La Fe en el Estado
“No retornaremos a las formulas fracasadas de Estado interventor pero tampoco mínimo y débil”. Así, con esas palabras, podemos resumir el inaugural mensaje de Ollanta Humala como flamante presidente del Perú.
Ha sido un mensaje de seña conciliadora en general, aparte queda la referencia a la constitución de 1979 que ha sacudido los ánimos de izquierda y derecha, en unos, arrancando aplausos y suspiros de nostalgia, y en otros ha evidenciado la desesperación por encontrar a un Humala errado que satisfaga sus miedos y razones, mas, hacia el final– “vengo en son de paz” dijo, intentando colocarse en el justo medio, declarando su alejamiento del gran estado interventor y el estado mínimo para, de alguna manera, complacer a todos.
Pero ¿A qué Estado mínimo se estaba refiriendo el Presidente? ¿Al decenio Fujimorista que incremento el gasto descomunalmente, al de las transferencias de monopolios públicos a privados y de organismos reguladores, centralización de los programas sociales y, pandillaje, todavía impune, de ‘empresarios’ y políticos? ¿O a las dos últimas administraciones de Toledo y García? Ambos gobiernos marcados con el estigma de la corrupción y la debilidad institucional, ¿Al Estado confiscatorio, donde la propiedad es un privilegio de algunos que se superpone a la voz de los más pobres en nombre de la inversión, difamando la libre empresa, al Estado de los casi 20 ministerios entre ellos “de la mujer”, “la cultura”, “del ambiente” y “el deporte”, es ese el Estado mínimo del que nos dice Ollanta Humala, ha sido un fracaso?
Si tal desborde de arrogancia, delitos y concentración de poder, le parece un Estado Mínimo entonces hay que guardar rifle en cinto. Mas Estado no es, ni ha sido nunca la solución a ningún problema. Más aun, si como parece ser, se avecina un difícil escenario internacional en los próximos años, el presidente debe dar mayores muestras de sensatez de las que hasta ahora correctamente ha dado. Precisamente el desborde estatal como respuesta a la crisis financiera está mermando las economías de los países desarrollados. El Estado Mínimo que defiende el Liberalismo ha sido abandonado y ahí están las consecuencias para quien tenga a bien atenderlas.
Concibe nuestro presidente que la pobreza tiene sus razones en un Estado incapaz de llegar a esos alejados lugares de los altos andes y la vasta amazonia. “Le ha dado soroche” ha dicho Humala, en feliz referencia al mal de altura. Pero, ¿Cómo sabe Ollanta Humala que ahí donde el mercado no habría podido llegar, el Estado si lo hará y lo hará mejor? No nos lo dice.
Tal credo no tiene correspondencia con la realidad tampoco y vaya que la realidad es un vendaval que arrasa con los desprevenidos. La realidad, como la historia, ha sido cómplice del Liberalismo y el Estado Mínimo. Pues ahí donde el Estado ha crecido la libertad ha menguado y con ello la sociedad se ha empobrecido y viceversa. ¿Porque supone el presidente que el Estado va a llegar a los más necesitados para suprimir las carencias con eficiencia, voluntad y tecnología?, ¿Será que el mismo Estado que no responde por la precariedad del sistema educativo o el sistema de salud se ha convertido en una epifanía?
Esa fe lo ha llevado a anunciar, la presencia del Estado en las líneas aéreas, extender la créditos bancarios al agro, crecer en el sector eléctrico, administrar remesas, incrementar el sueldo mínimo, proponer créditos para los repatriados, subsidiar el gas, y una serie de propuestas destinadas al incremento del gasto y la intervención estatal. Este razonamiento tiene una marca registrada, el Estado de Bienestar, el castillo de naipes que se desmorona en Europa, a ese apela Ollanta Humala. Lo curioso es que al mismo tiempo ha propuesto la estabilidad monetaria, disciplina fiscal, mantener el crecimiento económico y una “economía nacional de mercado abierta al mundo” (una economía de mercado es abierta al mundo y nunca es nacional), pero mas allá de la retorica, el Presidente debe enterarse que lo que le discutimos los liberales no es la existencia de empresas estatales que funcionen mal que bien, sino las consecuencias que no pueden verse, como la productividad que hubiera tenido todo ese dinero en el sector privado y todos los costos que impone el mismo estado a los contribuyentes en el afán de establecer las condiciones favorables para que su empresa salga adelante. Sin mencionar la burocratización y la corrupción latente.
Ollanta Humala tiene una gran responsabilidad y una oportunidad histórica: Romper la péndula dictadura-democracia, y obtener, por fin una izquierda peruana racional. Si tal oxímoron, acaso puede ser posible. En general lo han hecho bien los gobiernos que manteniendo la retorica de izquierda han aceptado, en distintos grados los mandatos liberales y con ello en varios grados también, han sido gobiernos exitosos. Humala debería escuchar la oposición liberal que predica la prudencia fiscal y la eficiencia del gasto, alejada igualmente de los extremos de la derecha conservadora que usurpa la tradición liberal y de la izquierda que siente el triunfo de Humala como una rendición incondicional al socialismo del siglo XXI y ve en este gobierno su hora largamente anhelada. Ambos sectores convergen en su sumisión al dictador sea este Fujimori o Velasco y al culto estatal. No deben pasar.
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