El que apuesta al euro pierde (el metro, un ejemplo)
El euro cumplió 13 años el 1 de enero. No obstante, importantes economistas y financistas vaticinaron el fracaso del sistema monetario basado en una moneda común para las 11 naciones que lo conformaban al inicio. Criticaban la falta de flexibilidad de un sistema que no permite que un país devalúe, ni reduzca las tasas de interés, independientemente del resto de las naciones. Sostenían que países con culturas y productividades tan desiguales no podrían convivir con la misma moneda, que no se pondrían de acuerdo en las decisiones, que existirían incongruencias insalvables en una unidad monetaria sin control político unificado. Y mil objeciones más. ¿Cómo los griegos, españoles, italianos podrían sobrevivir a la competencia alemana? ¿Cómo los europeos meridionales, perezosos y amantes del sol y del buen vivir podrían compartir la moneda de los industriosos europeos del norte?
Estos 13 años de convivencia efectiva están echando por tierra desconfianzas y vaticinios alarmistas. Los 11 países miembros iniciales se ampliaron ahora a 17 naciones que comparten la misma moneda y otros siete se unirán en los próximos años. Más aún, cinco otros países de la UE mantienen su moneda fijada al euro. Además, Suiza puso un techo al valor del franco, 1,2, en relación con el euro. Los 323 millones de habitantes de la eurozona gozan de una inflación menor que la del dólar y un ingreso por habitante envidiable, 47.700 dólares. El domingo pasado, Croacia aprobó en un plebiscito la incorporación a la Unión Europea; de ser confirmado por los 27 miembros actuales, se incorporará en julio de 2013.
Las nuevas ideas y los avances enfrentan incomprensiones y desconfianzas. El sistema métrico decimal, instaurado en Francia durante la Revolución, sufrió críticas semejantes. Se preguntaban: ¿cómo naciones y pueblos tan diferentes podrían emplear las mismas medidas, despojándose de la flexibilidad de modificarlas según las necesidades? Quienes se rían del argumento deberían saber que antiguamente las medidas eran flexibles según las circunstancias. Cuando las cosechas eran generosas, las medidas se ampliaban. El colmo, el grano que excede del borde del recipiente de medición, era grande cuando la cosecha era abundante y escaso cuando no lo era. Precisamente fue un gran progreso reconocer la ventaja de que las medidas (como las leyes) sean constantes, independientes de las circunstancias, de las personas y las situaciones. Esa concepción revoluciona creencias ancestrales.
Es lo mismo con la medida de valor. Que muchos países compartan la misma moneda revuelve las ideas de mucha gente y quita poder a los políticos locales. Especialmente, cuando las naciones se ponen de acuerdo en construir un banco central independiente. Con una política monetaria y financiera con objetivos estables. En el euro, el objetivo es la estabilidad de precios, definida como una inflación cercana al 2% anual, y la estabilidad del sistema financiero.
Los prejuicios contra el euro se intensificaron con la actual crisis económica,
la más grave en 80 años. Para atenuar su impacto, los países emprendieron gastos y rebajas de impuestos, que acentuaron los déficits fiscales. Recordemos que las depresiones económicas reducen ingresos fiscales y expanden los gastos, especialmente subsidios al desempleo y otros. De modo que en 2010, varios observadores gritaron: ¡Ojo! Las deudas soberanas crecieron demasiado y resultan impagables. Decían: al carecer de un banco central propio, nadie asegura que se pagarán los servicios de esas deudas. La reacción de los inversores, naturalmente temerosos, fue desprenderse de bonos soberanos de las naciones más cuestionadas. Dado que los bancos poseen gran cantidad de esos bonos, sus patrimonios se contrajeron y los depositantes se retiraban. La crisis se agravaba y los rendimientos de los bonos alcanzaron valores insostenibles a largo plazo.
Sin entrar en las particularidades de cada situación nacional, la falta de un ente que coordine la política fiscal permitió diferentes evoluciones de la deuda. Los spreads se separaron según la visión de los analistas.
No obstante, la crisis seguía siendo financiera. Los inversores querían retirar sus acreencias, por desconfianza. Pero tampoco el mundo ofrece demasiados refugios rentables. La solución lógica vino de los dirigentes europeos: superando antagonismos, un pacto fiscal para ordenar las decisiones de endeudamiento soberano, apuntando a contener los déficits. Y el Banco Central Europeo BCE que saliera a cumplir sus objetivos, puntualmente el funcionamiento del sistema financiero, proveyendo de liquidez a los bancos.
Los que apuestan por el rompimiento perdieron y perderán, pues las ventajas de la Unión superan los posibles costos. Más de un milenio de carnicerías fratricidas, guerras, enfrentamientos civiles y comerciales fue demasiado costoso. Antes del euro, devaluaciones para aventajarse mutuamente y trabas a las importaciones. Los mercados y las potencialidades de las naciones aisladas que la integran son muy inferiores a los de la Unión Europea. «La suma de las partes es inferior al conjunto» es el precepto que guía a los dirigentes de cada nación de la UE, según demostraron con sus decisiones en la crisis.
Muchos analistas no comprenden la singularidad del euro, con sus instituciones singulares. Decía Jean Monnet, el inspirador de la UE: Europa se forjará en las crisis y será el resultado de esas crisis. Los gobiernos de los principales países saben que ayudando a Europa sostienen sus economías, el empleo y la paz mundial.
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