Argentina: Los dilemas de la oposición para salvarse del naufragio en los comicios de octubre
El resultado demoledor de las elecciones primarias borró de cualquier hipótesis opositora la ilusión de sacarle votos a Cristina. Lo que viene, hasta la elección de octubre, es otra vez la disputa por las porciones de esa mitad del electorado que no apoyó a la Presidenta.
La pulseada, entre quienes hoy se saben incapaces de disputarle poder el oficialismo , apunta a definir qué fuerza quedará mejor parada de cara al tercer gobierno kirchnerista. Ese objetivo es lo único que a esta altura tienen en común Ricardo Alfonsín, Eduardo Duhalde y Hermes Binner. Pero los contextos en los que cada uno de ellos dará esta ímproba batalla son muy diferentes.
El radicalismo, después de la decepción enorme en las primarias, ya definió que su prioridad es salvar del naufragio su representación parlamentaria y sus porciones de poder territorial en provincias y municipios. Los candidatos locales van ahora en defensa de su propio capital político. Por eso están dispuestos a casi todo: desde minimizar con alguna elegancia la figura de Alfonsín hasta colgarse de otra boleta presidencial si eso les promete un puñado más de votos.
El duhaldismo, beneficiario de un supuesto voto útil contra Cristina que en los hechos se demostró inútil, quedó frente a una encrucijada fea. Parte de sus votantes pueden sentirse seducidos por la condición ganadora del kirchnerismo, que ya decidió pelearle casa por casa cada voto en los municipios bonaerenses. A otros puede atraerlos el peronismo clásico y pertinaz de Alberto Rodríguez Saá. Y entre sus votantes no peronistas, como los que habían apoyado antes a Mauricio Macri en la Capital, puede extenderse la desazón por la derrota y mermar el entusiasmo por participar de la elección. Duhalde se tomó una larga semana para retemplar su ánimo. Ahora debe decidir su estrategia para no retroceder en octubre.
La alianza que sostiene a Binner, en cambio, es el único sector de la oposición que transmite optimismo. El ambiente político, incluído el kirchnerismo, le otorga posibilidades de terminar segundo en la presidencial. Ese reacomodamiento no es imposible: apenas 2% de votos separaron al socialista santafesino de Alfonsín y Duhalde, todos a distancia sideral de Cristina. Pero el objetivo de ellos es más ambicioso: quieren arrimarse a los 3 millones de votantes en octubre , después de haber reunido algo más de 2.100.000 en las primarias. No hay modo de acercarse a esa pretensión sin una merma importante de los otros opositores, incluyendo la pobrísima cosecha de Elisa Carrió y los votantes que dejó tirados en la banquina Pino Solanas. Habrá que ver cuál es la habilidad de Binner para desplegar con eficacia ese plan. Quizás les funcione si logran conservar cierta frescura y perspectiva de futuro dentro del gris y deprimido panorama opositor.
Por de pronto, los socialistas y sus aliados tienen ganado el recelo del resto de la oposición y de los sectores empresarios . Unos y otros les reprochan su proximidad ideológica con el discurso del Gobierno y su acompañamiento a algunas de las iniciativas más sonoras del kirchnerismo en el Congreso.
El frente que lidera Binner es bien heterogéneo. Hay figuras llegadas desde el peronismo como el cordobés Luis Juez, y desde el radicalismo como la bonaerense Margarita Stolbizer. También, sectores más volcados a la izquierda, como el que encabezan Víctor De Gennaro y Claudio Lozano; y más todavía el que lidera Humberto Tuminiy tiene en sus filas a la diputada Victoria Donda. Estos grupos, ante el rigor de la realidad, aceptan que el crecimiento del Frente Progresista, si llega, no provendrá de los sectores obreros y populares que ellos quieren representar – y que tan firmemente aferrados tienen los que gobiernan – sino más bien de las capas medias urbanas. Imaginan una recomposición con el radicalismo y se remiten a la experiencia del Frepaso de los años ‘90 y la malograda Alianza con la UCR, aunque suponen a los radicales desplazados como centro gravitante del acuerdo. Es otra teoría que aún debe traspasar la mera hipótesis voluntarista.
Con todo, hay una base objetiva en ese diseño, y es que la pálida elección del 14 de agosto hizo estallar la cohesión interna del radicalismo . Las autoridades partidarias que encabeza Ernesto Sanz se preparan para un tránsito difícil hasta octubre, con cada referente tratando de salvar su pellejo, y un durísimo escenario de discusión interna una vez que los resultados muestren con crudeza dónde quedó parada la UCR. En ese marco, y con las experiencias de la última década a la vista, no es aventurado imaginar un sector radical volcado hacia la recomposición socialdemócrata con Binner y compañía, y otro segmento inclinándose hacia el centroderecha y más cerca de Macri.
En este panorama severo, Ricardo Alfonsín es quien tiene que remontar la cuesta más alta. A comienzos del año era el político opositor más popular, con niveles que sólo superaban Cristina y el gobernador Daniel Scioli. Aunque su intención de voto siempre estuvo por detrás de su imagen positiva, esa aceptación en la opinión pública lo ayudó a liquidar a sus rivales internos, tanto como su condición de portador de una supuesta pureza radical frente a quienes proponían alianzas fuera de las coordenadas tradicionales. Pero el acuerdo con Francisco De Narváez puso en cuestión ese perfil y, para peor, estuvo muy lejos del resultado electoral esperado. Las facturas internas que le están pasando son crueles.
Mientras tanto, Macri mira todo desde la platea . El reelecto Jefe de Gobierno porteño ya resolvió no acercarse a ninguno de los candidatos opositores.
“No tenemos vocación suicida” dicen en su entorno. Y aunque Macri saldrá a sostener sus listas de diputados proponiendo ponerle un límite al poder del Gobierno nacional, estableció un tácito pero muy evidente pacto de no agresión con Cristina, que les conviene a los dos.
Está claro que la Presidenta irá en octubre por una porción adicional de sufragios que le permita consolidar un triunfo histórico con más del 50%. Las inesperadas buenas maneras que ahora luce para con sus adversarios pueden ser o no auténticas, pero seguro le resultan funcionales a ese objetivo.
Macri sabe que será, al menos durante los próximos dos años, la referencia más robusta de la oposición . Tiene que atravesar ese tiempo manteniéndose a salvo de la poderosa acción corrosiva del kirchnerismo. Pero si quiere algo más que durar, deberá construir a la vez su propio liderazgo más allá del estricto perímetro geográfico y político de la Capital, que le resulta tan cómodo.
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