy lentamente.
¿Será bueno dejar algo para más adelante corriendo el riesgo de no estar vivo mañana para hacerlo?
O será mejor sucumbir sin miedo al goce y no esperar a llegar a viejo, que es cuando se aprende que de lo único que uno se arrepiente es de lo que dejó de hacer.
Pero por otro lado, aprender a aplazar la consumación resulta acrecentando el disfrute. Nada mejor que el chocolate que escondimos para después.
¿Será mejor una vida cierta y sin riesgo, o admitir con frecuencia la aventura de chocolates rellenos empacados con papeles de distintos colores pero sin letreros, para que nos sorprendan cuando exploten en la lengua, aunque algunos de ellos tal vez no sepan tan bien o resulten amargos?
¿Deberíamos dejar de probarlos si todos son chocolates, como le decía su abuelo a mi amiga?
¿Será mejor una vida sin sobresaltos y sin problemas, como una barra maciza de chocolate uniforme, o aceptar un chocolate con pedazos de nuez, que inicialmente parecen ser obstáculos, pero que luego de encontrar el ángulo adecuado para afrontarlos, terminan haciendo mejor la experiencia?
La amargura y la dulzura parecen cosas opuestas en la vida hasta que un pedazo de chocolate negro se derrite en la boca y logramos comprender que ellas no se anulan mutuamente sino que al contrario, son complementarias y nos enseñan a valorar aún más la segunda en medio de la primera.
¿Acaso no es un proceso de adecuación para vivir en sociedad cuando al repartir los chocolates de una caja, uno logra aceptar que a otro le haya tocado el que uno quería?
¿No serán los chocolates la fórmula untosa para combatir el egoísmo enquistado en la naturaleza humana?
Ustedes habrán descubierto que finalmente no resistí la tentación, porque tantas elucubraciones solo pueden ser el resultado de una sobredosis de chocolate, de la que no me arrepiento pues como dicen: “Dios le dio alas a los ángeles y chocolate a los humanos”
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