Barrabravas virtuales
Las pugnas en internet y en los diarios fueron ineludibles. Para hablar de fútbol y nacionalidad, no importaron títulos ni niveles sociales. La fiesta futbolera fue una anarquía de emociones y desboques. La bronca con la que cierta gente se expresaba sobre otros países, mezclando simpatías personales o problemas políticos, era tan grande que dejó traslucir cuánto nos falta procesar los problemas y complejos.
Con toda la rabia que seguramente provocó su eliminación, Argentina, organizadora de esta Copa, quedó, no obstante, feliz en su salsa verborrágica. Bien sabemos que el 90% de los comentaristas deportivos hace su trabajo, que no es precisamente espiritual. Las opiniones de los comentaristas extranjeros, tomadas a pecho por la afición nacional, se tradujo directamente como “no quieren al Paraguay”.
Vaya con esto de darle tanta pelota al fútbol. Lo bueno es que los campeonatos pasan, lo malo que las heridas quedan y fomentan la desunión. A mucha gente mayor, ahora convertida en nuevos hinchas, el fútbol le causa palpitaciones, ataques, derrames, dolores de estómago, de cabeza. Esto ya no es divertido. Una persona comentaba: “Yo creo que el fenómeno viene porque en Paraguay hay tan poca diversión, que cuando pasa algo, nos metemos todos”.
La cultura inventada de la “no violencia”, promocionada merced al impulso de millones de dólares a los obedientes funcionarios de los gobiernos latinoamericanos, por supuesto no emitió ningún comentario sobre este alud de groserías e insultos entre los países. Sabemos lo desubicado que sería hablar de Gandhi en un ambiente caldeado por el fanatismo futbolero, pero no hubiera estado mal, por parte de alguna autoridad, dar un mensaje ante tanto enardecimiento. Ya no eran mensajes de aliento, sino ofensas entre unos y otros.
Ahora resta preguntarnos cómo nos sentimos después de este campeonato. ¿Más paraguayos? Nadie niega que la gente disfrutó muchísimo, y me alegra hondamente por aquellos que solo tienen sufrimiento y ninguna esperanza cercana de cambio. Me alegra por los niños que en su inocencia y sabiduría se olvidan en un día del asunto. Pero desde ningún ángulo se puede justificar a los que incitaron al odio utilizando, cómodamente claro, la seguridad de la web. Si las barras bravas se pelean cuerpo a cuerpo, rompen todo y van presos, los “profesionales, intelectuales y educados” provocan desde sus escritorios y el mal no es menor.
Así funcionan los malos poderes, algunos son los que maquinan y otros, incautamente, ejecutan cargando después con toda la culpa del caos.
Los equipos de todos los países querían ganar, y así debe ser por orgullo deportivo y compensación laboral. Pero que la gente salga de sí, es preocupante. Por fin surgió un ganador, y ojalá la alegría para algunos y la tristeza para otros hagan repensar las agresiones que utilizaron las hinchadas para levantar la autoestima y defender (¿?) a sus países.
Para nosotros, el punto más importante es volver a la realidad y seguir la vida. Creo que en Buenos Aires había suficientes paraguayos para alentar. ¿Hacía falta que los pobres se endeudaran? Quizás la próxima vez los políticos de “la inclusión” instruyan al sector más vulnerable para que sea sensato y maneje mejor sus escasos recursos.
El fútbol se usa políticamente; es bueno que empecemos a pensar qué significa eso. Aquel viejo ideal de la integración social no se siente. No es extraño que también se haya mancillado el verdadero sentido del deporte: la superación. Nos queda ver si proyectamos las mismas ganas cuando se pide participación masiva en temas nacionales más urgentes.
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