EE.UU. al poder: UE no es Lehman
La cocina del G7, finalmente, arroja sus frutos. No es que los bancos centrales vayan a inundar de liquidez la plaza internacional. No todavía. Pero no habrá obstáculos para hacerlo si de veras se necesita. La decisión de ayer -que resucitó la coordinación entre los principales bancos centrales en aras de resolver el drama de la escasez de dólares en los mercados interbancarios- no supone una inyección neta de liquidez. Es más bien la promesa de corregir el estrangulamiento, la iliquidez creciente, que desata el veloz ascenso de la desconfianza en los bancos europeos (con acento especial, en esta coyuntura, en las entidades francesas de primera línea) y que podría provocar, si no revierte, un temblor financiero a gran escala.
Tres años después de la caída de Lehman Brothers, aun hoy el mojón fundamental de la crisis, la reacción sincronizada de la banca central -corporizada en el retorno de los swaps o pases cambiarios (que jugaron un papel crucial en los peores momentos de 2008 y 2009)- pone de manifiesto que la crisis cambió de coordenadas pero, detrás de bambalinas, conserva (o, más bien, recobró) la saña. Importan, por lo tanto, las palabras de Tim Geithner, el secretario del Tesoro de los EE.UU.: «Europa no será el nuevo Lehman». Vale el mensaje en sí mismo, pero más que lo pronuncie Geithner (tras fatigar una agenda, estas últimas dos semanas, inusualmente centrada en el Viejo Continente).
Carta activa
Cabe inferir que EE.UU. dispuso tomar carta activa en el asunto. Y no sólo, como podría creerse, porque controla la fábrica de dólares.
No se entiende la situación si no se aplica la teoría del iceberg. Lo que se asoma a la superficie es apenas una fracción de lo que yace oculto. Nada propicio se incuba si el trastorno que emerge es un faltante de dólares después de los gigantescos esfuerzos de relajamiento cuantitativo de la Fed (que, dicho sea de paso, no han gatillado tampoco la erosión inflacionaria que se predicaba). Dólares hay. Más que antes de la crisis. La banca estadounidense está sentada sobre una montaña de más de 1.5 billones de reservas en exceso. Y, sin embargo, el sistema bancario europeo acusa síntomas de escasez. No lo padecen todas las instituciones, desde ya. Pero la zozobra reciente ha vuelto a generar bolsones de iliquidez. En la medida que las idas y vueltas de la crisis europea retraen la oferta de fondeo en dólares (aquí descuella el repliegue de los fondos de money market de los EE.UU.) y bloquean el acceso de las entidades bajo sospecha a los mercados interbancarios, se obtura la irrigación. Vale recordar que, en su estructura de negocios, la banca europea opera con un descalce de monedas que la obliga a tomar financiamiento en dólares de manera sostenida. En períodos de calma, no es un inconveniente. Cuando se avista una tormenta es un talón de Aquiles.
Certeza
En la espesa bruma que rodea las actividades de la banca (y que torna difícil pulsar cuál es la envergadura real de sus dolencias) anida una única certeza. El banco central y los supervisores europeos corren a la zaga de los acontecimientos. Hasta anteayer el problema se negaba por completo. El anuncio de la rehabilitación de los pases cambiarios -un mecanismo para hacerse de dólares provistos por la Fed en canje temporario por moneda local que, luego, cada banco central distribuye- es un reconocimiento (bienvenido) de la estrechez. Lejos de causar daño, traerá el alivio de la descompresión. Quien lo dude puede monitorear las cotizaciones de los bancos franceses. Negar el trastorno hundía sus cotizaciones sin remedio. La movida del G7 -una tácita aceptación- les devolvió destellos de vigor. Más interesante aun es que la decisión haya sido coordinada por la Fed con cuatro contrapartes (el BCE, el Banco de Inglaterra, el Banco de Japón y el Banco Nacional de Suiza) y por un plazo, no de una semana, sino el más largo -tres meses- que contempla el instrumento. Obra aquí el espíritu de anticipación: la idea es despejar el horizonte de manera franca hasta fin de año.
En diciembre de 2008 la línea de asistencia cambiaria de la Fed llegó a girar 583 mil millones de dólares. La mejoría posterior recortó su utilización a cero a comienzos de 2010. En las últimas semanas hubo operaciones puntuales que no excedieron un tope de 500 millones de dólares en la semana más activa. Abrir el grifo sin restricciones promoverá dos efectos rápidos. Los costos de fondeo ya se redujeron con el anuncio. Así, el swap de euros a dólares a tres meses se abarató a 75 puntos base (una caída del 30% con respecto a sus valores del lunes). El uso de los pases, inicialmente, podría (y debería) dar un salto. Pero saber que habrá un prestamista de dólares de última instancia en los mercados del G7 tendría que servir de disuasivo suficiente para allanar el escollo (salvo para las entidades que arrastren un mal específico).
¿Significa la iniciativa una explosión de nueva liquidez? En principio es apenas cirugía reparadora. Claro que comparado con el escenario dual de erosión de la confianza y parálisis en las decisiones, se trata de una reacción potente. ¿Puede ser un presagio de otras políticas que sí redoblen la cuota de estímulo? Sería el ensamble más lógico. Piénsese que entre la reunión del G7 y el anuncio de la estrategia coordinada, Europa produjo definiciones de peso. La premier Angela Merkel cortó de cuajo las versiones (verosímiles) de que su Gobierno alentaba un eventual plan B como una vía solitaria de escape. Ratificó, con una contundencia a lo Helmuth Kohl, el compromiso alemán con una Europa unida. ¿La influencia de los EE.UU. acaso? No es aventurado pensar que sí. En cuyo caso, tampoco el recetario se agota aquí. De la tierra del plan TARP y el QE2 (y las franquicias exitosas) cabe imaginar hacia dónde apuntarán las sugerencias.
- 23 de julio, 2015
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