Tirando manteca al techo
SALAMANCA.- En mi artículo anterior, refiriéndome al dinero que pone España para cubrir los gastos de la Cumbre Iberoamericana, dije que eran seis millones de euros. Lo cual es correcto. Pero al traducir a guaraníes puse que equivalían a 3.600 millones de nuestra moneda, cuando en realidad debería haber dicho 36.000 millones. Tantos ceros me asustaron y me comí uno. Es un buen dinero que podría aprovecharle a más de uno de los asistentes a la reunión pues las economías de sus países van por allí, a la deriva, dando barquinazos, como la jangada de la guarania que asegura: “a babor, a estribor, va avanzando la jangada”. Si va de un costado a otro, mal podría ir hacia adelante.
Bien podría venirle este dinero al propio Evo Morales, ya que hablamos de él, pues acaba de trascender que de las 14 empresas estatales que fundó, al ser un Estado intervencionista, nada más que una ha dado resultados positivos. Las otras trece se han convertido no solo en ruinosos fracasos, sino también en un pozo de corrupción y lugar para ocultar una política clientelista. No debería causar gran sorpresa en nuestros diferentes países el tema de comprar seguidores a través de puestos y sueldos a cambio de ese apoyo y de las consiguientes hurras y vítores cada vez que el jefe, el contratador, es decir, el Presidente, aparece en público, demás de repartir buenos palos entre quienes lo abuchean. El tema está en que en esas 14 empresas se metieron 287 millones de dólares, que es mucho dinero para que en algún momento, más tarde que temprano, el pueblo tenga que cubrir sus déficits con el pago de sus impuestos.
Sindicalista cocalero, Evo Morales no ha logrado que ni siquiera la empresa que trabaja con derivados de la hoja de coca, sea rentable. La única que ha salvado el examen de los expertos es la Empresa Boliviana de Almendras (EBA) dedicada a exportar castañas a mercados europeos que ha recaudado 3,7 millones de dólares. Las otras, además de no ofrecer ninguna transparencia en su administración, muestran pequeñas “distracciones”. Así, la fábrica de derivados de la hoja de coca tiene presupuesto para 40 empleados pero no hay registro de ellos, del mismo modo que oficialmente se asegura que las 14 empresas dan trabajo a 1.069 empleados, pero quienes realizaron el análisis solo encontraron 250. Los ochocientos y tantos restantes serían nada más que fantasmas si no existiera un dato revelador: la mayoría de estas empresas se encuentran en el Chapare, una región que se ha convertido en el bastión político de Morales.
Surge la pregunta inevitable: ¿cuál será su futuro? Pues la privatización, siguiendo para ello los pasos obligados de este fantástico negocio de quienes defienden la idea que el Estado no sirve para nada. En su lúcido libro “Algo va mal” (Editorial Taurus, Madrid, 2010), testamento intelectual de uno de los grandes pensadores ingleses del siglo XX, Tony Judt, se presenta el problema con inquietante claridad: las empresas públicas a ser privatizadas están dirigidas por personas cercanas al Gobierno, se produce la privatización a precios ridículamente bajos, ya que nadie compraría una empresa deficitaria, por lo que el traspaso va acompañado de enormes ventajas de modo que el negocio sea atractivo. “Pero cuando el Estado vende barato, dice Judt, el público pierde. Se ha calculado que, en el transcurso de la era Thatcher de privatizaciones en el Reino Unido, el precio deliberadamente bajo al que se pusieron a la venta antiguos activos públicos resultó en una transferencia neta de 14.000 millones de libras de los contribuyentes a los accionistas e inversores” (pp. 107-119). ¿Quiénes son estos accionistas e inversores? Los amigos del Gobierno, cuando no el Gobierno mismo a través de sus fieles y bien recompensados testaferros.
Este socialismo del siglo XXI, carente de bases ideológicas serias, desde el mismo comienzo ha encallado donde debía encallar: en los arrecifes de la corrupción, de donde no saldrán porque más que una forma de reinventar la política o introducir ideas nuevas capaces de atenuar diferencias que se han convertido indignantes en los últimos tiempos, se ha vuelto un asalto al poder del que sus responsables saldrán ricos, disfrutando de su dinero mal habido en un largo exilio, o bien muertos. ¿No es esto lo que le pasó a Gadafi?
Mientras tanto, los Gobiernos “bolivarianos”, los disfrazados de “izquierdas” y “socialistas”, siguen tirando manteca al techo, como se describía el derroche allá por los años cincuenta.
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