¿Cuál independencia?
Venezuela celebra este año dos siglos de haberse independizado de un monarca español, algo muy distinto a decir que celebramos 200 años de independencia, porque un siglo después de lograrlo nos plegamos a los designios de otro soberano aún más temible, surgido de las entrañas del país.
El petróleo ha marcado buena parte de nuestra historia republicana, por lo que ha sido calificado por unos y otros como una maldición y una bendición. Sin embargo, lejos de "sembrarlo", como tantas veces se nos aconsejó, hemos potenciado sus perversiones y soslayado sus bondades; en lugar de aprovechar esos grandiosos recursos financieros para el desarrollo integral y sostenido del país, los hemos dilapidado en inviables e improductivas fantasías que no han logrado sino empobrecernos progresivamente. Tras casi un siglo de explotación petrolera, dependemos cada día más de las ventas de prácticamente un solo producto de exportación, en medio de un insensato proceso sin precedentes de des-industrialización y menoscabo general de la capacidad productiva.
El deterioro de nuestra agricultura es el mejor ejemplo de ello. La aplicación de políticas económicas absurdas y el fácil acceso a las divisas petroleras han exacerbado la importación de alimentos de tal manera, que hoy somos más dependientes que nunca en materia alimentaria del exterior, por lo que resulta irónico oír hablar de independencia, cuando no hemos podido acompañar el ritmo de crecimiento de la población con el de los alimentos. Pero es que tampoco hemos sido capaces de generar una amplitud industrial y manufacturera que vaya más allá del simple ensamblaje de componentes foráneos, con lo cual dependemos cada vez más de las importaciones de bienes industriales y manufacturados.
Dependemos cada día más de manera irracional y suicida del petróleo para mantener un sistema rentista que no conduce sino al empobrecimiento y al atraso, incapaz de atraer inversiones y generar empresas y empleos productivos, única forma sensata y comprobada de avanzar económica y socialmente. Acabar con la empresa privada y abultar la nómina pública, para darle vida a un esquema agotado de repartición de dádivas y subsidios que sólo trae improductividad, miseria y estancamiento, intenta condenarnos a seguir dependiendo del petróleo. En ese intento, seguimos perdiendo el tren del desarrollo, mientras otros países avanzan de manera sostenida, se integran eficientemente en los mercados mundiales y reducen progresivamente la pobreza. ¿De cuál independencia estamos hablando entonces?
El país precisa concertar un nuevo modelo de aprovechamiento de su riqueza petrolera y reconocer que su verdadero propietario y beneficiario es la nación y no un Estado omnipotente y benefactor que pretenda perpetuar esa dependencia bajo la tutela de los gobernantes de turno y sus camarillas. Para fomentar un auténtico desarrollo integral debemos abandonar las políticas de subsidios y limosnas, las cuales se han exacerbado hasta límites insostenibles durante la última década.
Para colmo, la infeliz coincidencia de una ideología trasnochada y el acceso discrecional e irrestricto a los ingresos petroleros ha desembocado en lo único que podía producir: una galopante y generalizada corrupción; el despilfarro de esos ingresos; y una vergonzosa cesión de nuestra soberanía e independencia. Para poder salir adelante Venezuela necesita independizarse de nuevo, pero esta vez de su mentalidad rentista petrolera.
- 23 de julio, 2015
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