La enfermedad y la propaganda
En Venezuela ejercicio del poder siempre ha tenido pintorescas tonalidades, por calificarlo de alguna manera. El presidente Hugo Chávez anuncia su enfermedad cancerígena y enfría, en 15 minutos, los ardorosos y furibundos discursos de cientos de horas en los que sus lugartenientes políticos anunciaban un inminente regreso “apoteósico” del caudillo. Más que mentirosos lucen tontos, repetidores de una efímera y forjada verdad oficial, porque la verdad verdadera sólo puede pronunciarla el comandante-presidente y a partir de allí toda boca de ministro, parlamentario o dirigente chavista deja de ser una boca para ser un casete, un disco, una grabación.
Tal vez no lo notemos, pero eso no ocurre en otra parte del mundo, como tampoco en ninguna otra parte se presenta una discusión sobre lo evidente: un presidente enfermo que está en Cuba rehabilitándose, curándose, pero no está ausente porque la propaganda dice que está aquí, ustedes lo están viendo en la grabación televisada que confirma su presencia en Cuba y aquí al mismo tiempo, por tanto no hay ausencia temporal, es decir, no hay ausencia aunque no esté aquí. Esa manera de abordar el conocimiento por parte de presidente y los ministros nos coloca a los que aquí vivimos en una especie de prueba permanente de cordura: las rotas carreteras del país están perfectas, en las tenebrosas cárceles venezolanas los presos están bien, el hampa que asesina a 19.000 venezolanos anualmente está bajo control, las empresas saqueadas y quebradas de Guayana tienen excelente producción y salud financiera…
En Venezuela la realidad es la propaganda. Poco a poco, en la medida que pasan uno tras otro los años de gobierno y la destrucción del país se hace inocultable, el régimen se empeña en convencernos por radio y televisión de que lo que vemos “con nuestros propios ojos” no es cierto y que una señora pobre recibiendo una casa son dos millones de mujeres pobres con su casa cada una, que el endeudamiento del país lo hace más sano que Alemania y que Venezuela es una potencia política y militar aunque no pueda derrotar y reducir en casi un mes a unos cuantos presos alzados y sitiados sin luz ni agua. Yo, que le he dedicado muchas horas de mi vida a leer sobre los horrores del totalitarismo y sobre los perversos efectos de la propaganda que aturde y aplasta a los individuos, identifico en el abuso mediático del régimen los elementos fascistas. La transformación de la grave enfermedad del presidente en propaganda es un hecho insólito y decadente, como insólito es ver al presidente gobernar desde una isla que es el campo de concentración más grande del mundo y al mismo tiempo una monarquía tropical en la que los hermanos heredan el poder.
Desde hace mucho tiempo, pero sobre todo a medida que envejezco, pienso a menudo en mi propia muerte como el mejor aliciente a mi deseo de sacarle jugos a la vida. Observando lo que ocurre con Chávez en estas horas se me ocurre contar una vez más una frase de Borges que me repito con frecuencia y que, extraída de uno de sus relatos, cito aquí de memoria: “Los hombres conmueven por su condición de fantasmas, cada acto que ejecutan puede ser el último”. La gloria, la fama, las riquezas, el vano deseo de consolidar revoluciones e imponer a otros individuos modos de pensar y vivir han quedado reducidos nada por el acontecimiento natural e ineludible de la muerte. Se me ocurre que nadie debería iniciarse en política sin tomar unas lecciones de vida de las páginas de Shakespeare: Hamlet, Macbeth, Ricardo Tercero, El Rey Lear y Enrique V, que de forma amena e inolvidable pueden hablar y enseñar de las glorias y las miserias del poder.
Creo firmemente que el cáncer que padece el presidente es una oportunidad única para una amnistía, para que, con una comisión de perdón y reconciliación por el medio, sepultemos los odios, rencores y revanchas que nacieron del período político de los 40 años que precedieron al chavismo y los que han engendrado estos doce años de régimen chavista. Esta enfermedad presidencial puede servir para un gran borrón y cuentas nuevas que nos permita retomar el camino de la paz, prosperidad y respeto mutuo que se nos fue de las manos hace tiempo. El otro camino posible que queda es el de la guerra, del asalto al poder, de la dictadura, de la radicalización del odio. Prefiero el perdón y la reconciliación. Prefiero el borrón y cuentas nuevas.
- 3 de julio, 2025
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