¿Bibliotecas? ¡No!
SALAMANCA. – En una fotografía publicada en la prensa española, aparece el ex presidente mexicano Carlos Salinas de Gortari en “la biblioteca de su casa”. Atrás se ve una habitación amplia, austera, donde los anaqueles, llenos de libros, cubren las paredes desde el suelo al techo. Entre tantos volúmenes se pueden ver, siempre que se quiera, seis volúmenes. Ellos son “Comedia”, más conocida como “La Divina Comedia”, de Dante Alighieri: dos tomos para el Infierno, dos para el Purgatorio y dos para el Paraíso. Es evidente que no se trata de un simple amontonamiento de libros, sino una biblioteca formada con cuidado, con libros importantes.
La primera pregunta que se me planteó es cuántos presidentes y políticos de nuestro país pueden ufanarse de tener en su casa una habitación especial para dedicarse a la lectura, con bibliotecas bien armadas, con libros importantes. Valga esta aclaración ya que Felipito, el amigo de Mafalda, soñaría con tener un sitio así donde coleccionar las obras completas de “El Llanero Solitario”. Al escuchar los discursos que se hacen, los proyectos de leyes que se presentan para vengarse de una multa de tráfico con seguridad justamente cobrada, es posible que ni siquiera “El Llanero Solitario” se lea en determinados niveles, justamente aquellos que tienen que ver con la buena administración del gobierno del país.
Hace muchos años se publicó un opúsculo, vale decir, un libro de pocas páginas, titulado “Don Mario y su pueblo”, haciendo alusión a quien entonces era secretario privado del dictador Stroessner. En una parte –claro que la publicación estaba hecha para quedar bien con un hombre muy poderoso debido a la proximidad que estaba del tirano– decía que “Don Mario dedica varias horas del día a leer en el silencio de su biblioteca”. No sé si será cierto, tantas cosas que contaban entonces, pero en la calle se decía que “don” Mario al leer estas páginas reaccionó indignado diciendo: “¿Pero qué cree el autor, que yo tengo tiempo para perder leyendo en la biblioteca?”.
Cierto o no, esta ha sido, lamentablemente, una característica muy marcada de los diferentes gobiernos que he conocido; en realidad muy pocos, ya que la mayor parte de mi vida transcurrió bajo una dictadura, la misma dictadura, la misma persona, el mismo régimen, los mismos métodos, la misma irracionalidad. La misma irracionalidad que se repitió desde que entramos en democracia, en teoría, hasta nuestros días. La democracia no es solo poder escribir lo que se quiere y expresar lo que se siente. Es una herramienta, compleja y simple a la vez, que nos permite –cuando se permite– participar del gobierno, a través de nuestros representantes. Lo que supone, a su vez, que en verdad nos representen.
Cuentan que una hija de Gerald Ford, el presidente norteamericano que Richard Nixon les regaló a los norteamericanos, tenía serios problemas de atención en el colegio. Una profesora especializada en este tipo de problemas acudió a la Casa Blanca y descubrió que en la vivienda presidencial solo había un libro, la Biblia, que pertenecía a Gerald Ford. ¿Cómo tomarle afición a la lectura cuando en casa nadie lee? ¿Cómo hacer que los ciudadanos lean en un país donde sus dirigentes no leen y, en muchos casos, están bordeando el analfabetismo? Saber leer significa poder interpretar el contenido de lo que está escrito, no el gesto mecánico de reproducir el sonido de las vocales y las consonantes.
Durante muchos años me dediqué a mirar los artículos que los periódicos de Asunción dedican a la decoración de interiores. Es fácil deducir que son casas de gente con cierto nivel adquisitivo. Pues bien, nunca, a lo largo de muchos años, nunca, repito, vi una casa que tenga, aunque más no sea, una pequeña biblioteca con una docena de libros. Si hay un mueble que podría haber sido destinado a ello, se lo usa para poner el equipo de sonido, la fotografía de la nena el día de su debut, la fotografía del hijo cuando recibió su diploma de bachiller y algún que otro jarrón chino. ¿Libros? Vade retro, Satanás. Hay cosas mucho más importantes que hacer, como diría “don” Mario, que perder el tiempo leyendo un libro.
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