Releer
El nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, sostiene que vivimos "la cultura del entretenimiento". El colega argentino Andrés Oppenheimer glosa esta afirmación y hace planteamientos que mucho interesan al mundo de la cultura.
Cuando le preguntaron a Jorge Luis Borges si leía a los clásicos, respondió: No. Los releo. Los clásicos son para releerlos.
La primera lectura es una especie de exploración del tema, de la forma en que se lo trata, su estilo, etc. En ella se subrayan párrafos y palabras, se establecen relaciones o divergencias de pensamiento con otros autores, tratando de ubicar al libro en el universo cultural. Entonces viene la segunda etapa, la relectura, en la que se "saca el jugo" a los libros que merecieron leerse y releerse.
El mismo Vargas Llosa observa que la "Internet está acortando nuestro lapso de atención y dificultando cada vez más la capacidad de la gente para leer libros".
El desarrollo de la técnica en comunicación, puede promover la lectura de textos, pero le resta un factor fundamental: la relación del lector con el libro; una relación física afectiva, de aceptación o rechazo, de afección o desprecio. El lector muchas veces entabla diálogos silenciosos con el libro y aún adopta actitudes violentas. ¿Quién no ha rechazado un libro porque no le gustó el estilo o es contrario a las ideas que sustenta? Muchos lectores; pero luego, arrepentidos por la irracionalidad de la actitud, recogen al libro despreciado en un acto de reparación y lo terminan de leer. Porque esa es una cuestión de honor intelectual.
La relectura de los libros -especialmente los buenos -es una buena práctica positiva, contra la cual conspira el afán de confort y del mínimo esfuerzo.
El diario alemán Bildt analiza con alarma y pesimismo esta actitud, teme que las gentes "se olviden" de escribir con sus manos, y se entreguen a los ordenadores de la informática, y el temor viene porque -hace notar- escribir a mano es un ejercicio sicomotor y de atención.
En efecto, es el cerebro el que ordena a los músculos que muevan la pluma, estimulan la curiosidad de lo que han escrito los demás, o por el justo afán de que los propios sentimientos y pensamientos adquieran permanencia, que no se los lleve el viento.
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