Guatemala: El “presidencialismo” de Don Otto
El Periódico, Guatemala
Otto Pérez quiere más poder. A la manera imperial, escoge a siete personas de su agrado y les recomienda redactar, en tres semanas, enmiendas a la Constitución vigente.
Para nada tiene en cuenta otras propuestas anteriores a la suya, sobre todo aquellas sugeridas en “ProReforma” (www.proreforma.org.gt), trabajadas cuidadosamente durante cinco años por expertos constitucionalistas, “y respaldadas con la firma autenticada de setenta y tres mil ciudadanos”. Su Majestad ha decidido dejarlos de lado “por razones que se guarda en su real pecho”. El ademán se veía venir.
Otto Pérez cree que el Estado no es el problema sino la solución, como lo creyeron Jacobo Árbenz desde la izquierda y Carlos Arana desde la derecha. No es hombre de mucha lectura sostenida, sino de acción. Encaja perfectamente en el papel tradicional del caudillo, que tanto peso ha tenido más bien lamentable en nuestra América hispana.
Tampoco es hombre de convicciones firmes, excepto por el criterio obvio de anteponer siempre a todo lo que sea para su conveniencia política. No es malo, tampoco tonto. Simplemente, es un convencido desactualizado del presidencialismo que, desafortunadamente, repito, se hizo tradición entre militares y civiles autoritarios de nuestra América.
Tal es la persona que ahora, inesperadamente para algunos, no para mí, promueve precipitados cambios a la Constitución.
El contenido de sus propuestas concentra aún más el “poder” caudillista en cualquier espacio que lo aguante. La Corte Suprema, por ejemplo, se torna inapelable, pues los magistrados de la Corte de Constitucionalidad a ella deberán sus cargos. Y la estructura constitucional se vuelve todavía más rígida. Al pueblo, supuestamente el soberano, Pérez Molina le arrebata la capacidad de decidir por consulta popular cualquier cambio ulterior, es decir, enmiendas por esa misma vía de la consulta que él ha decidido escoger para su propia iniciativa.
Al ya súper encumbrado en privilegios Rector de la Universidad estatal lo erige en la voz “única” de un mundo académico superior que no es en absoluto de pensamiento único, y que suma en total otras doce universidades que, a diferencia de la estatal, no se mantienen por subsidios a la fuerza extraídos previamente de los contribuyentes.
De pronto, hasta intenta amoldar la Constitución a los “Acuerdos de Apaciguamiento”, perdón, “de Paz firme y duradera”. ¿Por qué? Porque en su concertación Otto Pérez Molina jugó un papel destacado.
Además, ello tiene el valor agregado de servirle de escudo contra las maquinaciones de Jennifer Harbury y de sus acaudalados patrocinadores, “amigos” de un Bámaca que nunca conocieron personalmente, por no hablar de la antimilitar y antiburguesa Claudia Paz y Paz o, más lejos, de los sicofantes europeos de Rigoberta Menchú…
La herencia de Pérez Molina significará para nosotros más “costo-de-tener-Gobierno”. Incluido un mayor déficit fiscal, una deuda externa más onerosa, mayor discrecionalidad de funcionarios y, por consiguiente, más corrupción, ineptitud e inestabilidad en la burocracia oficial. Y, a fin de cuentas, libertades más restringidas para los ciudadanos.
Pérez Molina parece extraído de cualquier manual para gobernantes de la década de los treinta del siglo pasado, cuando la injerencia de los gobiernos en las vidas de todos se hacía moda en Europa y en América, ya sea por las sendas totalitarias de Stalin y Mussolini, ya sea por las democráticas del “Estado Benefactor”.
Entre los iberoamericanos de aquel entonces, “la dictadura perfecta” del PRI, en México, fue su traducción; así como la de Getulio Vargas en Brasil, Rojas Pinillas en Colombia, Alvarado Velasco en Perú y, muy en especial, Perón en Argentina… Para culminar en la monarquía absoluta de Fidel Castro en Cuba. No creo que Pérez Molina tenga madera de dictador, pero tampoco de estadista.
Lo apoyan algunas figuras reiteradamente obtusas del sector privado, aunque también cuenta con algunos nombramientos acertados. En el trato personal es cortés y sereno.
Pero su problema no está en el trato, sino en lo obsoleto de sus enfoques. ¡Ánimo, guatemaltecos!
Porque podemos esperar que tan solo nos queden tres años y medio más de improvisación gubernamental.
Y, ¿cuándo no ha sido así?
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