Cristina K: La guerra no es por el subte sino por el 2015
La Prensa, Buenos Aires
Había comenzado como una maniobra para reducir el gasto público en 1.500 millones de pesos y, de paso, hostilizar al único dirigente opositor con alguna chance de dar batalla al kirchnerismo en 2015. Pero en los últimos días la disputa cobró una dinámica no prevista y se ha convertido en la primera batalla de la guerra por la sucesión de la presidenta Cristina Fernández. Como en tantas otras iniciativas del oficialismo, por obra del azar y la improvisación se llegó a una violenta escalada sin estaciones intermedias.
Lo evidente es que la pelea hubiera resultado fácilmente evitable si se hubiese tratado de un problema de gestión, de una pulseada por fondos públicos. Pero ocurrió exactamente lo contrario porque la pelea no tiene ninguna relación con la política de transporte y menos aún con la forma inhumana y peligrosa en que viajan los usuarios. Tampoco entra en todo el grotesco episodio la competencia por los votantes de a pie.
La presidenta intenta acorralar al jefe de gobierno porteño para mostrar en primer lugar y casi exclusivamente a la dirigencia propia y extraña que Macri no es un socio confiable de cara a la lucha presidencial de 2015. Ni para los peronistas, ni para los radicales que estaban jugando con la idea de dar el salto y terminaron enredados en la Cámara de Diputados en una alianza con el kirchnerismo que les partió el bloque.
La discusión por los medios y las descalificaciones mutuas que reemplazaron al diálogo institucional entre gobernantes son también consecuencia del clima enrarecido que se vive en el gobierno desde la masacre de Once. En su contraofensiva Macri usó el hecho como un arma contra las presiones de la presidenta, porque sabe el efecto deletéreo que genera en el kirchnerismo.
Desde la trágica muerte de más de medio centenar de pasajeros del Ferrocarril Sarmiento la imagen de la jefa de Estado comenzó a bajar. Como respuesta, los planes de ajuste para oxigenar la economía en el mediano plazo fueron abandonados y se los reemplazó con la peligrosa actitud de "après moi le déluge".
En este contexto alarman especialmente al gobierno las muestras de descontento y la conflictividad en aumento de grupos piqueteros y sindicales que han convertido en un infierno el tránsito en la ciudad y sus accesos casi a diario. Si bien faltan tres años para las presidenciales y el triunfo de la presidenta con el 54% tiene menos de seis meses de vigencia, no lo es menos, también, que de prolongarse el actual estado de confrontación social la búsqueda de la reelección se convertirá en una empresa por lo menos complicada. Una empresa que no se resuelve con la patética acusación a Hermes Binner de ser el jefe de los piqueteros de Barrios de Pie.
A lo que hay que sumar que los problemas macroeconómicos ya están a la vista. Ahogo fiscal, falta de dólares, trabas a las importaciones y un lento pero ya visible proceso de reducción del ritmo de crecimiento pintan un panorama por lo menos dudoso para los próximos tres años de la gestión "K".
El famoso "modelo" es simplemente un proceso en el que algunas variables hicieron posible las prácticas populistas, pero que ya da señales de agotamiento y difícilmente pueda durar más de una década sin correcciones importantes.
En ese marco los planes re/reeleccionista están en revisión y el uso más racional del poder aconseja pensar en una sucesión digitada dentro del kirchnerismo, estrategia para la que Mauricio Macri constituye un estorbo peligroso. Con él parece más difícil que con un peronista pactar una transición, ya que no tiene dependencia económica del Tesoro nacional, llave de oro de todas las políticas "k".
¿Que hizo Macri frente a la embestida del gobierno? En principio, eludirla. Convencido por especialistas marketineros de que "la gente" quiere gestión y no dirigentes que se peleen procuró ignorar los ataques del oficialismo. Pero el jueves reaccionó respondiendo con un lenguaje agresivo, porque ya no podía retroceder más y porque lo que está perdiendo no es a los votantes de la ciudad o del conurbano, sino a la dirigencia que lo ve sin voluntad de lucha ni estrategia confiable para llegar al poder.
La batalla no puede darla cuando a él le conviene, sino cuando lo decide quien tiene el poder, en este caso la presidenta. Si se convierte en cabeza de la oposición podrá sumar estructuras para dar batalla. La duda es si tiene espaldas para aguantar tres años de hostigamiento "k".
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