Ecuador: El fantasma ya no asusta
El presidente Correa ha utilizado la llamada muerte cruzada como un arma atemorizante no para la oposición, sino para los asambleístas del Gobierno, cada vez que daba muestras de indocilidad. Bastaba que insinúe que iba a tomar la decisión para que los descontentos, los discrepantes, los opositores silenciosos, vuelvan a unirse y a caminar con disciplina al ritmo que ha marcado el Ejecutivo. Además, dictar la muerte cruzada no es fácil y constituye un peligro también para quien la dicta. Por ello, algunos opositores exclamaron: ¡decrete la muerte cruzada!
Con esto, la amenaza se desgastó, pero en la noche del jueves, en una sorpresiva entrevista de prensa realizada por 3 damas periodistas en el Canal 4, volvió a lanzar la amenaza: si es que la oposición capta las dos vicepresidencias de la asamblea y la mayoría de la Comisión Administrativa, decretaría la muerte cruzada, dijo.
Quien de inmediato respondió a esta amenaza, fue el diputado Paco Moncayo, quien expuso lo lógico y obvio, lo natural y racional: la muerte cruzada es una institución que nace de la Carta Magna; por lo mismo, está sujeta a normas legales; no es entregar un cheque en blanco al Ejecutivo para que lo gire cuando y cuanto le dé la gana; solo puede acudir a este procedimiento, por tres motivos: la oposición sistemática a los planes de gobierno, la conmoción nacional y la ingobernabilidad. Las tres condiciones, como es obvio, deben ser probadas previamente y no esgrimidas de acuerdo al arbitrio o inclusive al genio con que amanezca el mandatario. Por lo mismo, esto que Alberto Acosta llamó Espada de Damocles de la muerte cruzada, es una forma consistente de meter miedo a propios y extraños; más a propios que a extraños; como hemos visto, y cuyo resultado es una política ambigua, dócil, incolora, que hace mucho daño al sistema democrático y republicano que dizque está vigente.
En las actuales circunstancias en que el frente gobiernista ha sufrido fisuras evidentes, afrontar un proceso electoral, es muy arriesgado. Por ello quizá ha vuelto por la senda antigua aunque desprestigiada de los arreglos con legisladores fáciles de caer en tentaciones que antes se llamaba "troncha" y ahora, según Fernando Cordero, toma el nombre de "acuerdos".
En resumen, la muerte cruzada es un simple fantasma al cual no hay que tenerle miedo.
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