Como una mosca en la telaraña (III)
Profesor: “Cómo concibe el gobierno después de Stroessner?”. Fue mi pregunta al Dr. Juan Ramón Chaves durante un encuentro casual en una librería. ” Je je… Como una mosca en la telaraña, mi hijo”. Fue la respuesta.
La telaraña y los programas sociales
Del mismo modo que se distribuyen los cargos y el dinero públicos entre los operadores políticos para sostener al gobierno y sus aliados en el poder, se utilizan los programas sociales con el propósito fundamental de construir clientela política por un lado, y de sostener financieramente a las organizaciones sociales afines que son, en la realidad, instrumentos de dominación política.
Con toda razón se califica a los Estados como el nuestro, de “Estado depredador”. El Estado depredador es aquel en el que se invierte, salvo algunas excepciones, fundamentalmente en los programas que resulten rentables, económica o electoralmente.
Económicamente rentable para los tomadores de decisión empotrados en el poder político con sus agentes mimetizados en el sector privado. Estos agentes reciben los contratos de provisión de bienes o servicios condicionados a una contribución que permita financiar el costo del aparato electoral.
Estas personas, físicas o jurídicas, aunque no figuran en las planillas de funcionarios públicos, en realidad dependen más que nadie de los favores políticos para sobrevivir o enriquecerse. Estas personas no compiten en el mercado o por el mercado, compiten por una porción del presupuesto con el acuerdo de sus apoyos políticos. Este seudosector privado se convierte así en parte estructural del sistema de dominación política.
Los programas sociales y las mayorías
La “rentabilidad” electoral se da de forma directa o indirecta. La directa es aquella que identifica y empadrona a los beneficiarios de dinero contante y sonante o al que se le concede un cargo público para él, sus familiares o amigos. La forma indirecta tiene que ver con acciones menos personalizadas, más generales como construir un camino, un pozo de agua, una asistencia “técnica”, etc., siempre como respuesta a la demanda de un dirigente que se busca posicionar.
La telaraña está construida para que el empresariado se sienta dependiente o intimidado o para que el pobre no encuentre otro horizonte que las arcas del Estado. En estas condiciones solo tendrá éxito el que más rápido le conduzca a ese destino.
La pobreza y la ignorancia han sido históricamente un buen negocio político para los que no tienen otro propósito que mantenerse el poder. En el mundo actual, existe una relación estrecha entre ambas situaciones. No en balde se señala que el mejor programa de lucha contra la pobreza es la educación.
Los verdaderos políticos no manipulan a los pobres en beneficio propio sino buscan superar la pobreza integrándolos a los procesos de desarrollo.
Para los primeros, los pobres son la base de su bienestar y poder; para estos últimos, es un estigma que les avergüenza cuando no logran resolver la pobreza, que es el peor indicador de su fracaso como político.
Nuestra historia reciente, sin embargo, muestra con claridad que unos de los hilos de la telaraña que nos inmoviliza ha sido la administración selectiva de la pobreza con fines políticos. Es posible que no haya sido el inicio histórico de la trama, pero sin dudas esta administración selectiva se expresa contundentemente con la conocida frase: “no habrá un colorado pobre”. En estas condiciones, ¡¡¡quién no querría ser colorado!!! Más aun si puede lograr riqueza sin esfuerzo ni trabajo. Hoy, con las mismas condiciones, ¿quién no querría ser “luguista”? El mismo Presidente quiere ser “luguista” para mantener la disposición de bienes públicos que le permitan un disfrute que en su vida soñó.
El Gobierno del cambio y la telaraña social
La transición, en vez de superar esta trampa, la consolidó “democratizando” la prebenda como remedio. La promesa no es solo roja; hoy, tiene una policromía desesperante. Desespera porque estimula, fortalece el sistema perverso. Pero, peor aún, también arrincona, desmotiva y aleja a los que podrían gestionar un sistema mejor.
El gobierno de Fernando Lugo, por su construcción ideológica y por las necesidades generadas por su debilidad política, ha conducido esta perversión a niveles asombrosos.
Sus aliados reclaman su porción para apoyarle y así mantenerse en sus espacios. Las convicciones políticas del Presidente le llevan a dirigir la organización política de grupos que tratan de impedir la generación de la riqueza. Apoya y privilegia a las organizaciones radicales que proponen la lucha de clases en la convicción de que los pobres son un resultado de la existencia de los ricos y en consecuencia hay que combatirlos. En lugar de combatir la pobreza, el luguismo combate la riqueza.
La organización, el adoctrinamiento y la movilización de estos grupos demandan una gran cantidad de dinero que son incapaces de generar por sí mismos. Necesitan del dinero de otros que son capaces de generarlos. Entonces, el mejor recurso es el dinero del Estado.
Las invasiones, los cierres de rutas, las carpas, los víveres, los viáticos, los transportes, la logística completa para distintas formas de manifestaciones están financiadas con dinero que aportamos para otros fines.
Con el gobierno de Lugo se presenta la rara paradoja de que los que trabajan tienen que pagar todo tipo de tributos (impuestos, tasas, contribuciones), para que los amigos y camaradas del Presidente puedan cobrar para impedir que la gente trabaje.
Siendo así, quién puede sostener que la telaraña no esté más fuerte que nunca, porque el Estado no funciona bien para todos sino que solo para los vinculados al poder político.
Próxima entrega: Nuevos hilos, el Poder Judicial.
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